VEGUETA,N ú~nero6 ,2 001-2002 127

OUnversdad de a s Fanai d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri Memm Dgta le Caniris 20815

Resumen: La existencia de una ciudadanía

autónoma abre una crisis en la

cuestión de la identidad nacional coactiva

que patrimonializa cl Estado y favorece

la interrelación multicultural y

grupa1 que 10s individuos librcmcntc

prefieran escoger La ciudadanía cosmopolita

pone en crisis la ciudadanía sujeta

a la fidelidad nacional. La vieja solidaridad

patriótica permanece como espoleta

del fdscismo y como encubridora

de los antagonismos sociales -en el capitalismo

y tnmbiCn cn el socialismo-.

Palabras clave: Antagonismo, Estado,

Ciudadanía, Capitalismo.

Abstract: The existencc of autonornvus

citizens questions the coercive national

identity restrictive to thp State and

it hclps the multicultural and group interrelation

that can be chosen freei by

individuals. 1t is thr c»smopolitan citizenship

which refuses the one subject to

ndtiundi fidelity. The old patriotic solidarity

remains as the fuse of fascism and

-in capitalism and also in socialism-.

Key-words: 4ntagonism, State, Citizenship,

Capitalism.

1. COMUNISTAS Y10

NACIONALISTAS

En 196.5 se editó en París en la Revire

Fraiipise dr S c i ~ n c rP dtique un artículo de

Hélene Carrere D'Encausse que llevaba por

título Cornrriuriisrtw et h'utioiznlisme. Seis

años después y en la misma revista Carrere

D'Encausse publicaba Uizité prol~ífariei~nc

12t d i m ~ s i t é nationnlc. Letlin et la théorie dc

l'uu todetermination.

Más tarde, y ya en España, se tradujeron

aquellos artículos de Carrere D'Ericausse

junto a otro de Yvon Rniirdet que

fue editado origiiialriiente en el volumen

XIII de la Ruvi~c Franqaisc d~ Sociologie en

1972, además del de Miquel Rarceln títiilado

Una ~iota sobvc /u cuestiijn nacional

«española., por la editorial Anagrama y

vieron la 1117 en el a6n 1977, hajn 12 den^-

miación genérica de Com14nistns y/o Nacionalistas.

Hoy, a un cuarto de siglo de distancia

de aquella edición española y a más de

treinta años del primer artículo citado de

Carrere D'Encausse, la realidad política

niundial y su trasfondo ideológico son

otros. En este tiempo transcurrido hemos

vivido el asalto al cielo del sesenta y ocliv,

los años de plomo de la dbcacia de los setenta,

la ~~revo1uciórc-oi~n~se rvadora de la

década de los ochenta, el final de las dictaduras

del este y el derrumbe de la Unión

Soviética, el auge del neoliberalismo, la crisis

del estado del bienestar, la bancarrota

de !es pr syc c t~s:: tcrcc.rrnundiste~,,,I R aceleración

del proceso de integración europeo

-por lo menos bajo una cierta óptica-

y, lidsta en opinión de algu~ius,e l final

de la historia.

Sin embargo, a pesar de todo eso, o qui-

~ ; 1 5p recisamente debido a todo ello, hemos

podido contemplar un rebrote del fenómeno

nacionalista con una virulencia insospeciiacici

tiempo atras. Han surgido nuevos

rstados. Los movimientos nacionalistas recorren

Europa como aquel fantasma predicho

por Marx. De Bielorrusia a Canarias,

de Irlanda del Norte al Cáucaso todo parece

moverse bajo la influencia del tantas veces

denostado nacionalisnio. Las niiiiorías

nacionales refuerzan sus reivindicaciones.

Los estados también arrecian la reivindicación

nacional. Gran nacionalismo contra

pequeño nacioi-ialismo. Estados contra naciones.

Nacionalismos de Estado contra nacionalis~

iiosd e Estado.

Por e1 contrario, en la cúspide, el poder

de la comunicación y de las finanzas refiierza

sus alianzas y tiende a converger en

estructuras únicas, o cuaiido menos &rechamente

confederadas. Esta paradoja, si

es que acaso es tal, consolida las posiciones

de mando del capital sobre el conjunto de

las poblariones siibsumidas bajo su dominio,

lo que no obsta para dar pie a una descalificación

genérica del fenómeno nacional,

sin ni s i q ~ iwuh scnr P! P Y ~ ~ : C : Z Od e e=-

tenderlo, bajo la acusación de que la

desunión debilita. Y es importante tener esUn

recorrido por el pensainieiilo mtagoni-ita de pvsiguerrd

~ -- 129

to en cuenta, porque ha sido un argumento

usado pesadamente por eso que de forma

gentrica se llama la izquierda.

El concepto de unidad no debe elaborarse

sin atender a las formas y los contenidos

que lo sustentan. Si es preciso redefinir

modos de aliama -entre pueblos o

naciones- debe hacerse como máxima garantía

del proceso unitario. Lo contrario

ayuda al desentendimiento, al desencuentru,

a la separación, aunque se intente ocultarlo

bajo la máscara de la unidad.

En los años sesenta y setenta la intelec- tila!i&Y (: p=s:c.: =.r .cs d:, izn.-;,,- Y "'"'

da abordaba la cuestión de los nacionalismos

desde la óptica primordial de la defensa

de la mi dad de clase. De ahí surgió

todo el conflicto y las disputas teóricas que

produjeron títulos como el citado Coniunislas

y/u N~zciurrulislus. Ese título preciso me

parece que encierra el espíritu de la época

respecto a este asunto, aunque sabenios

que en realidad ei debate viene de mds iejos.

No en vano se titulan o subtitulan hasta

la saciedad libros bajo el epígrafe Lenin

y la f eo~íod e la nutodeterrninación o variantes

especificas del mismo. ¿Significó eso un

agotamiento del pensamiento de ascendencia

marxista respecto a los iiacionalismos?

Tal vez. Pero tampoco habría que

descartar que la propuesta tacticista de Lenin

hubiese desbaratado el nudo gordiano

del asunto. En síntesis apresurada: apoydr

a los nacionalismos cuando convenga a los

intereses de los cornuriistas, en caso contrario

oponerse al nacionalisino por chovinista

y debilitador de las posiciones del

movimiento revolucionario.

Quien se asome desde una perspectiva

histórica a esta literatura podrá comprobar

fácilmente la redundancia sobre estos argumentos

a lo largo de todo el siglo XX,

p r o dr forma rsprcífica drspiibs tlp Ins

años sesenta. Respaldó el resurgir de esa

preocupación los movimientos de liberació*

?ia&x~adl ~ ! m~ n d o \y, e! fnrtalecimiento

del movimiento nacionalista

de tendencia socialista en determinados

puntos de Europa. Por supuesto, en el Estado

español, pero también en Gran Bretaña

y Francia.

Cuando Marx y Engels redactaron el

Manifiesto Coniuizista plasmaron en él aquel

párrafo que tantas veces ha sido repetido

de: <<Loos breros no tienen patria ... el pro-

I~tariadn aiín dehe conqnistar, en primer

termino, la hegemonía política, elevarse a

clase nacional, constituirse a sí mismo en

cuanto naci6i-i~~D'e. esta forma su reflexión

alude al hecho de la no posesión del poder

político como condición básica de que los

,h ,,,,, ,-.<. c,,,,, ,,re:.. A --.L..

