VEGUETA, Número 5, 200U 297

GÉNEROS Y MODERNIDAD EN LA ESCULTURA

ESPANOLA DE FINES DEL SIGLO XIX

Una aproximación a través

de seis piezas del Prado depositadas en Canarias

Carlos Reyero

Resumen: Se analiza un grupo de

seis esculturas que pertenecen a las co-

!eccinnt.c de! Mficeo de! Prndc Fstán depositadas

en el hluseo de Bellas Artes de

Santa Cruz de Tenerife desde 1908. Estas

piezas fueron expuestas en Madrid, poco

después de esculpidas o modeladas

por sus autores (Moratilla, Carrctcro,

Menéndez Entrialgo, Cabrera, Ridaura y

Coullaut-Valera), con motivo de las exposicones

nacionales celebradas en 1867,

1897, 1899 y 1901. A pesar de que la crítica

contemporánea subrayó ia importancia

de los temas para valorarlas, cstc

viejo punto de vista contribuyó a reflexi--

3r iobri !as rnodcrnsi tcxdcncix m

la escultura española del siglo XIX.

Palabras clave: rsrulti~ra-siglu XIX,

crítica de arte. arte es~aGo1a. rte en Catianas.

cxposicioncs, museos.

Abstract: The object of analysis is a

group of six sculptures, tliat belongs to

thc Prado Muscum Collections. They are

deposited in the Fine Arts Museum of

Santa Cruz de Tenerife from 1908. These

pieces were exhibited in Madrid, soon

after they were carved or modeled by

their authors (Moratilla, Carretero, Menéndez

Entrialgo, Cabrera, Ridaura y

Coullaut-Valera), on the occasion of the

national exhihitions celebrated in 1867,

1897, 1899 y 1901. In spite of contemporary

criticism emphasised the irnportance

of subjects in order to appraise them,

this old point of view contributed to

think over nmdern trends in nineteenthcentury

spanish sciilpturr.

Key-words: sculptuue-iiiizetcciitl~ cciifury,

art criticism, spanisli a??, art i i ~C a-

Ilrrl.?/ Islairds, ~.ñ.l~~bitioi~lsI, I ~ I C P I I I ~ C .

La desaparición de los géneros constituyc,

cn cl fin de siglo, un síntoma de la

pérdida de tradicioiies académicas que, antaño,

imponían la consideracih de las

vbras de ark coi110 representación, antes

que como solución a específicos problemas

plásticos. Se trata, en definitiva, del punto

de partida hacia su definitiva modernización.

En pintura, en concreto, en la ultima

década del siglo, ha quedado prácticamente

borrado el concepto de género como criiciiu

cidsilicciiuriu y, I I ~ U L ~ LIUI L ~ I j~wUd1-~ ,

quizador, por más que los críticos, casi

siempre más retrogrados que los propios

artistas, inante~igarei sas anteojeras a ia hora

de juzgar las pinturas, incluso cuando

muchos de los antiguos géneros, como la

pintura de historia, ya no existían como tales,

y todo invitaba a juzgar pintura y no

temas pintados.

En escultura, en cambio, el problema es

distinto. El fenómeno de la rspecialización

y jerarquización de escultores, en función

del género tratado, no rxistía, desde mucho

antes de la renovación finisecular, más que

para diferenciar la estatuaria y las grandes

piezas de los bibelots y las objetos decorativos,

y, por supuesto, en ese sentido continuó

existiendo. Pero en lo que se refiere al

específico problema del género como el

modo de tratar un determinado tema, la

escultura se había prestado, tradicionalmente,

a menos distingos que la pintura.

Nunca se habló -y es bien significativo- de

escultor de historia, de cscultor de monumentos

o de escultor de anecdotas, por yoner

tres ejemplos que se podían haber dado.

Y eso era así porque los grandes

escultores pasaban d t unos temas a otros,

de unas tipologías a otras, aplicando unos

mismos saberes t6rnicns y est4tiros.

Por lo tanto, la forzada utilización, por

parte de los críticos finiseculares, de una clasificación

por generos de las piezas expiir.;-

tas en las Nacionales, que, sin duda, era el

certamen donde se podían ver más cantidad

y variedad de escultura, no debe interpretarse

como una simple facilidad impositiva

derivada del acadernicismo, cuando el fenómeno

carecía de tradicih, ni tampoco corno

una mera ~ontarniriación del modo de

ver la pintura. Cierto es que algunos testimunios

rezuman e1 ~ n á sp uro tradicionalismo

y el inevitable paragone con la pintura.

Así sucede, por ejemplo, con la aseveración

de de Balsa de la Vega, que escribfa en 1890:

"Como en la pintura, los dos géneros difíciGéneros

y modernidad en la escultura española de fines del qiglo XIX 299

les son: el mitokígico 6 alegórico y el histórico;

y tanto como el pintor el estatuario debe

concretar el asunto, estudiar el tipo, analizar

ia idea pard encontrar sucinta,

brevemente, la forma plástica del asunto, de

la idea, del tipo. Esto en cuanto se refiere al

trabajo psicológico y al científico; en lo que

respecta a la forma dentro de la obra, hallará

el escultor el modo y su línea"'.

Pero a pesar del escaso sentido modernizador

que parece evidenciar este talante,

el tratamiento crítico de la escultura desde

la compartimentación que suponían los géneros

llevó, curiosamente, a una reflexión

indix,~idu2!iZ2&s ni.re la ccntribuci~r.- ..- YUL

cada uno de ellos suponía para la modernización

de la escultura, en general, a diferencia

dc la pintura. Empezaron d reconocerse

elementos específicos, a distinguirse

los antiguos de los nuevos, y a defenderse

la práctica de unos sobre olros. Así pues, Id

primera fase del reconocimiento de la modernidad

en escultura es inseparable de

una anacrónica distinción en ei tratamiento

de los temas, ajena, incluso, a la propia

tradición en esta especialidad artística.

Todo ello es posible constatarlo a través

de seis esculturas adquiridas por el Estado

en las exposiciones nacionales de 1867,

1897, 1899 y 1901, que fueron depositadas

por K.O. de 18 de julio de 1908, por el extinto

Museo de Arte Moderno, en el Museo

Municipal de Bellas Artes de Santa Cruz de

Tenerife y hoy pertenecen a las colecciones

del Museo del Prado'. Se trata, además, del

más numeroso de los depósitos de esculturas

del siglo XIX realizados en museos e

instituciones públicas que se han conservado

sin haber sufrido ninguna pérdida. El

conjunto constituye, por lo tanto, un hito

en la historia del coleccionismo público de

escultura en España.

