VEGUETA, Número 4, 1999 (221-237) 221
Nacionalismos
periféricos y
democracia en España
*Departamento de Ciencias HisfOricas, Áren de Historia del Pensamiento y
de los Movimientos Sociales y Pollficos, ULPGC.
222 Daiiiiii,yo Gari Hayek
a crisis del régimen franquista coinci-
L d i.ó con una etapa de grandes transformaciones
en los niveles estructurales del
sistema capitalista. Las profundas esperanzas
abiertas con las revoluciones del sesenta
y ocho marcaron el inicio de una nueva
época histórica, a la que siguieron fenómenos
de gran trascendencia para el ámbito
de la economía, la política y la sociedad eri
su conjunto. Crisis financiera de 1971. Crisis
energética de 1973. Pérdida de la centralidad
del movi~~iieritovb rero. Cuestionamiento
del papel de los Estados tal y como
habían permanecido hasta la fecha.
Auge áei sector financiero y rnonetarista
del capitalismo. Crisis del Welfnre Sfnte.
Grandes agrupaciones regionales de carácter
económico, especialmente en el caso europeo.
Aparición de viejos y nuevos nacionalismos
subestatales. Nuevos movimientos
sociales de carácter reivindicativo:
ecologismo, pacifismo, antimilitarismo,
movimientos de liberación sexual -gays,
lesbianas-.
No es posible estudiar todo esto aquí,
sin embargo, es preciso tenerlo presente.
Me interesa, corno hilo conductor de este
discurso, el papel de los nacionalismos en
la reestructuración del Estado durante el
periodo democrático. Ahora bien, para explicarlo
abarcando toda su dimensión, no
se puede dejar de lado la cuestión de la
centralidad del movimiento obrero. Llegamos,
así de temprano, a las sugerencias
que pretendo esbozar en estas líneas. Los
nacionalismos que rebrotan en España desde
el periodo de la pretransición hasta la
acti-~alidac! se er?c~~nt r?iirn,s er(r~sc n !a
nueva fenomenología política derivada de
los acontecimientos que acabo de citar.
Aunque a la vez puedan presentar, en algunos
casos, manifestaciones propias de
los nacionalismos decimonónicos. No obstante,
este aspeclo lo considero secundario
y , por lo tanto marginal, en la amplia lista
de elementos diversos que definen el
proyecto poiítico nacionalista.
Otra consideración previa. No vamos a
hablar aquí de nación o naciones, ni a perdernos
en las disquisiciones definitorias
que de clla se suelen hacer. No me interesa
el fenómeno sociológico, que por otra
parte, a lo mejor, es lo único importante, sino
el fenónieriu pviítico. De ahí que lo central
de este discurso gire sobre el problema
del poder y de su articulación sobre la sociedad.
Proposición: vamos a hablar de nacionalismos
y no de naciones. Resultado:
luego, las reflexiones pivotarán sobre el nacionalismo
español, catalán, vasco, canario
y gallego. No hay concliisión posible, sí 1íneas
demarcadoras de todos con respecto a
uno, es decir, del catalán, vasco, canario y
gallego, respecto al español, y por supuesto,
también, líneas demarcadoras en e1 interior
de cada uno de ellos.
Última consideración. Sólo puedo trazar
un ensayo de interpretación, que por
otra parte puede estar más o menos contrastado
en la amplia bibliografía que res- . . , p!da a! tcma. Uri trabzjo cjüe yiiierü ir ii-ms
allá de esta intención no puede tener una
limitación acotada por el tiempo y por el
espacio.
1- CRISIS DEL ESTADO FRANQUISTA
Y NUEVA ORDENACI ~ND EL
PODER
Desde el punto de vista que me interesa
resaltar es importante advertir que la
crisis del estado franquista, no sólo indica
la fecha de caducidad de un régimen autoritario,
fascista, dictatorial, de democra- ciri orghica, e a m o q ~ i c r ad eiiuini.i ia,r sele,
sino que sehala también el final relativo,
o mejor aún, el comienzo de un final
relativo de una dekrrriinada concepción
de España, de su organización territorial,
de la distribución del poder dentro del Estado,
y en suma, de una variante específica
del nacionalismo español, que por lo
demás ha sido dominante durante varios
siglos, con la excepción de pequeños periodos
que pretendieron reordenar el pvNaciorialis~
nosp eriféricos y democracia en España 223
der sobre otros criterios. Estos contados
casos son la 1 República, la 11 República y
los años quc llevamos de democracia en la
actualidad.