L , " L L L , , 7 L t \ , L\ E , 6 < > , , y < , c , k!‘,, L , L de zhi

pociría pensarse que desde el momento en

que el proletariado se haga con el poder

político se liace, al mismo tiempo, con uria

patria, es decir, con una nación. Erigirse en

clase nacional es consecuencia directa de

haber tomado el poder político y a la vez

condición indispensable para constituirse a

sí mismo en nación. La conclusión bajo esta

perspectiva es inequívoca, aunque dual:

1. El hecho nacional sólo hace referencia

a una clase social (y, por deducción, a

cualquieras otras subalternas que acepten

el modelo de poder que aquella propone).

2. El hecho nacional debe entenderse,

primordialmente, desde la perspectiva de

lo político.

Marx resuelve e1 punto 1 transformando

el hecho nacional en el hecho internacional.

Ld liberación de clase es la liberación

de la nación, en cuanto la revolución

proletaria pretende terminar con la época

de las naciones e inaugurar los tiempos del

inter[nacioiialismo] . . .

La propuesta leninista sobre e1 hecho

nacional sólo puede adop tar una formulación

táctica por cuanto el problema es observado,

exclusivamente, desde el ángulo

de lo político. Definir la nación como una

serie de características convergentes en una

comunidad humana determinada no ciiestiona

la razón f~liddiiit.1itdd~e su presencia,

ynt. nr?e s vtra ~ 2 1-- p oliticn, i..! ser 6s

te el elemento que proyecta a la comunidad

en su afán de pervivencia.

Un recorrido por e1 prnsamiento antagonista de postguerra 131

cluso. Este último, obviamente, corresponde

a los nacionalismos responsables de las

grandes catástrofes bélicas de este siglo.

No nos interesa, sin embargo, detenernos

en estos supuestos. El objetivo radica en

poder argumentar el papel de und ideología

y la validez de su propuesta en este periodo

de mundialización de las relaciones

económicas, políticas y culturales. ¿Se puede

sostener una visión cosmopolita y nacionalista

al mismo tiempo? 2 . 0 son, acaso,

dos postulados contradictorios e irreconciliables?

En la literatura clásica de la izquierda

queda fijada una posición de desencuentro

(absoluto) entre el nacionalismo y el internacionalismo,

aunqiir este ~í l t imnn o fuese

un concepto igualable al del cosmopolitismo,

o en cualquier caso sólo fuese, a lo sumo,

una visión de este reducida a la dimensión

de clase. (La clase como categoría

histórica que transciende a la nación. Pero

si cGnrcr,imGc= r, clUc todas las cate-5-"-":"--J

sociales lo son por converger históricamente,

entonces tendremos que admitir

que, cuando menos, también la clase es una

categoría historificable, de igual grado que

la nación).

Para que el nacionalismo explosione

con una dimensión de cierta entidad no es

precisa la existencia previa de caracteres

diferenciados. En ei supuesto de que estos

estén repercuten en la naturaleza y el carácter

del proyecto nacionalista, pero no en

su existencia en sí. Basta con que cualquier

clase o grupo de ésta con suficiente proyección

y poder en la sociedad apueste por

la formulación nacionalista para que ésta

se convierta en realidad tangible en la coinunidad

en cuestión. Por el contrario, la

existencia de caracteres culturales diferenciados

si no van acompañados de un proyecto

político que los impulse no son suficientes

para constituir la nación y/o el iiacionalismo.

Y esto además trnirndo en

cuenta que la cuestión cultural hoy, y en el

mundo occidental, cuando menos, es muy

relativizable. Todo ello a condición de despojarnos

de ciertos tópicos que interesadamente

promueve el nacionalismo de los Estados

realmente existentes. «Para construir

el estado-nación burgués se necesita que

haya unos clcmcntos en los que basarse,

peru conviene remarcar que la sola existencia

de estos elementos constituyentes

tampoco basta para hacer aparecer a la nación.

Es necesario que una colectividad reivindique

este legado que muchas han perdido

por completo, y esto se hace cuando

un conjunto de hombres sienten que vale la

pena recuperar estos signos distintivos,

que los unen entre ellos y los separan y diferencian

de otros, porque juntos tienen un

proyecto colectivo: el programa de construcción

de un tipo de sociedad que el grupo

cree que sólo puede realizar con su libertad

y con su iniciativan.?

El hecho de que Cataluña, Euskadi o

Galicia fuesen reconocidas como nacionalidades

históricas en el texto constitwional

fUe debido a .arias sül~letu -

do a la capacidad de presión política de los

nacionalismos dc las dos primeras. No hubiese

bdstddu Id svld presencia de la «cultura))

catalana, vasca o gallega para imponer

una definición, ya de por sí problemática

en aquellos años, si no hubiesen

existido con determinada fuerza los partidos

nacionalistas de Euskadi y Catalunya.

Se poara objetar ei razonamiento inverso,

es decir, que esos partidos existían e

«impusieron» una determinada redacción

de la constitución, porque detrjs tenían

una cultura específica que los alimentaba.

Pero aún aceptando tal hipótesis no es menos

cierto que quien logra el reconocimiento

de esos hechos nacionales fueron

las formaciones políticas concretas, y no

determinados rasgos culturales autónomos

en abstracto. Para apoyar esta tesis bastaría

en fijarse en lo ocurrido con el caso canario,

en el que sólu después de que emergiesen

partidos nacionalistas con cierta vocación

mayoritaria ha sido posible su

reconocimiento como nacionalidad dentro

del orden jurídico español.

134 Domingo Garí Hnilck

sc está ocultando detrás de ambos análisis

es una determinada posición de clase y un

proyecto político concreto que más allá de

la formación de un estado propio -federado

o no- aspira a la organización o continuidad

de un determinado orden social y

a la priorización dc intereses de grupo en

el contexto de la economía mundializada.

Que luego ello se presente como defensa

de los intereses generales no es nuevo. Los

grlipos y clases sociales siempre han pi-rtendido

que sus intereses son los intereses

generales. Y los intereses, sean generales o

Re, se defiendep. en o! terreno nnlítirn r ---A--'

E1 problema que plantea la mundialización

al nacionalismo «clásico» -aquel que

aspira a la construcción de un E s t a d o tiene

que ver con la fijación de los límites del

poder, su alcance y su inserción en las redes

políticas supranacioridles o eri eritidddes

geopolíticas determinadas. La definición

del terreno de la acción política en estas

circunstancias se torna muy compieja,

imposibilitando una estrategia pan-nacionalista

incluso en el territorio acotado de

una <.nación>o> comunidad>^. En otras palabras,

asistimos al momento final de los

frentes nacionalistas y de las alianzas interclasistas

propias de las evoluciones históricas

acaecidas en estos movimientos.

2. EL NUEVO ESCENARIO DE LA

LUCHA SOCIAL Y POLÍTICA

Ningun espacio representa mejor el territorio

del antagonismo que la ciudad. En

ella sc dcsplicga toda la potencia de resistencia

y de transformación de los ciudadanos.