EL DESNUDO FEMENINO: ENTRE LA

MEMORIA CLÁSICA Y EL EROTISMO

MODERNO

IJna hiiena parte de !as esci'i!tiiras qiie

concursaban en las exposiciones nacionales

de Bellas Artes eran desnudos femeninos,

más o menos relacionados, tanto por el tema

como por el modo de tratarlo, con la

tradición grecorromana. La dependencia

de modelos clásicos es tal que los propios

contemporáneos fueron conscientes del

academicismo servil que representaban.

Hacia filiales de siglo se aprecia un cierto

desrrPditn de la corriente. José de Siles, por

ejemplo, escribe en 1887: "La escultura académica,

la que es producto del genio que

sueña con la gloria, la que se exhibe en las

Exposiciones, sigue las tradiciones, sin

aventurarse en nuevos procedimientos. No

u i c ~ p r c!o gro Uc~e n t ü r n e x~rdsee !a rigidez

de cadaver, que ya es usual en sus producciones,

aun las de más faman3.

No obstante, en parlicular los críticos

más conservadores, como es lógico, continúan

identificando el ideal de belleza, al

que supuestamente debe aspirar el artista,

con las obras griegas. Balsa de la Vega lo

argumenta del modo siguiente: "De distinla

raza son ios esiavos, y los teutones, y los

latinos, y sin embargo, el ideal de la belleaa

es uno mismo: todos miran, como arq~

ietipod e ella, la estatua griega. ... / El escultor

moderno, siempre que su obra sea,

puramente alegórica o mitológica, buscará

con ahínco, no la verdad solamente, sino

también el ideal de esa verdad, que necesariamente

ha de ser objetiva para las razas

civilizadas o susceptibles de civilización'".

Pero tan importante como la validez del

modelo griego en escultura, que de por sí

constituye un lastre para su renovación, resulta

la consideración esencial de su caracter

ideal intrínsecamente ligado a la figura

humana, a diferencia de lo que sucede en

pintura, hacía tiempo desembarazada tanto

de alcanzar un determinado ideal como

de ceñirse exclusivamente a la representación

anatómica. Así expresa un crítico este

inevitable destino de la escultura: "No hay

arte más ideal seguramente que este arte

de exprosSr !S es canta^. Ir? I=C!!CZB p!&:ica.

Dígase cuanto se quiera sobre su esen300

Carlos Reyero

cia misma y su fin para la reproducción de

la figura humana, la escultura ha sido y será

hasta la consumación de los siglos, el arte

de las ideas, porque es el arte de los símbolo~"~.

Como cs habitual en los críticos deci

monónicos, no sólo caen en ascvcracioncs

maximalistas, fruto de conclusiones basadas

en un conocimiento selectivo del pasado,

sino que no tienen reparo alguna en

trasladar hacia el futuro aquello en lo que

S . r' ..... - -- . ., -

M ~ II I L U L ~ U K I L L Tc ~eel(-~, i ~ ~ ~ e ~r ü~Lu ed~ bidj .

En lo mismo cae el crítico de La Época: "La

escultura es, por naturaleza, el arte más

senciilo y más ciaro; un cuerpo humano

desnudo, sóla y exclusivamente un cuerpo

humano desnudo -llámese Ve~ius o Diana,

ivíarte o Mercurio; iiámese ia Verdad o ei

Trabajo- es, hace más de veinte siglos, temas

constante del estatuario, y es razonable

presumir que lo será otros veinte, con

todo lo cual apenas produce cada siglo más

de una figura de esta especie que inmortaliza

el arte'".

En la Exposición Nacional de 1895 -cuyo

jurado concedería, por vez primera, la

medalla de honor a un escultor, Benlliure,

por su estatua del cuentista Tvueba (Bilbao,

Jardines de Albia), una obra del más intrascendente

realismo, a pesar de su destino

monumental- hay críticos que continúan

realizando una defensa cerrada del

desnudo: "En mi sentir -escribe Carlos

Groizard- en el desnudo esta la base de la

educación artística de nuestros escultores;

allí las dificultades de la expresión del pensamiento

y las trabas naturales de la ejecución;

y allí se perfecciona y se elegantiza la

corrección en el dibujo, la delicadeza en la

línea, la facilidad en la factura, porque allí

no caben subterfugios, no sirven recetas,

no es posible engañar; o se logra el resultado

en la medida debida, ó el fracaso es

cvidcntc y palmario" Pcro un componcnte

nuevo empieza, sin embargo, a ser detectado

y el crítico conservador, en el plano

moral no menos que en el estético, ce

apresura a señalarlo: "Por eso he de lamentar

yo sinceramente, que el desnudo, el

desnudo cldsico, no la desnudez pornográfica

y escandalosa de ciertos modernistas, no

brille en la actual exposición ... / El artista

que no sienta la escultura en los mármoles

gricgos y romanos; los quc no hayan luchado

con las dificultades del desnudo y

no hayan aquilatado sus condiciones artísticas

en la ejecución de una obra de ese género,

no pueden vanagloriarse de ser escultores,

no pueden llegar a serlo"'.

8, 1 iu que ci uíiicu describe coii~u uesnudez

pornográfica" no es más que el reconocimiento

del natural en el tratamiento

ciei desnudo, que nada tiene que ver con ia

tradición clásica. Pero no todos los críticos

fueron tan pacatos a la hora de juzgar lu

que eiios iiamaba "mociernismosi;. Con ironía

y sarcasmv reacciona Rodrigv Soriano,

en defensa del escultor Roselló, a propósito

del tratamiento dado a una pieza, que,

por cierto, finalmente fue premiada con segunda

medalla: "Suponemos que para las

Exposiciones siguientes se subastara por el

Ministerio de Fomento una partida de calzoncillos,

medias, calcetines y ropa de punto,

con objeto de cubrir estatuas, grupos y

cuadros. / Porque con una de las obras

más notables entre las notables de la Exposición

actual, con la estatua de Roselló titulada

"Desolación", se ha hecho una cosa

peor que cubrirla de camisetas o, a lo menos

de hojas de parra: se la ha vuelto contra

la pared; o poco menos. Si se hizo así,

como parece, en nombre de la moral más

ridícula y estrecha de las que se hayan

practicado hasta el día; si ha considerado

como propaganda de impudicia la exhibición

de un espléndido desnudo, artístico,

hermoso, y que tan solo despierta en el espectador

propósitos de admiración serena

y de contemplativo amor hacia lo bello; si

este propósito se tuvo, debieran los señores

jurados terminar su dichosa obra limpiando

Museos, templos, ministerios y colcccioncs

particulares de legiones de

mármoles y yesos en que se ostentan desnudeces

femeninas sin ofensa a alguien"'.