Las cuatro décadas de permanencia de
Franco en el poder apuntalaron con mucho
firmeza el nacionalismo estatal, o en otras
palabras, el nacionalismo español. Pero este
nacionalismo se asieritd sobre Id negación
del resto de nacionalismos que con
mayor o menor intensidad se manifiestan
en determinados territorios del Estado. De
entre ellos, los casos más notables son los
rcprescntados por el nacionalismo catalán
y el vasco, en mucha menor medida el gallego
y como otra variante temporal y espacial,
el canario. Cada uno de ellos ha sido
producto de una evolución histórica determinada
y tienen una inserción en sus
territorios de distinto grado, amplitud y
formas de manifestación.
El nacionalismo español de forma frecuente
se ha identificado con los modelos
antidemocráticos que tanta importancia
han tenido en la historia de España. Y aunque
todo eso tenga razones de mucho peso
para haber sido así, no sería de justicia
dejar dc rcconoccr la existencia de otro tipo
de nacionalismo español compatible
con las formas políticas de la democracia
liberal, y aún más allá, incluso otro nacion
d i s ~e.c~pf ie! e-~.errr;rln,4 01 conn & las o---
formaciones políticas de la izquierda -socialistas,
comunistas- aunque estos hayan
tenido mucho menor prensa que los anteriores.
Pero en el caso español, el pensamiento
ha dUrnnte m.G&= &C ;'AL -U..'-p "
senderos distintos a los de la política. Y
dentro del ámbito de los pensadores tampoco
existe und sistemalicidad sobre el
problema nacional más allá de discursos
moralizantes o excesivamente vagos sobre
una ordenación alternativa del poder. Desde
Unamuno hasta Ortega o de Araquistaín
a Costas las reflexiones en torno a esta
problemática no pasaron de ser cosmovisiones
genéricas sobre el problema de España,
el alma de España y cosas por el cstilo.
Por otra parte, cuando las izquierdas
tuvieron la oportunidad de intervenir en cl
asunto fue poco el tiempo del que dispusieron
para hacerlo, aunque el suficiente
como para hoy poder advertir que los ensayos
dc reorganización del poder que intentaron
siempre aspiraron al modelo federalizante.
De esta forma, federalismo c
izquierda nos suenan casi como conceptos
análogos. En la actualidad, en este sentido
las cosas siguen siendo sirnilares. IU es la
gran defensora del modelo federal y desde
el PSOE muchas veces se suelen soltar globos
sondas en esa airección. Sin embargo,
este modelo federal parece no ser del agrado
de las fuerzas políticas de corte nacionalista,
tanto de derechas como de izquierdas
y acusan a aquél de haberse convertido
en Ia nueva manifestación del
nacionalismo centralista español.
El desarrollismo de los años sesenta
abrió un nuevo horizonte para la política
en el conjunto del Estado, aunque siempre
de forma asimttrica. No iinpactó de igual
manera el cambio sociológico de la década
en Cataluña que en Extremadura, en Galicia
que en Canarias. En unos lugares más
que en otros la apertura de nuevos espacios
de intervención política tuvo mucho
que ver con el bagaje tradicional de organización
y con la incidmria en mayor o
menor medida de los nuevos sujetos sociales
que irrumpieron en la arena de la economía
y de la urganizaci6n frenk a 6sta
El acelerado proceso de industrialización
transformó la estruct~ira agraria y
atra~3&YO ! p ~ iX T ~r l o,c > r r n l lA nnr tintn 3
J -'"-LA----f r-- .- - - - 1
los nuevos sujetos actuantes que luego serían
los protagonistas del proceso de transición.
De forma especial el turismo jugó
un papel dinamizador de las estructura social
al convertirse en uno de los principales
protagonistas del cambio de mentalidad
ocurrido en la época. El trasiego de personas
a uno y otro lado de los Pirineos trajo
consigo nuevas formas de entender ia vicia
y nuevas experiencias de lucha que co224
Dowii,~go Gnri Hni/i4
menzaban a verificarse en esos momentos
en el conjunto de los países democráticos y
no democráticos de Europa. Fue un duro
revés para el inmovilismo del régimen. Paralelamente,
en el interior la pulsión de la
sociedad abrió nuevos canales dp intervención
política, entre los que hay que destacar
el fenómeno nacionalista, despojado ya
pn muchas de sus vertientes de los viejos
modelos existentes.