También se muestra crudamente la

multiplicidad de aparatos de sometimiento

del poder. En este territorio tan delimitado,

pero a la vez tan impredecible, las

alianzas de clases no tienen sentido. El ingente

número de proletarios que han establecido

sus campamentos en las áreas urbanas

despliega su actividad política en un

sentido de reapropiación absoluta del ticmpo

y del espacio en el que conviven. Cualquier

política diseñada para trenzar alianzas

interclasistas refuerza la posición dominante

del capital multinacional c imposibilita

el desarrollo de una democracia radicalizada

en la que los sujetos productores

-de bienes materiales e inmaterialesjueguen

un papel determinante.

El debate que se ha establecido en los

últimos años sobre la necesidad de rescatar

la proyección política del ciudadano se encuentra

en la esfera de problemas generados

por la crisis de la representación política,

y por el creciente ciirstionamiento de

la legitimidad 1 - 1 ~ 1 Fstadn y de las instancias

supraestatales que se han desarrollado.

Si las identidades pueden ser múltiples

en razón de la pertenencia a grupos étnic

o ~a, subculturas urbanas, a la lengua que

se usa, al color de la piel, a los gustos mu

sicales, a las aficiones deportivas o a lo que

se quiera, la proyección política, el sentido

clc 1d ~cspiis¿ii>iLdadc iudadana y- sobi-e

todo la reapropiación del tiempo son elementos

que deben estar desligados de la

pertenencia identitaria con la que cada uno

se ha querido reconocer y ha exigido que

los demás lo reconozcan: mos vernos obligados

a reconocer que para constituir una

identidad moderna necesitamos contar con

el reconocimiento de otros significativos,

pero tambien es indispensabie que ei individuo

mismo elija y redefina su identidad

... en una sociedad moderna es cada individuo

el que está legitimado para decidir

qué pertenencias considera más identificadoras,

cuáles, por el contrario, le parecen

secundarias por comparación; en relación

con qué grupos está dispuesto a emprender

una lucha por el reconocimiento y en

relación con cuálcs no,>.'

La existencia de una ciudadanía autónoma

pone en crisis la cuestión de la identidad

nacional coactiva que patrimonializa

el Estado, y favorece la interrelación multicultural

o grupa1 que los individuos libremente

prefieran escoger. Es la ciudadanía

cosmopolita la que pone en crisis a la ciuUn

recorrido por el pensamiento antagonista de postguerra 135

dadanía sujeta a la fidelidad nacional. La

vieja solidaridad patriótica permanece como

espoleta del fascismo y como encubridora

de los antagonismos sociales -en el

capitalismo y también en el socialismo-.

Pero no es el cosmopolitismo entendido

como sucedáneo del patriotismo en la búsqueda

de la solidaridad humana tal y como

lo plantea Nussbaum al argumentar

que «el énfasis en el orgullo patriótico es

moralmente peligroso y ~ U Pe, n ~í l t imaii istancia,

subviert~ alguno de los objetivos

más dignos que el patriotismo pretende alc-.

fizir: rn n--r o- Ji-o- - .mr - -n, ln e! de 1 1 Uni&d EICienal

en la lealtad a los ideales morales de

justicia e igualdad. Precisamente, lo que

me propongo argumentar es que hay otro

ideal que se ajusta mejor a esos objetivos;

un ideal que, en cualquier caso, se adapta

mejor a nuestra situación en el mundo contemporáneo,

y que no es otro que el viejo

ideal del cosmopolita, la persona cuyo

cu~riyrurriisud iurcd tu& id C U I I ~ U I ~ ~dUe~ U

los seres humanos ... El accidente de dónde

se ha nacido no es más que esto, un accidente:

todo ser humano ha nacido en alguna

nación. Una vez admitido esto ... no

debemos permitir qiie diferencias de nacionalidad,

de clase, de pertenencia étnica

o incluso de género erijan fronteras entre

nosotros y ante nuestros sem~jantes»~.

lJor contra, hablo de cosmopolitismo

sólo en su sentido postnacional, como negación

de la identidad nacional, o si lo prefieren

como refutación de que la identidad

nacional sea, por necesidad o imperativo,

el principal elemento identitario de los ciudadanos

que viven en un Estado, o en una

nación sin Estado. Teniendo en cuenta,

además, que la fractura de la identidad nacional

viene tanto motivada por arriba

(marcos de integración política supraestatal,

alianzas militares supranacionales, interdependencia

de la economía mundial)

como por abajo (grandes oleadas migratorias;

miiltietnirismn rn las pohlarinnw dr

un mismo Estado, desarrollo de la red de

comunicaciones), y que el cosmopolitismo,

tal y comv dice Habermas <<nop uede enfrentarse

a la vida concreta del Estado (tal

y comv se hacía en el siglo XIX), por la sencilla

razón de que la soberanía de los Estadvs

particulares ya no consiste en la capacidad

de éstos de disponer sobre la guerra

y la paz),, y esa nueva condición abole uno

de los principales elementos constitutivos

del Estado, y por lo tanto de la relación de

subordinación de las gentes con él, ciiestihn

que coady~iva a modificar «las condiciones

de aiitoafirmación de los pueblos,,,

tanto en lo que se refiere a la jerarquía de

.ieYereS po!iticus, ~ e í ra. !u~ d e 19, <<deberes

moralew7. De ahí que el cosmopolitismo

del que hablo tenga más parentesco

con el intcrnacionalis~iio de finales del siglo

XIX qur con el cosmopolitismo de los

estoicos de la Grecia antigua, que son lus

que están en la base del razoiiamiento de

Nussbaum, o con el del siglo XIX.

Entonces, ¿por qué no hablar de internacionaiismo?

-se podrían preguntar. Y ia

respuesta es que porque el internacionalismo

se apoyaba en la identidad de &se cumo

siistituto de la identidad nacional, y

muclias veces con un mismo sentido metahistórico.

Pero ahora la cuestión no es la

delimitación de marcos objetivos a los que

los sujetos deben de amoldarse -la nación,

la clase- sino la posición que cada sujeto

pretende elegir de forma autónoma. Desde

esta perspectiva puedo resumir mi proyección

identitaria, por ejemplo, con todos los

individuos que luchen contra el cayitalismo,

o con toda la gente que está por un

proyecto de vida no consumisla y dlejada

de la ortodoxia del monetarismo, o con los

que comparto una forma de comunicación

que por intereses culturales y por formación

intelectual resulta indescodificable para

el resto de las gentes.

E1 cosmopolitismo ingenuo de Nussbaum

no tiene en cuenta los cambios a los

que pueden estar sometidos los grupos de

riialqiiipr clase ~ o m ncn ns~ci~iencidae 12s

fluctuaciones y modificaciones en las correlaciones

de fuerza política; es decir, no

136 Dornirzgo Carí Haiíck

incluye el elemento de la táctica y su importancia

en el dinamismo de las sociedades.

En palabras de 1. Wallerstein «la respuesta

a un patriotismo interesado no es

un cosmopolitisriiu sdtisfeclw de sí misrnu.

La respuesta adecuada consiste en apoyar

a las fuerzas que quieran acabar con las desigualdades

existentes y contribuyen a crear

un mundo más democrático e igualitario

»'.