Géneros y modernidad en la escultura española de fines del siglo XIX 301

En un contexto previo a este "modernismo"

hay que situar el desnudo femenino

rnnservado en Tenerife, obra del escultor

Felipe Moratilla y Parreto9, que lleva

por título Ulra ~iirlfa eri lu jurrrtt.'! La obra

estaba ya terminada en 1866, fecha en la

que figuró en la Exposición Nacional de

ese año, celebrada en realidad a principios

del siguicntc, donde fue premiada con una

medalla de tercera clase. La propuesta de

premios por parte del jurado se acord6 en

la sesión celebrada el 11 de frbrerci de 1867".

El 6 de marzo de 1867 la sección de escultura

de la Academia de San Fernando reai

i ~ óia propucsta a e adquisición, donde

aparecen, como para el resto de las piezas,

dos cantidades, 1000 escudos y 1200 escudos.

Finalmente, el 3 de mayo de 1867 se

ordena el pago de 1000 escudos a don Felipe

Moratilla por la estatua. El conforme lo

firma el 4 dc mayo, su padre, Francisco

Moratilla, célebre platero, lo que indica que

su hijo se encontraba fuera de Madrid en

esa fecha, probablemente en Roma'?. Pasó

del Museo de la Trinidad al Prado, cuando

se integraron los fondos, y de éste al Moderno,

según constd en los primeros catálogos,

antes de su depósito en Tenerife.

Se trata de una escultura típica del clasicismo

frivolizado, de moda en las exposiciones

y salones oficiales de toda Europd

en los años centrales de siglo,. ciiyo prinripal

referente en Francia es James Pradier, al

que, sin duda, mucho debe Moratilla. Como

en el caso del rsciiltor franctk, Murati-

Ila demuestra su admiración por la poética

del pintor Jean-Auguste-Dominique Ingres,

en rnnrrpto a t r a d s de !a ~ s ~ c i x i Smne= -

tal que se deriva dc la complacencia visual

y el sonido que sugiere la fuente.

La obra de Moratilla fuc significativamente

considerada por la crítica contemporánea,

lo que llama la ateiición, pues, en

esas fechas, sólo la pintura y las grandes

piezas de escultura solían ser objetos de comentarios

en la prensa. La razón funda-

~ s ~ e s l ipdai r a este áetenimiento se debe, con

toda certeza, a que se trataba de una pieza

de mármol, y no de yeso, como era lo habitual.

Así parece confirmarlo un crítico:

"La Niífa, de Moratilla, es graciosa, á lu

cual contribuye su ejecución en mármol,

cuyo precioso auxilio nunca se comprende

como cuando la vista, cansada de la crudeza

del yeso, se recrea en una obra hecha

de esta materia. Los pies de esta estatua

svri, en nuestro concepto, algo incorrectos

y el plegado á veces defectuoso; pero la cabeza

es bella, la espresion serena y propia

la actit~d"'~.

La crítica no fue, como se aprecia, absolutamcnte

cntusiasta con la pieza, aunque

algún comentarista explica el destino

que tenía este tipo de obras, en este caso incumplido,

pues pasó de inmediato al Museo:

"Sin que la delicada estatua de la Ninfa

nos convenza de que el autor conoce el

arte a fondo, es tan gracioso el movimien-

Lo de ella, está trabajada con tal esmero y

delicadeza, y es tan a propósito para cmbellecer

el gabinete de una persona de gil+

to, que bajo este punto de vista podemos

recomendarla a nuestros lectores" Menos

objeciones realiza José Maria Domenech

quien afirma que Moratilla, junto a otros

escultores, "sostienen en las obras que han

expuesto este año la merecidísima reputación

que adquirieron en exposicioncs anteriores"

'.

Del mismo modo que, en pintura, el Realismo

se convierte rápidamente en un movimiento

regenerador de las prácticas artísticas,

sin cuya implantación no se

exticr,dc !a difu~i6ii de: giisiü ii~uLierriv,

también e11 escultura, aunque fuera de distinto

modo, las exigencias de realismo imponen

nuevos usvs. No deja de ser significativo

que José de Siles, por ejemplo, se

percate, en 1887, de la escasa adecuación

de los "viejos" materiales de la escultura a

las prevcupaciones plásticas del escultor

moderno: "Parece -escribe- que el mármol

y el bronce tienen demasiada majestad para

expresar las mil elegancias, delicadezas,

302 Carlos Reyero

superficialidades, si se quiere, de la vida actual"'".

No es probable que al crítico se le

pasase por id imaginación ia trascenciencia

de su reflexión, porque la utiliza exclusivamente

para explicar lo que él define como

crisis de la escultura, y no la baudeleriana

defensa de lo contingente frente a lo permanente,

pero no deja de ser, como tal, una

sugerencia, más o menos consciente, de la

estrecha relación entre materia y forma que

marca los orígenes de la modernidad.

Frente a tal actitud se situaron los críticos

más conservadores, que precisamente

combatían el Rcalismo porque suponía cl

fin de unos parámetros inmutables con los

que se construía el ideal destinado a ser

imitado por los artistas: "El Realismo es la

negación del arte, si por realismo sc entiende

la reproducción exacta de la verdad ...

La escultura en que domine el elemento de

la realidad, será algo, tendrá su valor, tendrá

su mérito, todo lo tiene; pero a mi ver,

es una categoría inferior del arte mientras

no interrumpe por completo la relación necesaria

entre la obra y el espectador; mientras

éste puede asimilarse la vida que el artista

le dió"". Es asirnisino significativo que

el autor de este testinionio, Ceferino Araujo,

reclame la necesaria distancia entre arte

y vida, cuando precisdmente la disolución

de esta frontera es el objetivo del artista

moderno.

Esta enconada argumentación eri contra

del Realismo evidencia el profundo calado

que ya tenía, incluso en la escultura, en los

años finales del siglo. Por eso, un crítico

tan conservador como Balsa de la Vega se

ve forzado a considerar el realismo algo

peculiar de una especialidad escultórica,

hasta adoptar un tono de irremediable concesión:

"La escultura de generu, curriu la

pintura, tiene que luchar con dificultades

graves para que, sin caer en la imitación

servil de la naturalen, sea real y bella, ... y

asimismo ha menester el artista gran educación

del gusto para que el motivo, la

idea, sea lógica y además susceptible de

desarrollar en el lienzo o en el barro. Y aun,

cuando es cierto que la sociedad actual

abriga espíritu y necesidades morales que

son pecuiiares a su esencia y a su vicia, no

puede admitirse como dogma estético lo de

que en todo nos avasalla la ley de lo humano

y de lo relativo ... por cuanto en el

orden moral, si grandes virtudes y vicios y

hechos heroicos realizaron las civilizaciones

pasadas, heroicidades y virtudes grandes,

como grandes vicios, también tienen

asiento natural en la sociedad moderna ...