Con el final del franquismo entra en crisis
una modalidad del nacionalismo español,
pero no el nacionalismo cspañol. Las
fuerzas políticas que sustituyen en el poder
n! viejo régiiiien cüiitpaiieii iiiu~iiusd e ius
puntos de vista que éste sostenía sobre esta
cuestión. De hecho, quienes participan
desde el estado central en la elaboración
del nuevo modelo de cstado son personas
vinculadas directamente al régimen que
desaparece. El diseno constitucional sobre
el asunto, en su momento no fue capaz de
consensuar el nuevo modelo con todos los
nacionalismos periféricos. Ni aún con el
nacionalismo de corte cristiano-demócrata
como el representado por el PNV. Sí lo logró
en cambio, con cl nacionalismo de derechas
de Cataluña, porque en mi opinión
estos tenían más decidida su forma de participaciún
en el nuevo Estado. Sin embargo,
en todo el proceso constituyente y posterior
a él, la tensión entre los nacionalismos
periféricos y el español continúa,
aunque ahora, en este último participan los
partidos mayoritarios de la izquierda parlamentaria.
En este sentido, la pretensión
de aplicación de la LOAPA estimuló el rechazo
frontal d~ l o nacinnaliqtas catalanes
al hacer de ella una lectura neocentralista.
Desde Convergencia Democrática de Catalunya
se entendió que la puesta en práctica
de esa ley pretendía rebajar, vía modelo
fcdcralizantc, las competencias adquiridas
por las comunidadcs autónomas. "Roca recordará
que al elaborarse la LOAPA ya se
habló de una 'lectura federalista' de la
Coi-istiiuiiói-t, eii id iírie* de ias ttcnicas ciei
federalismo cooperativo de tipo alemán
occidental. En la tradición catalanista el federalismo
siempre se entendió como solución
para articular las relaciones entre las
cuatro naciones del Estado español. Si no
se trata de esa concreción, CDC estima peligroso
intcntar rcconvertir el Estado de las
Autonomías en 'federal', ya que esto sólo
serviría para recortar competencias y unif
w l ~ n dd ~ln bajd a las CC.AA."'.S ería una
nueva tentativa de poner en práctica el modelo
de "café para todos" que el proyecto
Clavero había dcfendido en el proceso
constituyente. IJor eso la formación política
que lidera Pujo1 opinaba que la única
posibilidad de éxito que podría tener el
modelo fcderal en España era si este se
ajustaba a servir de marco sólo para las
cuatro naciones que componen el Estado.
En otras palabras, modelo federal, siempre
y cuando se establezca entre Catalunya,
Euskadi, Galicia y España. De no ser así estiman
necesario continuar el desarrollo eshtutariu
de !as C~m::nidzdcs Aütór;o=as.
En parecidos términos de rechazo se
manifiesta el nacionalismo vasco moderado
representadu por el PNV, al considerar
a la LOAPA como un intento de involución
del gobierno central en el tema autonómico.
"El día 8 de Octubre de 1981 comienza
un pleno monográfico del Parlamento Autónomo
Vasco sobre el tema de la LOAPA
en el cual ... defienden en síntesis que el Estatuto
no cs una ley otorgada por el poder
central, sino que deriva de la voluntad popular
vascau2.
En el caso gallego y canario la historia
fue por otros derroteros. En ninguno de estos
dos territorios existía una burguesía
que estuviese organizada de forma autónoma
en partidos nacionalistas, más bien a
la inversa, formaban parte de la UCD, partido
que junto con el PSOE fue el principal
impulsor dc esa Ley. Mención aparte merecen
los nacionalismos de izquierda de
Canarias y Galicia, que junto con el vasco
y ei caiaián se opusieron desde ei principiu
a todo el proceso de ordenación autonómi-
OUnversdad de a s Fanas d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri Memmi Dgta le Caniris 20815
Nacionalismos periféricos y democracia en España 225
ca del Estado, por considerarlo insuficiente
y negador de los derechos nacionales.
La llegada de la democracia, en lo que
se refiere a la cuestión nacional, abrió la
posibilidad para que los diversos nacionalismos
se expresasen en un marco de legalidad,
exceptuando, claro está, la modalidad
ETA y las otras modalidades armadas.