Los derechos polític»s del c-iiiiladaiio

son los que ponen en relación al conjunto

de los indi\/iduos de una cumunidad. Pero

eses lerechnc pditices, que emznzn de !as

instancias de la representación, falsean la

realidad en la que son aplicados. En esto

ticnc quc vcr mucho la sustracción de las

instancias ejecutivas al conjunto de los ciudadanos.

La relación política establecida

por medio de la representación favorece la

creación de grupos de intereses entre los

representantes y el desconocimiento de las

iegisiaciones por parte cie ios represeniados.

El Estado nacional nos dice quiénes

son ciudadanos y quiénes no. Sin embargo,

en la convivencia cotidiana, en la ciudad,

son los propios vecinos los que saben quiénes

ejercen de ciudadanos y quiénes no. El

reconocimiento oficial por parte de las instancias

estatales tiende a establecer cauces

de separación en la medida ((en que la

identificación con un grupo supone descubrir

los rasgos comunes, las semejanzas entre

los miembros del grupo, a la vez que tomar

conciencia de las diferencias con respecto

a los foráneos),". La forma estatal

liberal-socialista, es decir, el marco políticojurídico

hijo de la Modernidad, promete

sólo el reconocimiento de los iguales p o r

ejemplo el de los nacidos en un mismo territorio-,

pero también señala y legisla las

diferencias con los otros -por ejemplo, los

nacidos en otro territorio- asemejándose

así al concepto de la Grecia clásica en la

que las leyes sancionaban, por un lado, la

igi.m!dad entre los a t ~ n i ~ nys s~ils r Pconncimiento

como ciudadanos -es decir, con

todos los derechos políticos- y, por otro

lado, la separación de los diferentes, es decir,

de los bárbaros -gentes sin derechos

políticos, sólo reconocidos en cuanto fuerza

de trabajo-.

Nuestra deuda con el muiido clásico es

por partida doble. Al mundo griego le debemos

el reconocimiento del ciudadano cn

cuanto animal político, y al romano la creación

de los estatutos legales que regulan

la condición del ciudadano. De esa diferencia

se establecen dos propuestas distintas

de democracia. De los griegos la democracia

directa. El ciudddano debe ocuparse

de !es asiintns pií.h!icoc, dehe hablar en la

asamblea y refrendar así su estatus de

igual ante la ley. Su libertad no consiste

tanto en poder asistir a la asamblea sino en

participar en ella. Así queda reflejado en la

Historia dc la Gilerra del Peloyorieso de Tucídides:

.,nos preocupamos a la vez de los

asuntos privados y de los públicos, y gentes

de diferentes oficios conocen suficienterrieriie

id cuhd púbiicd; Y U C ~~ V I I L U~ ~V J

únicos que consideramos no hombre pacífico,

sino inútil, al nada participa en ella, y

además, o nos formamos un juicio propio

o al menos estudiamos con exactitud los

negocios públicos, no considerando las palabras

daño para la acción, sino mayor daño

el no enterarse previamente mediante la

palabra antes de poner en obra lo que es

preciso)). kl mundo romano, por el contrario,

somete la voluntad de los individuos a

los imperativos de las leyes, emanadas éstas

no de las asambleas públicas sino en los

lugares acotados a la representación política,

en los que el ciudadano no puede participar.

No es el gobierno del pueblo tal y

como etimológicamente nos remite la palabra

democracia, sino el gobierno querido (o

para) por el pueblo.

Este pequeño decurso por la historia

nos ha alejado momentáneamente de la

idea central del epígrafe, que no es otra

que la de caracterizar este territorio del antagnnismn,

el riial está ligado dr forma íntima

a la historia de las luchas obreras de

estos últimos treinta años, y al desbrozaI'n

recorrido por el pensamiento antagonista de postguerra 137

miento de los caminos para la apertura de

un espacio autónomo de convivencia. El

primer intento de hegemonía política proletaria

se abre hacia 1848 y se cierra en la

década de los setenta del siglo XX. En ese

siglo largo el movimiento obrero moderno

se convierte en el elemento fundamental

del desarrollo capitalista y a su vez en su

negación más lúcida. Con su trabajo colabora

a dar valor a la producción capitalista

y hace posible los procesos de reproducción

ampliada del capital y del valor de

cambio de las mercancías. Estimula el desarrollo

científico-técnico, que paradólicamente

se convierte en la principal arma del

capital para imponerse al movimiento

obrero. Soporta dos guerras mundiales imperialista~

y merced a los pactos de reconstrucción

de postguerra vuelve a levantar

un impresionante edificio productivo.

El obrero-masa logra imponer un pacto

en la esfera del trabajo -Estado del Biec

, u-, ,u,,,,A,- "m %, q:!iere trlnrcpndor

esas conquistas fuera del ámbito laboral,

cuando critica con dureza la sociedad del

trabajo y alza la reivindicación del no trabajo

y de la reapropiación de su tiempo,

enciende las alarmas del capital. El último

e5ceriario de las t~atdllasd el obrero-rriasa sr

exliende por Europa y América: <.La composición

de clase en la sociedad-fábrica

presenta UIM Íigurd que juegd u11 ydyei cidve:

el obrero inasn. El trabajador ligado a la

producción en cadena n« sólo es el auténtico

protagonista del desarrollo económico,

sino también del gran ciclo de luchas de los

años 68-70 que se extiende por toda Europa

y USA. Con el pasan a un primer piano

las luchas autónomas basadas en formas de

autoorganización, al margen de -y muchas

veces contra- los sindicatos. La mitificación

del mayo del 68, oculta el otoño

caliente del 69 en Italia, los enfrentamientos

del 70-71 en el Estado español ... y, en

definitiva, esconde un ciclo de luchas generalizado

que muestra la fuerza estructural

y homogeneidad política alcan7ada por

este obrero-masa en los principales países

occidentales. Un ciclo que rompe, por primera

vez después de más de veinte años,

el lJlan del capital, y que ataca directamente

la estabilidad política del Estado>>l0.

La crisis energética de 1973 se viene a

sumar a la crisis por saturación de las esferas

prodiictivas fundamentales de esta

etapa: el automóvil y la petroyuímica. Tainbién

el desenganchr del dólar del patrón

oro en 1971 trastoca las reglas del juego de

postguerra al dar a esta moneda nueva libertad

para convertirse en instrumento de

libre dimensionamiento de la iniciativa capitalista."

Finalmente el aumento del gasto

público de forma desorbitada instala de

manera permanente las tendencias inílacionistas

en la economía mundial, y sanciona

de esta manera la crisis del Welfare

Stnte.

Ante la apuesta decidida que ha hecho

el movimiento obrero en ese momento de

neutralizar la iniciativa capitalista, la contr.&

nciva de hcto ccncicto en o! rosniio- 1-'

brajamiento de la fortaleza proletaria atacando

la composición de clase del obrero

nacido en el transcurso de la segunda revolución

industrial. ((Desde finales de la

década de los setenta, se impulsará una

crirripleja irigenier-ía social q u r marca el paso

del Estado-Plan al Estado-Crisis: inflación

primero; crisis abierta despuws; y sobre

iudu, Uesceriirdii~dciúry~~ uCiu~iivUdi,-

fusión del trabajo negro (a domicilio, sin

contratos, etc.) y un largo etcktera cuyo resultado

es fraccionar el proletariado en dos

sectores básicamente: un sector central, formado

por los obreros de las grandes empresas,

sindicalizados, con ei puesto de trabajo

seguro; un sector marginal o periférico

integrado por obreros con trabajo

precario, parados...»".