Sin embargo, las alteraciones de la forma

humana no son ni tan grandes ni tan duraderas

que puedan influir en el concepto

de la belleza suprema, a cuya representación

tiende el arteu'*.

Pese a tales gustos reaccionarios, las exposiciones

nacionales de 1895 y 1897 constituyen

una afirmación del realismo cn escultura.

Carlos Groizard reconoce, en

aquella, que "los más acentúan su tendencia

al ;yéizrro, a la nota moderna, a las escena<

de costiiinhres, a la realidad viviente.

/ No combatiré yo esa tendencia"'". Respecto

a la de 1897 Blanco Aserijo escribe:

"En la estatuaria, si no con tanta profusión

como en la pintura, viene también efectuándose

este movimiento, que podemos

llamar desamortizaciún, en que las ligaduras

de lo clásico se rompen y las uleadas

palpitantes de la vida moderna invaden los

modelados del yeso y teniplan las frialdades

académicas del mármol"".

Fue precisamente en esa Exposición Nacional

de 1897 cuando se dio a conocer la

obra de Aurelio Rodríguez Vicente Carretero",

LarnentosL1 una de las más características

e importantes de este fenómeno realista.

La obra fue premiada con medalla

de tercera clase. Es una de las pocas piezas

presentadas a exposiciones riaciunales de

Bellas Artes de las que se llevo a cabo la

fundición con anterioridad a su adquisición,

lo que, sin duda, ha favorecido su

conservación. La realización del ejemplar

en bronce corrió a cargo del fundidor de

Madrid l. Arias, donde más tarde se fundiría

también el monumento al Conde AnGéneros

y modernidad en la escultura española de fines del siglo XIX 303

súrez, del propio Carretero, y el de Castelar

en Cádiz, de Barrónz1. La escultura Laiileiztos

fue adquirida por el Estado por R.O. de

15 de julio de 1897 en 3.500 pesetas y se remitió

al Museo de Arte Moderno el 21 de

julio de 189724e, n cuyos primeros catálogos

figura, antes de ser depositada en Tenerife

en 1908.

Los críticos no se prodigaron en comentarios,

aunque mereció el honor -sólo

reservado a piezas excepcionales o artistas

muy relacionados, que debía de ser el caso-

de ser comentada en la popular revista

La Ilustracióiz Espaiiola y Aiiiericana, donde

siempre aparecen iuirios ~l n c i n i n iy ~ P S -

criptivos: "ha representado el artista un pobre

rapazuelo, ciego, que implora la pública

caridad por la calle rascando un mal

violín. El momento en que a la música sucede

el lastimero acento con que el mendigo

implora, el mismo en que el pcrro sc

asocia con sus aullidos a la demanda, está

muy bien representadouz'. Balsa de la Vega

!imita U efi cru,i- ,.i ca, aui-iyue

otro título, El ciego y el perro2', extraño equívoco,

pues la obra, como casi todas las csculturas

inuseables del siglv XIX, llevan el

título inscrito en la peana. El más observador

resulta ser brancisco Alcántara, cuyo

comentario adquiere un tono de advertencia:

"El grupo en bronce de Aureliano [sic]

Carretero demuestra la saludable inclinación

ai esruaio, con ia cuai se iiega al triunfo.

También se nota, no obstante ciertas incorrecciones,

como la indicación de un

temperamento sanamente idealista: mas

conviene moderar la impaciencia y no emprender

asuntos que exijan medios con los

que todavía no se cuenta, pues son incalculables

los daños que causa á un artista

una caída en concursos tan solemnes como

los nacionales"".

UN NUEVO SENTIDO DEL DESNUDO

MASCULINO

Hasta cierto punto, la representación

del desnudo estaba -o, al menos, trataba de

estar, según los testimonios críticos aducidos-

al margen de cualquier referencia sexual,

más allá de la evidente. Por lo tanto,

para un juicio estético, era indiferente que

se tratase de mujeres o de liombres. A los

escultores les estaba tradicionalmente encomendada

la rnisión de describir adecuadamente

la anatomía humana, que constituía

un problema como tal, relacionado con

una interpretación neutra de la herencia

clásica. Sin embargo, las distintas reacciones

de los críticos ante el desnudo masculino

y el diferenciado papel de los sexos, no

sólo en la cultura artística, sino en la sociedad

de fines del siglo XIX, invitan a

plantear rii pirticular sig&'icaciSn.

Los avances del Realismo contribuyeron

a sensualizar, también, el desnudo

inasculino, aunque al rcspccto no se oyeron

voces escandalizadas (;Los críticos eran varonesi).

Pero la verdadera preocupacibn no

se situó en el eventual poder atractivo de

la estatua, como cn cl caso del desnudo femenino,

sino en la adecuación entre la verdad

visud, rccidrriada por ios reaiistas, y ei

concepto de hombre asumido socialmente.

Domenech se hace el siguiente planteamiento:

"¿Qué han de hacer nuestros rscultores?

Seguir el ejerriplo de los clásicos.

iC6mo? Reproduciendo nuestros cuerpos y

nuestros ideales. / se presenta ahora

una cuestión importantísima, y es la siguiente:

iDcbc la escultura reproducir formas

mezquinas, desproporcionadas, esto

es, lo feo plfistico? ¿Puede la escultura encarnar

el gran desarrollo de nuestro espíritu,

rompiendo el equilibrio de una forma

perfecta, con un ideal de un desarrollo extraordinario?

/ Nada fáciles son las coritestaciones

a estas preguntas. Maeztu se esperanza

en un futuro progreso de la

estatuaria, determinado por un futuro desarrollo

de nuestro cuerpo, gracias á los

niodernos juegos corporales; hay que crear

una raza nueva, como así lo liicieron los

griegos, y ya tenemos para rato de esperauiH.

Aunque el crítico no hace cxplicita alusión

a los varonei, vidente qiue $e está d i -

riendo a ellos: es una nueva raza la que jusCarlos

Reyero

tificaría, de manera realista, la representación

de cuerpos perfectos. Enrevesado argumento,

en verdad.