El nacionalismo españnl rnmienxa a tirar
de su tradición liberal en oposición a la tradición
autoritaria que había dominado las
últimas décadas. No va a ser un trabajo fácil
el que tenga que realizar aún en la actualidad,
para hacerle ver a los nacionales -- eany-r-i.ixili-r~L,.vi -.. L7u cambie de talante ~,-+i- J --.-
tud. Aunque en el terreno de la política el
dominio de lo prosaico eme rja sobre el resto
de campos.
La reconstrucción del Estado a lo largo
del proceso de transición política, en esencia,
es impulsada desde deritru de los aparatos
del Estado, en el que domina de forma
absoluta el nacionalismo español, aunque
bien es veráaci que eiio se hace en
consenso con los líderes de las fuerzas políticas
de la oposición, incluidas las nacionalistas
no españolas de derechas.
El proceso vivido a lo largo de la década
de los setenta es rico en acontecimientos.
Los primeros pactos de contenido real
fueron los de la Moncloa. La lectura de este
Pacto tiene una doble dimensión. Por un
lado, destaca su carácter preconstituyente,
es decir, político, al diseñar las grandes 1íneas
maestras sobre el modelo de sociedad
al que se aspira. En síntesis, el Estado del
bienestar en una modalidad disminuida,
pero homologable al resto de la países de
la Europa Occidental. Por otro lado, ataca
el problema de la crisis económica que azota
desde 1973, y lo hace desde dos ángulos:
en primer lugar, se despliega una política
de contención salarial; y en segundo lugar,
flexibiliza las condiciones de contrataciíin,
dando entrada así a los primeros contratos
de duración limitada3.
Ecsdc nbri! dc 1977, !u mnstitiiciSn de
una organización como la CEOE apunta la
línea que pretenden seguir los patronos españoles,
y ese mismo mes la legalización
del PCE restablece el equilibrio para el funcionamiento
normalizado de la democracia
parlamentaria. Las diferentes intentonas
golpistas a lo largo de 1977, 1978, etc, son
frenadas con cierta debilidad por el gobierno
Suárez, y por último, cl 23 de Febrero
de 1981 se diseña de nuevo el proceso
de transición, tras el intento de golpe de
estado, y en un claro proceso de involución
los militares y e1 poder civil pactan un
acuerdo de Estado que alcanza hasta nuestros
días, y que por lo que se refiere a la
prob!emátic-. nncinna! antepone ante riialquier
nuevo diseño que se pretenda en la
reorganización territorial del Estado la "incucstionablc
unidad de la patriauA. Los
efectos del 23 de Febrero, si bien sirven para
tensar, por un lado, las relaciones entre
las derechas nacionalistas y el poder central
-caso LOAPA- sirven, por otro lado,
para buscar puntos de encuentro en otras
áreas de ia política estrairgica, y d ~ VíC IILUS
cómo en "el pleno del Congreso de los días
27 a 29 de Octubre, una mayoría absoluta,
compuesta no sólo por UCD y AP, sino
tambien por la minoría catalana y el
PNV, vota a favor del ingreso ... de España
en la OTAN"'.
La llegada del PSOE al poder, ciertamente
va a significar una transformación
de la realidad socio-económica. Las sucesivas
políticas de corte neoliberal que impulsa
el gobierno González contienen dos
significaciones estructurales. Por un lado,
refuerzan el papel del capital financiero y
especulalivo y debilita los centros productivos
tradicionales, mediante las políticas
de reconversión industrial, y por otra parte,
desarman como consecuencia de esa
medida -y de otras- la capacidad organizativa
y combativa de la clase obrera ligada
a esos sectores de la econon~ía.
Estas dos líneas estratégicas de la política
económica del gobierno socialdemócrzta
r~sponden2 lar exio~nri~di.ce !a in- o--
corporación del Estado español a la CEE y
a los intereses del capital internacional, es
decir, pertenecen a la nueva reorganización
en la división internacional del trabajo que
se pone en marcha desde el comienzo de la
crisis energética de 1973.
La estructuración del Estado de las Autonomías,
hegemonizada por las fuerzas
políticas del pacto constiti~cional -nacionalistas
españoles y nacionalistas ratalanesmás
el PNV, que se suma plenamente al
proyecto una vez aprobado, en el referéndum
del 1 de Marzo de 1979, el Estatuto
de Gernika, va revelando una transformación
de alcance histórico en el interior de
fuerzas pe!ificadse las c!uscs dirigentes.