La crisis de los setenta hizo ver a niuchos

que se había llegado al final de una

etapa histórica. El obrero-masa, el obrero

de la segunda revolución industrial -esa

bestia extraiia nacida entre el campo y la

ciudad, al decir de Negri- había consumido

su ciclo vital. La proclamación de su

138 Domingo Garí Howk

nacimiento llegó cuando sus días tocaban

a su fin. Todo su instrumental de lucha -

sindicatos y partidos obreros- surgido

con el inicio del siglo XX se quedó obsoleto

en el tránsito desde la subsunción formal

de la sociedad en el capital a la subsunción

real, pero ahora en el marco planetario".

La posmodernidad se instaló

entre nosotros para declarar la victoria del

capital reconstituido. El espacio privilegiado

de las luchas obreras -las fábricasdeja

de serlo. El movimiento obrero clásico

pierde la centralidad en cuanto sujeto productivo

y también en cuanto posibilidad

del comiinismo. La posibilidad de un nuevo

sujeto emerge desde el fondo de las ciudades,

pero sometido ahora a un nuevo

proceso de socialización individualizado y

aislado. Es la lectura de una derrota, pero

asimismo de la posibilidad de la articulación

de nueva5 formas de lucha: «en la metrópoli

hay un uso del tiempo según camines

in&vi~ii,?~izlPP' ~n~nY.." .'.. la intcgr2 t'""Y"'

ción ya no se hace en plan masivo y

grosero, sino clasificando a los individuos,

ligándoles a una identidad. Hay una táctica

individualizante -lo que Foucault atribuía

a un nuevo poder pastoral- y que coexiste

con una nueva configuración mucho

más represiva del Estado democrático ...

... La nwtrópnli aparece como un mo-

~ l ~ t x iti.1u1 id i u ~ i l dCi t. &be>, y d id \,uC,U -

mo algo completamente nuevo que corta

rddicalrnerite con el paba~i.o.. Si se descuida

la novedad que comporta la metrópoli,

se lee nuestra realidad próxima exclusivamente

como la narración de una derrota

política»".

En este nuevo escenario la democracia

representativa se torna en un freno; es más,

en una expropiación del terreno de la política

al conjunto de los ciudadanos productores.

Se utiliza el nombre de la democracia

como justificación de cualquier perversidad

emanada de los propios poderes

públicos -legislaciones antiterroristas, financiaciones

secretas, férreo control de los

grandes medios de comunicación, traspasos

de parcelas de soberanía monetaria y

militar a instancias completamente alejadas

de la representación política, etc.- y todo

ello justificado con el argumento de que estamos

ante el amejor de los regímenes políticos,

aunque no sea perfecto».

Si la interpretación dialéctica de la historia

ha llegado a su fin, y en política esto

se traduce en la futilidad de las luchas y en

lo incuestionable de la forma-estado-democrática,

no nos queda más remedio que

romper con la dialéctica, y reivindicar una

historia siempre abierta, en la que no se

parta de los aprioris tesis-antítesis-síntesis.

sino de un dislocamiento que fracture esa

lógica hacia una apertura incesante de antítesis.

Es la plena valide7 del vi~oinn deleuziano,

o de la pnealogía foucaultiana.

Esta nueva forma de entender los procesos

de lucha requiere instrumentos de acción

que superen los moldes de los partidos

de vanguardia, o de masas, y de los

.-;-A;"-t-n ydc Gspi rcrL iG ..-;L<--";Ad

L L L L L L L L . L " a u1 U L L L U L L " ' L Y

centralización de las respuestas ciudadanas.

No sólo la con~posición «objetiva de

clase,, tal y coil-io lo entei~díae l viejo mar -

xismo define la capacidad de lucha y de

portador de alternativas en esta sociedad

informatizada. Más allá de lo aiilericir; la

conciencia y la predisposición social einergen

como potencialidad transformadora.

.(Cii id ~i~e i~ú p uIIVi i ,i ldy ili expiosiún ni

implosión de «lo social)). En la metrópoli,

«lo social» cxccde a ln clrisr social, y se pone

como multiplicidad»".

La demostración de lo que estamos

planteando fue las luchas de la autonomía

obrera en la ltalia de los alios setenta. La

ruptura de la lógica de la dialéctica. Ida superaci6n

de los partidos políticvs de Id vieja

izquierda, la crítica del trabajo y la reivindicación

de la reapropiación de la riqueza

socialmente generada, dinamizaron

u11 movimiento social de envergadura revolucionaria,

sólo frenado por la acción

cvmbiridda de una colosal represión de la

acción de un entramado complejo terrorista

encausado, financiado y estimulado por

Un recorrido por el pensamiento antagonista de postguerra 139

el aparato de Estado italiano, en combinación

con los servicios secretos de EE.UU.

Todo aquello se llamó la operación Gladio,

de la que tuvimos noticias fehacientes después

del fin de la 1" República, tras la caída

del bloque oriental. <.La experiencia de la

mtonorriía es la rotura de la relacih entre

salario y trabajo, la descuriexión entre la

fuerza de trabajo y su precio. En realidad

es mucho más ... Cuando el querer vivir reivindica

la riqueza toda y ahora, deja de ser

fuerza de trabajo porque su valor es a la

vez nulo e infinito>>lh.

Por todo ello el nuevo marco de lucha

antagonista está situado ahora en los espacios

metropolitanos. Y por ello mismo es

imprescindible para los ciudadanos que reclaman

una democracia radicalizada descender

el marco de la soberanía desde las

instancias estatales hacia los espacios de

convivencia real de las gentes. Para que la

democracia directa pueda funcionar es ne-

. .

n - r e A n r ~L-hhlnna11v.- c n n A ; r ; i ~ n ~ncr nniri-ic

L L 0 C L L . U L d L L % L . L L L L L L..&. <<,. ... .. .~,...,. Y ' "Y '-

para que la participación pueda ser efectiva,

tal y como ha quedado demostrado en

el ejemplo que vimos en el capítulo uno

cuando estudiamos los ensayos llevados a

cabo en la ciudad de Porto Alegre en

Brasil.

Desde las concepciones más tin-ioratas

de la filosofía moral sc acentúa el argumento

de ia i~ividbiiiúdd de ia Lit.~~lu~~eicia

participativa alegando los peligros emanados

del egoísmo de las gentes: ((Tal conio

señalamos, una de las respiiestas de la izquierda

al problema de la pasividdd ciudadana

consiste en otorgar a los ciiidadanos

mas poder por medio de ia acmocratización

del Estado de bienestar y, más en

general, por medio de la dispersión del poder

estatal en una serie de instituciones democráticas

locales, asdmbleds regionales y

tribunales de apelación. Sin embargo, el

énfasis en la participación no alcanza para

explicar cómo podemos asegurar que los

ciudadanos participen responsablemente,

es decir, con espíritu de servicio a la cosa

pública, sin egoísmo ni prejuici«~»~C'.l aro

q ~ s~i coem o parece desgajarse de este tipo

de interpretación la imposibilidad de la democracia

directa estriba en la propia condición

humana, no tendríamos más remedio

que retornar a la interpretación hohhrsiana

y seguir reclamando la pertinencia de

un Estado fuerte que sea capaz de poner

orden y ecuanimidad a una subespecie incapaz

de gobernarse a sí misma. «Mucha

gente de izquierda ha tratado así de obviar

el problema de la ciudadanía responsable,

(<disolviéndoloe n el problema de la deiriucracia)).