Si consideramos, por una parte, uno dc

los desnudos masculinos conservados en

Tenerife, el del joven adolescente, obra de

Manuel Menéndez Entrialgoi9 que lleva por

título El mejor amigoi0, nos encontramos ante

una escultura que apenas rompe con la

tradición. Desde un punto de vista formal,

constituye una herencia del helenismo, ya

retornado por famosos escultores del siglo

XIX, que gustaron de representar niños

desnudos en actitudes más o menos realistzs,

desde e! temprann P ~ r c n i l on~np nlitnnn

(1831-33, París, Museo del Louvre) de

Francois Rude, hasta El pescadov (1877, Elorcncia,

Museo Nazionale) de Vincenzo Gemito,

entre otras. En estos casos, como en

otros similares, la representación del cuerpo

de un adolescente constituía una mancra

de introducir "suavemente" el Realismo

-que un niño pescara desnudo estaba dentro

de ia verusi~riiiiiuú~ lcl iu~i i~l -i lpiü r ello

dejar de remitir a las tradicionales preocupaciones

clásicas hacia el estudio anatómico,

que eran objetivo primordial de todo

escultor. Su desnudez es, pues, una desnudez

doblemente inocente. Por otra parte,

el niño en cuanto tal, se consolidó como

una iconografía muy querida por de los artistas

realistas, ya fueran pintores o escultores,

en tanto que se prestaba a expiorar

la casualidad, el momento carente de tensa

teatralidad, mejor que cualquier otro tipo

humano.

Pero la obra de Menéndez Entrialgo es,

en este sentido, ecléctica. Se mueve en una

ambigüedad que oscila entre la selección

temhtica, propia de un artista que se inspira

en un motivo cuidadosamente preparado,

y el entorno casual que rodea a la escenificación

de esa pose, de manera similar

a como hacen tantas pinturas coetáneas

donde aparece el pintor y el modelo. En el

caso de la escultura que nos ocupa, el mobiliario

y Ins ropjw nos remiten a iin attrezzo

clásico, pero el niño es, anatómicamente,

un modelo de un artista moderno

que se ha cansado de posar, mientras sostiene

aún el libro con el que se entretenía

en su mano. Su cuerpo, por lo tanto, posee

las imperfecciones propias de una percepción

moderna, y la somnolienta dejadez lo

acentúa más, pero la circunstancia remite a

un dulce pasado melancólico. Por todo

ello, es una imagen "imperfecta" del ideal

clásico masculino, inseperable de la estética

finisecular.

La obra apenas tuvo repercusión entre

los críticos cuando fue expuesta en la Nacional

de 1899, que seguramente la vieron

antiriiñda Nn obstante, fue premiada con

una medalla de tercera clase y fue adquirida

por el Estado el 28 de junio de 1899 en

1500 pesetas", incorporándose a las colecciones

del antiguo Museo de Arte Moderno.

Otra vía de modcrnización en el tratamiento

escultórico del desnudo del varón,

sin alterar los tradicionales papeles de dominio

de lo masculino, ni siquiera los pre-

L-..L-- L--xL:--- A- 1- L.-,l:,4L- L r n L u a I r i i i a u c v u uc la ~ i a u i ~ ~ vSiCi ,C VrtSi

gue a través de una iconografía típica del

siglo XIX como cs la del hombre indolente".

La seducciúri iritelectual a través de la presentación

como víctima fue, en efecto, frecuente

a lo largo de todo el siglo, si bien,

al finalizar éste, se convirtió rri uri terna (avorito

de pintores escultores, en tanto que

aludía a la supuesta debilidad masculina,

en reiación con ia construcción sociai de

nuevos tipos de mujer.

Así pues, entre la tradición histórica y

la revisión nostálgica de esa tradición, con

objeto de adecuarse a la sensibilidad moderna,

hay que colocar el otro desnudo depositado

en Tenerife, obra de Aureliv Cabrera

Ga l l a r d ~ ~ti~tu, l ado San S e b a s t i h

asaeteado3+. El viejo tema del cuerpo de San

Sebastisn atravesado por flechas y atado al

árbol, casi el único tema que había permitido

el estudio del desnudo en la cultura

cristiana, se moderniza como icono laico,

en tanto que se trata una bella víctima torturada

por una creencia injusta. El fervor

hacia esta iconografía, que mezcla el sufri-

OUnversdad de a s Fanai d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri Memm Dgta le Caniris 20815

miento y la trascendencia con la belleza inmediata,

fue extraordinario en todas las artes

plásticas del fin de siglo.

Desde el punto de vista de su tratamiento

escultórico, el artista ha evitado no

sólo la idealización, sino la consideración

del tema como la exaltación de una figura

religiosa venerable. Antes al contrario, la

representación se limita a recoger la circunstancia

física. El retorcimiento del cuerpo

responde a una voluntad intencionada

del artista por cnmplicar la figura, con objeto

de demostrar sus habilidades técnicas,

pero, también, evidencia una ruptura con

la serenidad c!ásic?..

La pieza obtuvo medalla de tercera clase

en la Exposición Nacional de 1901, aunque

apenas tuvo rcpcrcusión crítica15. Fue

adquirida por e1 Estado el 6 de julio de

1901 en 1000 pesetas, incorporándose a las

colecciones del Museo de Arte Moderno3".

EL RETRATO MODERNO

L b exigencias representativas aei retrato,

ya fuera en pintura o en escultura,

ponen en evidencia las dificultades para su

modernizacicin como genero. La selección

de una personalidad está, de suyo, reñida

con la mirada inocente que el artista realista

trata de realizar sobre el mundo. Al

respecto, un crítico escribre en 1897: "El

hombrc clásico, esculpido en mármol o piedra,

vestido con el uniforme de inmortal,

ha caído, quizá para siempre; hoy todos los

tipos tienen derecho al cincel, que antes se

consideraba divino; la democracia política

y literaria impone tambien la democracia

esculpida. Se ha dejado entrar el dolor en

el arte plástico, y con él la expresión, los

gestos y las pasiones, haciendo carne palpitante

del mármol, y espíritu de las armónicas

y tranquilas líneas; los moldes sagrados

se han roto"17.

Con objeto de evitar Id eritroriizac.icín

selectiva del efigiado, se le trata de representar,

con frecuencia, con la indumentaria

qiie lleva hahitm!mentc. En e! casc de ciertas

profesiones, como la de pintor, cuya

condición social está en alza, dada la creciente

valoración de la profesión de artista,

ello causa una cierta perplejidad entre los

críticos. Respecto a una escultura de Sorolla

expuesta en 1901, el año de su gran

triunfo, tras haber recibido la medalla de

honor en la Universal de París del año anterior,

un crítico escribe: "sinceramente

creo q i i ~nn es la misión de la escultura

presentar á los hombres de notoriedad de

ciertas maneras. Si Sorolla pinta en mangas

de camisa, despechugado y con alpargatas,

también sé yo de un hombre muy eminente,

gloria de España, que durme completammtc

Tn cüerus, y, sin ciiibriigü, iiü me pdrece

el mejor aspecto para glorificarle y

legar su figura a la po~teridad'"~.