A partir de este momento las burguesías
nacionalistas de las periferias comienzan
a formar parte de forma orgánica
de los nuevos aparatos de poder
emanados del proceso de transición. Las
Con~unidades Aulúrior~ias también son
Estado, ha repetido incansablemente Jordi
Pujo1 cuando desde diferentes ámbitos se
ie ha acusado de querer aebiiitar ei Estado.
La explicación de este fenómeno habrá
que buscarla en el nuevo significado que
va a cobrar lo político tras las revoluciones
del 68. Esta fecha encarna, el nacimiento
de una nueva consideración de lo
político en el capitalismo maduro. Nos referimos
a la autonomía de lo político. Los
acontecimientos del 68 revelan un alcance
histórico, por cuanto, significan una transformación
estructural del capitalismo. El
68 marca el final del Welfare state,
desarrollado en Europa tras la Segunda
Guerra Mundial, y tocado de muerte por
las profundas transformaciones que sufre
el mundo de la producción, dado que introduce
un nuevo sujeto histórico que, citando
a Toni Negri, denominamos el obrero
social. Este fenómeno es la línea de
demarcación entre los nacionalismos decimonónicos
y los actuales.
Esta nueva era, en el desarrollo histórico
del capitalismo, con un nuevo sujeto -el
&rere AmVitG dc ~--L-AU-.U- U C -
ción, modifica radicalmente la relación habida
hasta el momento entre las instancias
económicas y las políticas.
El capitalismo de post-guerra vertebra
las relaciones de explotación en el marco
de la fábrica, en el quc el Estado juega un
papel de cohesionador de los intereses
nacionales de las distintas burguesías, aunque
evidentemente bajo la hegemonía de
los EEUU. A partir del período 68-73, primero
con las revueltas generalizadas, el ascenso
de las luchas obreras, las revoluciones
en el Tercer Mundo, la crítica cn los países
occidentales a la calidad del desarrollo,
etc., y posteriormente con la aparición de
la erLe rgéfica, coi-i&cioi-la& ya y"' las
nuevas políticas inflacionistas asentadas
sobre políticas económicas de corte
~nunelariue, l capitalismo transmuta la base
de su sustento.
Esta transformación deviene, fundamentalniente,
a consecuencia de las
modificaciones habidas en el mundo del
trabajo, y por tanto, en el elemento que
vertebra y da cohesión y sentido al fenomeno
social, a la composición social de la
vida humana. El trabajo como medida de
la producción y del intercambio (valor de
cambio), pero también al trabajo como
medida de la relación social, de la producción
social de la historia y de su devenir
(valor de uso). El trabajo en esta
nueva revolución histórica iniciada en torno
a los años sesenta se define por difundirse
((indiferentemente dentro y fuera de
la fábrica. Los canales de recomposición
pueden ir hacia la fábrica; pueden, en
cambio, presentarse a unas síntesis sociales,
dentro de larzas proyeccion~s
productivas. Las escalas de producción y
las integraciones de los modos de elaboración
se hacen más extensas y complejas
que nunca>bb, como consecuencia se ((representa
un funcionamiento compacto
que coordina e integra dimensiones difcrentes,
en sectores económicos, en mercados
nacionales, y desarrolla coordinacióii
e iritegiaciói-i i-r~u:hariuiid subre iit
totalidad de la faz del globo»7. El sujeto
Nacionalismos periféricos y democracia en Esparia 227
histórico resultante de esa nueva relación
en el mundo del trabajo se encuentra «inserto
en redes formidables de cooperación.
El obrero social comienza pues a
configurarse dentro de ese pasoo8.
Los procesos de automatización -aplicados
a la producción- generados por el
desarrollo industrial están, sin duda, en la
base de este cambio históricu. El ticrriyu
de trabajo deja de ser la fuente principal
de medida de la riqueza. El trabajo inmediato,
merced a las nuevas condiciones
impuestas por la informática y la robótica
deja de ser el centro del proceso, y por lo
tanto, no es el marco de la fábrica -como
concepto abstracto (general)- el lugar en
el que se ventilan las contradicciones. El
sujeto histórico que aparece ahora vive y
se desarrolla en el marco general de la sociedad.