Esto los ha llevado a su vez a <.defender

la toma colectiva de decisiones como

la solución de todos los problemas de

la ciudaclanía,>. Por desgracia esta fe en la

función educativa de la participación parece

excesivamente optimista ... Parece claro

que la izq~~ierdnao ha encontrado todavía

iin vocabulario de la responsabilidad corique

sentirse cómoda ni un conjunto concreto

de políticas que permitan promover

eczs recpncahi!idadec~~". Y mientras PSP

nuevo vocabulario no aparezca, parecen

querer decir que los caiicrs dr la representcicih

son la única garantía de una deniocracia

que quiera preocuparse por los derechos

sociales del ciudadano, aquellos que

garantizan las necesidades básicas del ciudadano,

tal y como lo reflejó Thomas Mrirshall

y que aquí recogemos del libro citado

3. A J - 1 . r - - . . L . . - r , - - A - --L- "-..-L:-.-

u c n u c l a LCJI LuLa, - \uc3uc cata y c1ay c c~Y> a ,

es ciudadano aquel que en una comunidad

política goza 110 sólo de dereclros cioiles (libert'ides

iriciib i d ~ l d k )e,n los que insislen

las tradiciones liberales, no sólo de derechos

polítict~s (participación política), en los que

insisten ios repubiicanos, sino también cie

derechos sociales (trabajo, eiiiicación, vizlietida,

suli~ifp,r cstaciun~ss ociales e11 tiempos d e especial

mlnerabilida~i).L a ciudadanía social se

refiere entonces también a ese tipo de derechos

sociales, cuya protección vendría

garantizada por el Estado nacional, enteridido

no ya como Estado liberal, sino como

Estado social de derecho,>. Estc círculo nos

lleva de nuevo a la pertinencia del Estado

como único agente garante, por medio de

140 Domingo Gnrí Hnyek

la Constitución, de los derechos ciudadanos,

incluidos los derechos sociales. El Estado

no es aqui contemplado como concomitante

del capital, sino como intermediario

entre este y la sociedad. La libertad y

junto con ella los derechos del ciudadano

no serían más que una progresiva rxpansión

del derecho a travks de las reformas

pertinentes de 10s marcos constitucionales.

El barco hace agua por todas partes. Si

el Estado normativiza las relaciones entre

los ciudadanos en nombre de la soberanía

depositada en él, pero si resulta que la tal

soberanía hace tiempo que no se sabe en

qué lugar se encuentra -transferencia de

soberanía a instancias supraestatales, algunas

electivas y otras no (UE, multinacionales,

FMI, BM, 0MC)-, ¿quién se responsahiliza

de los recortes sufridos por los ciudadanos

en sil? derechos sociales? por no

hablar ya del derecho de las minorías y de

las poblaciones inmigrantes. Ese círculo

q1-1e nes zihscrhe en cu !ógics de -.:n !%,tndv

mutilado, imposibilitado para sacar adelante

los derechos progresivos conquistados

por los ciudadanos, no se corresponde

con el papel que cumplen los Estados a la

hora de garantizar los niveles óptimos de

acumulación de capitales. Digamos que la

injquina represiva permanece muy bien

engrasada. Existe pues una falacia cuando

se habla de !a ci-isis Ud Csiadc) ri, cudlido

menos, al no delimitarse el alcance de esa

crisis. sí, hay crisis, pero hay crisis hacid

arriba, en la reldcióri drl Estado con las instancias

superiores. Pero nu hay crisis hacia

abajo, en su relación con los ciudadanos, o

no en todo caso, en su ejercicio de control

y represión de las comunidades subestatales

y de los individuos. ¿Si el Estado, por

tanto, no defiende al individiio del capital

globalizado, quiPn lo defiende? Nos deslizamos

aquí por el terreno del fetichismo de

la democracia representativa y por la insistencia

en su circularidad inmovilista,

magistralmente descrita por Negri: (<Epl arlamentarismo,

y en general toda forma de

coiistitucionalisriio represeritativo, niega,

por definición, la autonomía del hecho normativo,

quita y distorsiona el reconocimiento

de lo intolerable y no sabe concebir

la temporalidad real si no es como resultado

de medidas y procedimientos preestablecidus.

Un sofisma los domina: lo nuevo

y lo viviente quedan eliminados para que

la innovación y la vida puedan ser reguladas.

El momento constituyente no puede

ser definido, nominado, más que por el orden

con~tituido~~'~.

Si como venimos planteando a lo largo

de este epígrafe la concomitancia del capital

y del Estado es un fenómeno propio del

capitalismo postfordista, la apelación a

aquél como garante de la autonomía de los

ciudadanns no puede entenderse más que

como una broma de mal gusto. Al sostener

que los ciudadanos deben de optar y mantener

la identidad que ellos prefieran, rcconocerse

en el grupo o los grupos que

más les convengan, no es porque el Estado ..-- --.. L"-l:.J-J -. i i L G i i i r c r i b c i urici Aritíi I i r u r h a u u a u j rnüc!io

menos proteja esos intereses, sino es precisamente

contra la acción del Estado contra

la que se sustenta esa ideiilidd elegidd.

Podríamos poner múltiples cjcmplos que

atestiguasen esto. Pero basten unos pocos:

Si qiiiei-o reroricicrrrrir rritrr el grupo de los

inniigrantes que no tienen papeles, o entre

los okupas, o entre comunidades que prei

e ~&i U~II~ e jercicio autónomo más aiiá cie

las leyes del mercado, etc., sólo puedo esperar

del Estado una acción represiva tendente

a la eliminación de esos comportamientos

n» reglados. El Estado liberal es

una institución destinada a promover y garantizar

la lieteroriomía, frente a los intentos

individiiales o grupales por el recoriocimiento

de la autonomía. No es ni siq

~ ~ i eproas ible una lectura radical del liberalismo

en lo referente a este tema tal y como

pretende Adela Cortina cuando afirma:

<<Slio s sujetos han de elegir su identidad y

negociarla, el Estado ha de optar por aqiiella

forma que permita la coexistencia del

más amplio número de formas de vida, como

es el caso de la defensa de la autonoUn

recorrido por el pensamiento antagonista de postguerra 141

mía, desde la que una persona adulta puede

elegir también una forma heterónoina,

siempre que el ingreso en ella 110 sea irreversible),".

Muclio menos una lectura del

liberalismo a secas tal coino plantea

Ralws al selialar que el Eslado debe de yermaiiecer

rieutral frente a las distintas concepciones

de vida que los ciudadanos elijan.

La visión de la neutralidad sólo es entendible

desde una percepción del Estado

como un ente extraño. ajeno a la sociedad.