Por otra parte, Id inevitable dependencia

de tipologías clásicas en la rcprcsentación

de personajes -el busto, en el caso de

la escultura- también parece un lastre. No

obstante, en este punto, los escultores, ya

desde Carpeaux, pero sobre todo desde Rodin,

desarrollaron una extrordinaria habilidad

para concebir el busto como una percepción

fragmentaria de la realidad, no

sólo por la detallista minuciosidad con la

que se trasladan al yeso, mármol o bronce

los pormenores físicos, sino, sobre todo,

por la indefinición de los límites, que, desde

luego, es un elemento moderno.

En este contexto hay que comprender el

Rt+uafo d~ Casnnoz~n", realizado por Lorenzo

Rizaura Gosálvez"'. La obra, que obtuvo

una consideración de medalla de tercera

clase cuando fue expuesta en la Nacional

de 1901, aunque, dado su caracter, no recibió

particular atención de la prensa. fue adquirida

por el Estado en la cantidad de 250

pesetas el 22 de julio de 1901. Fue recibida

en el Museo de Arte Moderno el 29 de julio

de 1901''.

El retratado es, con toda probabilidad,

PI pintor alcoyano Lorenzo Casanova Ruiz

(1845-1900). Además de compatriota -ambos

eran vriginarios de Alcoy- y llevar su

*,,...L*- 1 - 1L ---- .........Y - . - L - IILI..IVLL, LCI CJLUILUL~ ~ L C ~ C L U~I IL ~

evidente parecido físico con los retratos

Géneros y modernidad en la escultura española de fines del siglo XIX 305

OUnvprsdad de a s Fanas d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri Mem<,ri D g l a le Caniris 20'15

306 Carlos Reyero

conservados del pintor4?. Dada la diferencia

de treinta arios, Casanova pudo haber

ejercido sobre el joven Ridaura un papel

de referente artísticu. En ese senlido, cabe

también pensar que se trata de un homenaje

al pintor recién fallecido, relativamente

joven, a los cincuenta y cinco años

de edad, que es, desde luego, la edad que

refleja el busto.

LA VIA SIMBOLISTA DE LO

RELIGIOSO

Al declinar el siglo XIX muchos críticos

coinciden en observar el escaso espíritu piadoso

de la estatuaria qüe se exhibc cn Inr, cx

posiciones públicas, por contraposición al

papel que la religión había representado en

la historia de la escultura ucciclenial. Así reflexiona

Carlos Groizard al respecto: "Con

tener una tradición tan gloriosa, nuestros escultores

no brillan en este genero. No es esto

debido, ciertamente, a efecto de los tiempos

que corren, pues demanda hay en el

mercado artístico de obras de caracter religioso,

y fáciles triunfos, y positivos provechos

lograrían los que cultivaran este género

escultórico. Causa es, en mi juicio, de este

apartamiento, la falta de ideales, la carencia

de ideas, de argumentos, de asunto, que se

nota en toda nuestra producción artística,

dándole ese caracter frívolo, insustancial,

formalista, más atento al efectismo real que a

la alta emoción estética, que deber ser el único

fin del arte"".

F,ii realidad, no deja de ser una sensación

relativamente falsa, condicionada por el impacto

del Realismo dominante. Las nuevas

~ ~ r r i ~ : litdeesa !ist~c 17 cinihnlist-.~d el fin de J u'.----'

siglo, opuestas tanto a la imitación servil del

natural como a una lectura convencional de

la tradición, no siempre sc dejan ver con

fuerza en los certámenes oficiales. Pero, en

torno al cambio de siglu, esta vertiente del

gusto moderno se encuentra en la base Sormitiva

de riruclios escultores, cuyos ideales

se mueven entre las tradiciones decimonónicas

y la definitiva rcnovación.

Es el caso de una parte de la obra temprana

de Lorenzo Coullaut-ValcraJ-, a cuyo

periodo pertenece una pieza poco tenida

en cuenta en la liistoria de la escultura española,

pero muy significativa, como es Ln

A~zunciación". La obra, que obtuvo medalla

de tercera clase en la Exposición Nacional

de 1901, está inspirada en el pasaje evangélico

que recoge el propio catálogo oficial

de la mencivnada exposición, para explicar

la circunstancia temporal que representa la

escultura: "En el momento en que la Virgen

Mnrj'u dice ixGeG!ab rie!: Yu se:. la esclava

del señor, hagase en mí según tu palabrau4?

La escultura fue adquirida por el

Eslado en 1000 pesetas el 6 de julio de 1901

y se recibió en el Museo de Arte Moderno

el 10 de julio".

El hecho de incorporar a la y i e ~ del versículo

evang6lico, cuidadosamente inscrito

en la peana, evidencia, por parte del escultor,

una voluntad de relacionar estti'ticdmente

imagen y palabra de modo muy distinto

a como se concebía la presencia

objetiva del título en la tradición decimonónica:

aquí hay una voluntad de evocación

sugestiva, que aspira a extraer, desde

la sencillez de la imagen y con ayuda del

lenguaje, una idea trascendente. La crítica

contemporánea también percibií) ese simbolismo:

"Mucho, muchísimo me gusta La

Ai~uilciaciOil, de Valero [sic]; la frase Yo su,y

in esclava tld Srtior está admirablemente

comprendida y explicada: hay en la Virgen,

que, anonadada y humilde, escucha el divinn

mandato,. hondo sentimiento"-" Seyuramente,

Antonio Cánovas del Castillo,

que firma la crónica, fue inconsciente, en

medio de su intuición, del significativo

cambio que suponía reconocer un pensamiento

en el gesto de una figura. La servidumbre

descriptiva de la objetividad visual

sc había terminado.

Géneros y modernidad en la escultura española de finei del siglo XIX 307 -

NOTAS

BALWD E LA VEGAR, . "Vis~tasa la Exposición

de Bellas Artes", El Liberal, 8 de mayo de

1890.

Se trata de: Llna ninfa cn la fircritr, de Felipe

Moratilla; Latrlentos, de Aurelio Carretero; Cl

mejor amigo, de Manuel Menéndez Entrialgo;

Snn Sebnstidn, de Aurelio Cabrera; Retrnto de

Cusanaz~u, de Lorenzo Ridaura; y Lu Animciación,

de Lorenzo Coullaut-Valera. Véase:

Boletín del Museo del Prado, XIII, 1992, no 31,

101. En el Museo Municipal de Santa Cruz

de Tenerife se conservan, también, otras dos

piezas, réplicas otras tantas idénticas, procedentes

de exposiciones nacionales y adquiridas

por el Estado, La Tradición, de Agustín

Querol, y ]erernías de José Alcoverro, cuya

circunstancia crítica las hace comvarables a

las antes mencionadas, pero el heiho de que

se trate de ejemplares pertcnccientcs a1 propin

miisen explica sil rxclii4nn de esti. ~qtiidio.

Véase: F R A GG~O UZÁI.EZM, . C. Luía didáctca

del Museo Municipal de Saizta Cruz dc

Terlerife, Santa Cruz de Terlerife, Ayuntdmiento,

1980, págs. 15 y 54; y CASTROB RUNETTOC,

. J.: Guía dcl Museo Municipal de BEllas

Artes de Snnta Cruz de Erierife, Santa Cruz

de Tenerife, Ayuntamiento, 199 1, págs. 15,44

y 45.

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1895.

SORIANOR,. "Esculturas de la Exposición".

La Época, 11 de junio de 1897.

Felipe Moratilla y Parreto (Madrid, 1823-

doc.1887) se formó en Roma como pensionado

de la Academia de San Fernando, desde

1855, y donde pasó gran parte dc su vida,

ya que en 1874 fue nombrado académico

correspondiente j allí continuaba cuando

Ossorio redacto su gaieria. Ce conoce obra

suya, de un clasicismo correcto, de raíces italianizantcs,

en las colcccioncs del Musco del

Prado y de la Academia de San Fernando

(Véase: O~SORIYO B ERNARMD,. : Galería Biogrrjfica

de Artistas Españoles Conternpordneos,

Madrid, 1883-84, págs. 464-465; AZCUEB REA,

L. Liz escultura en la Real Academia de Bellas

Artes de San Feunnndo, Madrid, 1994, págs.

431-433).

10 Una ninfa en lafuente, c. 1866, Mármol, 1,25 x

0,55 m. Inv. Prado E-902 (Bibliografía: Catálogo

de la Exposición Nizcional de 1866, Madrid,

1867, pág. 79 (no 475); OSSORIOY BERNARII,

1883-84, pág 465; Catálogo del Museo de Arte

Modurrio, Mddrid, 1899, pág. 90 (11" 39); Cutálogo

del Museo de Arte Moderno, Madrid,

1900, pág. 112 (no4 8); PANTORBBA.: ,H istoria de

las Cxposiciorzes Naciorlales de Dellas Artes celehvadas

en Espnria, Madrid, 1980, pág. 96; Boletín

del Musco del Prado, XIII, 1992, no 31, 101.

11 Archivn General de la Administración (De

ahora en adelante AGA). Caja 6818

12 AGA Caja 6818. La documentación conser-

\ d a en el Museo del Prado indica que se le

pagaron 2500 pesetas, lo que, sin duda, se

trata de un error, ya que en esas fecha no se

había implantado esa moneda. Agradezco a

Don Jose Luis Díez, a Dona Ana Gutiérrez y

al personal de la biblioteca del Museo del

Prado la ayuda prestada. Igualmente conste

mi especial gratitud a la dircctora dcl Musco

de Santa Cruz de Tenerife, doña Carmen

Duque, y a d ~ f i aP rtri R~I I IO~SO I S-U Clesiilteresada

colaboración.

13 La Epocn, 13 de febrero de 1867.

14 GARC~AJ.:, LUS Bellu~A rtes eil Espuñu.1866,

Madrid, 1867, pág. 190.

15 DOMENECJH. M, . "Variedades. Esposición de

Bellas Artes de 1867. VIII", La Esperanza, 28

de marzo de 1867.

?L c T . - , T A-, ,,T - E ":-:A- A,. ,,..ll-- A..L--,,

'U "'LLJ, J . UC. La Li*p,O'CLIIII UC Urllan m1 LC.7 ,

La Época, 6 de julio de 1887.

17 ARAUJOSA KHEZ,C .: "Exposición de Bellas

Artes", E1 Dín, 30 de mayo de 1890.

18 BAIS A DE L ~ V E G AR., "Visilas a la Exposición

de Bellas Artes", El Liberal, 12 de mayo de

1890.

19 GROIZARDC.,: "Exposición de Bellas Artes",

La Correspondencia de Espaiia, 31 de mayo de

1895.

20 BLANCOA SENJO:'. Exposic~onc ie pinturas",

La lberia, 21 de mayo de 1897.

308 Carlos Reyero

21 Aurelio Rodríguez Vicente Carretero, conocido

habitualmente por Aurelio Carretero

(Medina de Rioseco, Valladolid, 1863-1917)

se formó en Valladolid, Barcelona y Madrid,

siendo uno de los escultores castellanos más

fecundos e interesantes del cambio de siglo.

Entre sus monumentos más importantes figuran

los dedicados a Zorrilla (1899, Valladolid,

Paseo de Zorrilla), Conde Aizsurez

(1900, Valladolid, Plaza Mayor), Andrés Torrejón

(1908, Mktoles, Avenida del Dos de

Mayo) y Campoamor (1912, Navia, Parque

Municipal) (Véase, sobre todo, URREAJ,. La

escultura en Valladollid de 1800 a 1936, Valladolid,

Real Academia de Bellas Artes de la

Purisima Concepción, 1980, págs. 32-36).

22 Lamenlos, 1897, bronce, 1,17 x 0,80 x 0,52 r i i .

Inv. Prado E-561. Inscripciones: "LAMENTOS'

(al frente en la peana). Firmada: "AURELIO

RV. CARRETERO, "Y. ARIAS PVNDIO

/ 1897" (en la peana) (Bibliografía:

PANTORD1A98, 0, ptíg. 164; La Ilustración EspnMo1n

y Americana, 15 de julio de 1897, 32;

Cat. MAM, 1899, 86 (no 18); Cat. MAM, 1900,

106 (no 20); FRAGAGO NZALEZ1,9 81, 15; Boletín

del Museo del Prado, XIII, 1992, n" 31, 100).

23 REYEROC, . La escultura conmemoratitoa en España.

La edad de oro del morrumento público,

1820-1914, Madrid, Cátedra, 1999, pág. 352.

24 AGA Cala 6836.

25 La llustración Española y Americana, no XXVI,

15 de julio de 1897, pág. 22.

26 BALSAD E LA VELA, R. "La exposición de Bellas

Artes", El Libernl, 26 de mayo de 1897.

27 ALCÁNTARF.~: ,L a Exposición Yacional de Bellas

Artes de 1897, Madrid, 1897, pág. 157.

28 DOMENECRH., "Exposición de Bellas Artes",

El Liberizl, 8 de julio de 1904.