Pero sabenios que iio es así. El Estado emana

de la propia sociedad, surge de sus entrañas

y pnr PSO 110 rahp entre w s oprinnps

la neutralidad. Las dialécticas de lucha Estado-

sociedad así lo evidencian a través de

-l a- h- .i- c -t -n .,r- ia Fn la Icirtiira gramsciana de! Es- & - . - - . - - - - - - - - -

tado la sociedad político y la s o c i d a d civil se

reconocen en una relación compleja con

-",,'.l "y"L" U"m" ''U3 c".",,;",AL3A" "" @tiCY C \ ? E G

sociedad civil se manifiesta de distintas

formas el poder de las clases dirigentes,

tanto por medio de aparatos estatales (parlamento,

gobierno, ejército, magistratura,

etc.) como de organismos privados ( medios

de coinunicación de masas, instituciones

financieras, trust industriales, etc.).

Cuando la esfera de la hegemonía ideológica

se debilita se recurre a Id f u e r ~ ac oercitiva

del Estado para perpetuar la condición

de mando de la clase dirigente; es éste

el momento del fascismo. Es, entonces,

cuando los componentes siibalternos cle la

sociedad civil pierden autonomía en beneficio

de la heteronomía que impone la

sociedad política. Por contra, cuando las

clases dirigentes establecen su control por

medio de la ideología y por la acción represiva

del derecho, estamos ante la democracia

reprcscntativa. Para Cramsci cs

muy clara la función del derecho a este respecto:

.La función de la sociedad política

es el ejercicio de la coerción, la conservación,

por la violencia, del orden establecido.

En este sentido, no se limita simplemente

al campo militar sino que abarca

también el gobierno jurídico, la coacción

<<legal,>E:l derecho es el aspecto represivo

y negativo de toda actividad positiva de

formación civil desplegada por el Estado))",

quien a su vez es descrito como la

suina de la sociedad política y la suciedad

civil, tanto en su momento de liegemonía

con10 en el de coerción: <<Estadoe, n su significado

integrdl, us dictadura + hegernoníax2'.

La cuestih que aquí nos interesa señalar

es que el equilibrio se ha roto por el

lado del Estado en la medida en que éste

ha reforzado los mecanismos dr mando y

curitrol sobre la sociedad, por mediu de la

multiplicación y concentración de los aparatos

d e rnntrnl y de $ 1 s~ i. lstrar:~inn a la acción

de la mayoría de los componentes de

la sociedad civil. Es evidente a este rrspecfo

e! n ~ n o ln i iu iiionan Inc grlnXol

de comunicacih y las instancias decisorias

sobre las grandes cuestiones claves que

abra vn a~.icfitarci n iri:;t;tüci::ri~í a!cJ; adus

de la propia democracia formal (OMC, BM,

FMI, etc.).

El proyecto cosmopolita del que hablo

tiene que ver con la identidad que se forja

en la consecución de un proyecto de vida

que englobe como criteriu central la reapropiación

de la ciiidad frente a su acelerada

deriva mercantil, lo que incorpora la

concepci6n de la ciudad como un espacio

democratizado. <<Unac iudad en la que no

cupiera "instalarse" sin vivir realmente en

ella: donde en lugar de estar protegidos

por ordenanzas municipales y porteros

profesionales o guardas armados, hubiera

que arreglárselas con la vecina de abajo para

volver cuando se sale de noche, o con la

de enfrente para hacer compatibles el horario

de nuestro estudio y el de sus ejercicios

de saxofón ... El modelo dc una ciudad

donde no sc regularía el conflicto venial;

donde la responsabilidad por la paz y convivencia

del barrio rccaería en la gente envuelta;

donde la acción colectiva tendría

que servirse de alianzas en influencias pcrsonales

sin poder apelar a und impersonal

instancia superior que ni está implicada ni

es personalmente responsable de las consecuencias

de su decisión. Uiia ciudad "de142

Domingo Gnrí H~zy~k

liberadamente densa, deliberadamente

desccntrada, deliberadamente desordenada",

du~ideId expresión y consiguiente colisión

de peculiaridades de intereses personales

no sólo no sería reprimida, sino

que operaría como catalizadora y canalizadora

del conflicto. Así y sólo así, pensábamos,

las tcnsioncs particulares o las diferencias

negociables no alcanzarían un nivel

dc violencia sublimada, sorda e impersorial

-tal sería en fin el modelo de una ciudad

cosmopolita capaz de integrar la diferencia

en lugar de esconderse y protegerse tras las

rejas con que el Estado y el Mercado la han

tendido a zonificar*".

Es una apuesta que incluye el nivel

educativo, o pedagógico, de la convivencia.

Pero una educación que no es necesariamente

recibida en el marco de la escuela o

del instituto -aunque ello ayudaría- sino

en la convivencia cotidiana y en el hecho

de compartir espacios dc libertad con los

diferentes; tambiPn ron los tienen un

proyecto de vida diferente, pero que aspiran

a la consecución de la autonomía. Colocándonos

en el lado más ortodoxu de las

identidades, aquellas que enfatizan demasiado

en la procedencia éti-iica o cultural

-en su sentido antropológico- también

encontraríamos los mismos requisitos para

apuntalar un proyecto de respeto y sobe-

&-- ~ 3 . i&-; . pur !? a~tencrni~Sis.t o c3 cicrto mbrc

todo si coincidimos con Georges Bataille en

la afirmación de que soberano es el sujeto

quc sc niega a ser siervo y se afirma como

scñor, para lo cual debe producir una ruptura

entre los elementos que hacen posible

id disii~lciúiel ntre ei soberano y ei cscinvo.

«Lo que distingue a la soberanía es el consumo

de la riqueza, cn oposición al trabajo,

a la servidumbre, que producen las riquezas

sin consumirlas. El soberano consume

y no trabaja, mientras que en las

antípodas de la soberanía, el esclavo, el

hombre sin recursos, trabajan y reducen su

consumo a lo necesario, a los productos sin

los cuales no podrían subsistir ni trabajar

»". La ruptura es, claro está, la reapropiacih

de la riqueza generada socialmente.

No irnpvrta tanto, entonces, la comprensibn

de los elementos identitarios del

«otro» como la imbricación con él para un

proyecto de transformación social. No es

suficiente con aprender a reconocer la liumanidad

allí en donde se encuentre ni a disuadirnos

de que recoriozcamos los rasgos

ajenos y dejemos de verlos como extraños,

tal y como plantea Nussbaum. Muy bien

podría llevarnos ello a esa neutralidad de

la que hablamos más arriba, sin que por el

contrario se rompa el círculo de la exclusión

y de la miseria. Se puede comprender

al «otro» desde el narcisisnlo y sin cuestionar

el liecl-io de los privilegios. Siempre

que no entre en escena el reclamo de la

igualdad, la «comprensión» estará más

ubicada en el terreno de la estética que en

e1 dr la política. «Lo que se necesita, desde

el punto de vista de la ediiración, no es

aprender que somos ciudadanos del mundo,

sinG n i ~ occ cpa-er :?E ni&= .---+;,-.l--

1- Y"' """""

en un mundo desigual, y que ser desinteresado

y global por una parte y defender

los propios cstrechos intereses por otra 110

son posturas opuestas, sino posturas que

se combinan de formas muy complicadas,,".

Pensar globalmente y actuar localniente,

ésta es la máxima en la que se inspiraron

!os piiii-tei-üjm uvi i i i ie~~ioesc usucidiistas

a comienzos de la década de los ochenta,

y este aserto sigue sieiido válido. No

5610 la economía está globalizada. También

el aire y el agua, la capa de ozono y la contaminación

de los mares, el sida; en fin,

muy pocas cosas escapan a su estera, y la

prii~cipal de ellas es el acceso generalizado

a la riqueza, que en absoluto esti globalizado.

l'ero una vez plasmadas estas obviedades

no olvidemos que ello no depende

de cambios desde arriba que se puedan

producir en el sistema educativo o eii las

legislaciones nacionales e internacionales,

sino en una acción de lucha que modifique

las pautas actuales de la división internacional

del trabajo, que ahora ya no afecta

Un recorrido por el pensamiento antagonista de postguerra 143

en función de los espacios territoriales sino

de los lugares que se ocupan en el proceso

productivo. Cuando las personas comiencen

a politizar sus acciones cotidianas

y a construir comunidad política más allá

de los Estados, será cuando podamos hablar

de nuevo de ciudadanos en el sentido

amplio de su significación. Sólo así será posiblc

extender los beneficios de lo que se ha

denominado la ciudadanía social al conjunto

dc los seres humanos.

Pero para ello la acción local es imprescindible,

empezando por producir una

ruptura en un modelo comunicativo que

sólo es emisor de ?~nñi;cijcp cr= yue no es

nada proclive a ocupar el papel de receptor

y, peor aún, qur imposibilita la comunicación

interactiva entre los ciudadanos,

encerrando a cada tino en iina esfera individualizada

y sometido a un bombardeo

incesante de ofertas programadas y dc

desconfianzas recíprocas. Encerrados en

una falsa timidez generadora de frustraciones

que narró ~ r i ~ ~ i s i i i i h e i:tiailro &!-

NOTAS

Marx K, Engels, F.: El mmifit~stoco nzunistn en

OhAE -9 O h r n ~C ~ PM arx y F,ngc>lsC. rítica,

1978, Barcelona, pag.154.

Breuilly, John, Nacionalismo y Estado, Pomares-

Corredor, Barcelona, 1990, pag.48.

Fontana, Josep, \\El nacionalismo esti aquí

para quedarsen en Vicjo Topo, n" 102, Diciembre

1996.

%id.

Cortina, Adeld, Ciiltindurios del miirido, Alianza,

Madrid, 1997, pag. 199

Nussbnum, hl.C., Los li'vnites pntviotisnio,

Paidós, Barcelona, 1999, pp. 14-18

Hahermas, Jürgen, Jdcntidad~s riacionales y

~rostriilcioriillcsT, ecnos, M~d r i d1,9 89, pp. 117-

120

Wallerstein, T. , <<Npia triotismo ni cosmopolitismo),

en Los iíi?i~tes drl patririti~nro, pag

151.

Cortina, A,, op. cit.pag.40

vino cuando, en una de sus ciudades imaginadas,

llamada Cloe, comprobó «como

las personas pasaban por las calles y no se

conocían. Al verse imaginaban mil cosas

unas de las otras, los encuentros que podrían

ocurrir entre ellas, las conversaciones,

las sorpresas, las caricias, los mordiscos.

Pero [en la que] nadie saluda a nadie,

la< miradas se cruzan un segundo y después

huyen, buscan otras miradas, no se

detienen.))

Para transcrnder a Cloe, que es en realidad

nuestra ciudad, hay que ganar un espacio

en el que «las calles de una ciudad no

p!lnificada !sean] la 1-ínica a l t~rna t ivap ara

el establecimiento de una relación recíproca

entre extraños; una interacción en la que

el gesto es hecho y devuelto, la palabra dicha

y respondida+. Una apuesta encaminada

a rescatar el territorio de la política de

manos de sus secuestradores, para poder

garantizar la supervivencia y construir la

disutopía, hoy más posible que nunca, de

!a !ibcrtaU j. dc !a i p d d s d .

10 L6pe~ Petit, S., Errli'e rl ser y cl yodci: Llna

apuesta vor el gucrer zliz~ir,S iglo XXI, Madrid,

1994, pp. 33-34

11 Negri, T., Fiu de sizlo, Paidós/ICG-AUB, Barcelona,

1992.

12 López lJetit, op. cit. pag. 35.

13 «"sobre la bdse de Un ;modo de trabajo preexistente,

o sea de un desarrollo dado de la

f u c r z ~d c trubajo :. de !a rr.o&!idd l ahi r~!

corrcspondicntc a esa fuerza productiva, sólo

se puede producir plusvalía recurriendo a

la pvnlnngnc-ión d ~ tilem po de trnbaju, es decir,

bajo la forma de la pluszulía absolutn. A esta

modalidad, como única forma de producir la

plusvalía, correspond~ pues la subs~luicióiz

fi)rliial del trnbiljo cvr el c~aprtal". "Las fuerzas

productivas sociales del trabajo, o las fuerzas

productivas del trabajo directamente social,

cooperación, a la división del trabajo dentro

del taller, a la aparición de la maquinnuia y en

gcneral a la transforiliación del pruceso productivo

en iqdicación constante de las ciei-icias

naturales, mecánica, química, rtc., y de

la trcr~ología, etc., con determinados objetivos,

así como los tvnbajos en p a n m a i a corrcspondicntes

a todo esto ...; este ciesairollo

de la fuerza productiva del trabajo sociali-

~ d d.o.. y con él la aplicnciotz de la cirlicla ... al

proceso it7inediato de produrrr~ín; tndn ello se

presenta como flicrza productiz~a del capital ...

La mistiticación implícita en la relación capitalista

en general, se desarrolla ahora mucho

más de lo que se había y se hubiera p«-

dido desarrollar en el caso de la subsunción

puramente formal del trabajo en el capital),.

..Ed iiiisiiiu iiiudu que se pue& consiacrar

la producción de Id plusvalía absoluta como

expresión material de la subsunción formal

del trahajn en el capital, la producción de la

plusvalía relativa se puede estimar como la

subsunción real del trabajo en el capital"^^

Marx, K., El Capital Libro 1, Capítlrlo V1 Inédto,

Tra. Cast. Siglo XXI, en Toni Negri ,oy. cit.

pp.76-77.

14 López Petit.op. rit. pp.36-37

15 Ibid. pag. 62

16 Ibid. , pag. 83

17 Will Kymlicka y Wayne Norman, uEl retorno

del ciudadano, en La Pulitica, Kcvistu dc

esludios sobre el Estado y la sociedad, N 3,

Paidós, Octubre, 1997, p. 15

18 Ibid., pp. 15-16

19 Negri,T., op. cit. pag.157

20 017. cit. Pag. 205

21 Portelli, Hugues, Cvanisci y el kloqtrt. Iiistórico,

Siglo X X I , Mexico, 1977 [1972], pag. 28.

22 Ibid.. pag. 34. La cursiva es mía.

23 Rupcrt De Ventós, X. , h'nciorialis~nus. El laber

! n t o de 117 i d e ~ ~ t i d a dE,b pdsa, Madrid, 1994,

pag. 135

24 Rataille, Georges, Lo [ p r e ~ l t i r n d op or sobeva-

~ í ~ zP,i~ idí>s/1CC-UAPi, Darcelurid, 1996

119761, pag. 64

25 1. Wallerstein, op. cit. Pag. 131.

26 Rupert de Ventós, op. cit. pag. 114