29 Manuel Menéndez Entrialgo (San Andrés de

la IJedrera, Gijón, 1860-doc. 1914) se formó

en Madrid con los grandes escultores de su

tiempo. Fue pensionado por la Diputación

Flüviiiriai de As i u ~ i a se n 1086 pñiñ esiiidioien

Roma. Concurrió reiteradamente a las exposicones

nacionales de Bellas Artes desde

1887 a 1912, donde obtuvo varias condecoaraciones.

Fue profesor de dibujo en el Instituto

de Orense en 1913. En 1907 pasó a la Escuela

de Artes e Industrias de Almería y en

1914 a la cátedra de Modelado y Vaciado de

la Escuela de Artes y Oficios de esa ciudad

(Véase: SLIARECZ.,: Escritores y artistas astilriunos.

índice biu-bibl~ogrúfico, Oviedo, 1956,

vol. V, pág. 290).

30 El mejor amigo, 1899, yeso, 0,90 x 0,80 m. Inv.

Prado E-900. Iiiscripciones: "EL MEJOR

AMIGO (en la peana) (Bibliografía: Catálogo

de la Exposición Nacional de 1899, Madrid,

1899,139 (no 962); Cat. MAM, 1900, 111 (no

43); PANTORBA, 1980, 170; Boletín del Museo

del Prudu, XITT, 1992, n" 31, 101 ).

31 AGA Caja 1839

32 He tratado este tipo de iconografías en mi libro

Apa~iencin e identidad rnilsctilinn. De in

Ilustrucidn al Decudentismo, Madrid, Cátedra,

1996. Véase, sobre todo, el capítulo VI: "Indolentes

y deseados", pigs. 165-196.

33 Aurelio Cabrera y Gallardo (Alburquerque,

Badajoz, 1870-doc. 1925) se formó en Badajoz

y en Madrid. Concurrió a las exposiciones

nacionales de Bellas Arles de 1901, 1904

y 1906. Fue profesor de la Escuela de Artes

e Industrias de Toledo. Colaboró en el desaparecido

monumento a las Víctinias de la guerra

de Cuba y Filipinas que estuvo en el parque

del Oeste de Madrid.

35 Snn Srhnstidn asnetrado,l9fll, yeso, 2,15 x n,45

m.1nv. Prado E-901 (Bibliografía: Catálogo de

la Exposición Nacional de 1901, Madrid, 1901,

178 (n" 1250); PAKTORB1A98, 0, 178; Bolelín del

Museo del Prado, XIII, 1992, no 31, 101.

35 Se cita como "obra discreta", entre otras. Véase:

CÁNVVAU ~~ LCA ~I ILLAU. , "Exposición

Nacional de Bellas Artes", La Época, 25 de

mayo de 1901.

36 AGA Caja 6843

37 SORIANOR., "Exposición de Bellas Artes", La

Época, 18 de junio dr 1897.

38 CÁNOVADSE L CASTILLOA,. "Exposición Nacional

de Bellas Artes", La Época, 25 de mayo

de 1901.

39 Relralo de Casanova, 1901, yeso, 0,70 x 0,43 x

0,30 m. Inv. Prado E-904 (Bibliografía: Catálogo

de la kxposición Kac~onald e IYUI, Madrid,

1901, 182 (no 1339); PANIOI<B1A98,0 , 178; Bolrfín

del Museo del Prado, XIII, 1992, n" 31, 101).

*A,u, r m:> P- -L, / & , A l : - - - L - # . L ~ I ~ C ~m, lUu d u t a < T k n a l v v , { n ~ ~ t n~t y~ ,c a ~ c ~ r ,

1875-doc. 1926), hijo de un famoso fabricante

de papel, muy conocido a principos de siglo

XX, qiie llevaba q i i apellidn, empwó a

dibujar y modelar en su ciudad natal, pasando

a formarse en el estudio de Agustín

Qucrol cn Madrid en 1895. Colaboró con él

en la realización del Frontón de la Biblioteca

Nac~onaly en las esculturas del Ministerio de

Fomento. Con su obra Senidlns, que expuso

en la Naci«nal de 1YU8 y dciquirii) el bstado,

obtuvo una medalla de segunda clase.

Géneros y modernidad en la escultura española de fines del siglo XIX 309

41 AGA Caja 6843.

42 Aunque mucho más joven, su rostro guarda

una considerable similitud con el Autorretrato

de Lorenzo Casanova que conserva el

Museo del Prado. Inv. n" 4268 Véase: Díu

GARC~LA. ,( dir.).: Artistas pintados. Retratos de

pintores y escultor-rs del si310 XIX err el Musei~

del Prado, Madrid, Museo del Prado, 1997,

pág. 110-11 1.

47 GR~ IZARC L"~E.~ posiciónd e Bellas Artes", L(7

Corresporldeucia dr Espaiin, 4 de junio de 1895.

44 Lorenzo Coullaut-Valera (Marchena, Sevilla,

1876-Madrid, 1932) es uno de los más famosos

escultores de su tiempo. Formado en Sevilla

con Antonio Susillo y en Madrid con

Agustín Querol, llevó a cabo, además de una

producción considerable que abarca todas

las facetas del quehacer escultórico, más de

medio centener de monumentos en toda Esparid,

los más irriportantes de los cuales son

el de Bicquer (1910, Sevilla, Parque de Maria

Luisa), Pereda (1911, Santander, Jardines de

Pereda) y Ce~.vantes (1926, Madrid, Playa de

España), éste terminado por su hijo (Véase,

además de otra bibliografía anterior, GAJATE

GARC~JA.M, . La obra escultórica de Lorenzo y

Federico Coullaut-Valera en Madrid, Madrid,

Safel Editores, 1997).

45 La Aiiunciación, 1901, yeso, 1,25 x 0,45 m. Inv.

Prddci E-562. Inscripciones: "YO SOY LA ESCLAVA

DEL SBÑOR / IIÁGASE EN MI

SEGÚN TU PALABRA" (en la peana) (Bibliografía:

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dr 1901, Mddrid. 1901, 185 (no 1360); PANTORBA1,9

80, 178; FRACAG ONZÁLEZ1,9 81, 54;

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del Museo del Prado, XIII, 1992, 11" 31, 101;

C~ STRBOR KNETT1O9,9 1, 45).

46 Ciztálogo de la Exposición Nacioizal de 1901,

Madrid. 1901, pág. 185.

47 AGA Caja 6843.

48 c . 4 ' 4 0 ~DE~L ~C ASTILLOA,. "Exposición Uacional

de Bellas Artes", La Época, 25 de mayo

de 1901

310 Carlos Reyero

ALCÁNTARFA.: , La Lxposición Nacional de Bellas

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