Este estado de cosas, en esencia, dibuja
una nueva significación del elemento
político como suieto relativamente autónomo
en el marco del capitalismo. Determinadas
funciones económicas y sociales
son asumidas por los estados capitalistas
y esto no hay que entenderlo como un
triunfo del Estado del bienestar diseñado
por la socialdemocracia9. El papel central
del Estado, de la forma política de dominación
que asume el capital, consiste básica~.
onfe en cunrdinar y r l ~ r cierta
racionalidad al mismo sistema, que de
otra manera se vería abocado a un enfrentamiento
de dimensiones incalculables
con las masas populares. Con esto quiero
plantear que determinadas conquistas Ile-
-,-a&S --.. ' - e !,u,,-LL.....- u de las c!sses
populares, en los estados del capitalismo
maduro, no pueden ser echadas por tierra
súlu por la acción del capital, sin la
participación del Estado, porque en ese
caso se podría generar una situación
revolucionaria -piénsese en la sanidad y
en la educación pública, etc-. Otra cosa es
que el Estado actúe, sobre todo en los momentos
de crisis, vaciando de contenido
esas conquistas sociales, pero no las suprime
de forma tajante, mantiene, por lo
menos su aspecto formal. Esto es una forma
de intervención de lo político propia
de los estados capitalistas en fase monopolista.
Esta autonomía de lo político que comentamos
no ha de entenderse como parte
de una concepción instrumental del Es-
Lado. Todo lo contrario. La dinámica del
Estado es concomitante con la del capital:
desde las funciones de acumulación a las
del sistema monetario; desde la legislación
sobre las fábricas a la organización del trabajo
cotidiano. La reproducción social del
capitai esta caaa vez más integrada y comandada
por el Estado. La ((autonomía de
lo político^^ hay que entenderla entonces,
como un elemento concomitante, estructural,
del desarrollo capitalista, es decir del
nivel de reproducción del capital social, y
no como un nivel intermedio entre éste y
las fuerzas productivas. El Estado es desde
esta óptica el capitalista colectivo10.
Pero esta forma no desvirtúa, ni mucho
menos, la presencia de las luchas políticas
en el seno de los aparatos de Estado, no sólo
la que viene atravesada por las luchas de
clases, sino también y rs el momento que
nos interesa ahora, la lucha que se establece
por el poder político entre los diferentes
sectores de la burguesía que pertenecen a
iin mismn Estado.
El carácter multinacional del capital
obliga a que las burguesías, tanto centrales
cuino periféricas, dentrn de un mismo Estado,
se vean en la necesidad de adoptar
posturas de tipo político para insertarse de
manera vent~l j i rae n las negnciacinn~sñ las
que se ven abocadas con ese capital. En este
sentido, la utilización del elemento político
sc convierte en pieza clave para el proceso
de intermediación económica a que
aspiran estas clases dirigentes. Dotarse de
aparatos polílicos «estatales)> o ..cuasi
estatales* es una condición necesaria para
contrarrestar la hegemonía de las clases
que controian directamente ios aparatos de
estado del poder central.
228 Doiniiigo Gari Hayek
En el desarrollo actual del capitalismo,
se ha producido una transformación radical
del concepto de «viabilidad,> por lo que
se refiere a la construcción estatal. Un Estado,
ahora, no es solo «viable» por la capacidad
productiva interna que tiene, como
había sucedido hasta la fecha, puede
ser viable también -sin tener capacidad de
producción de valores de cambios y sin tener
mercado nacional cstructurado- si está
ubicado en un punto privilegiado de la circulación
de capitales, si está inserto estratégicamente
en algún punto de la red de la
economía mundo, en un punto de interés
de las multinacionales. Se trata de explotar
la renta de situación.
Pero también es viable un enfoque de
desarrollo económico y de poder político
que no tiene por qué tener en cuenta, de
forma prioritaria el problema de la construcción
estatal en su acepción clásica, aunque
también es posible. La infraestructura
p'G&ctiia corLs:i:Ui& los
flujos de información, es capaz de atender
la demanda de desarrollo regional -hablo
aquí de regional como realidad subestatal-,
o simplemente urbana, de las ciudades, pasando
por encima de los condicionamientos
establecidos por el marco estatal. d'recisamente
debido a que la economía es global,
los gobiernos nacionales no tienen
suficiente poder para actuar sobre los procesos
funcionales que conforman sus economías
y sus sociedades. Pero las ciudades
y las regiones son más flexibles a la hora de
adaptarse a las condiciones cambiantes de
los mercados, de la tecnología y de la cultura.
En realidad, tienen menos poder que
los gobiernos nacionales, pero poseen una
mayor capacidad de respuesta para generar
proyectos de desarrollo con objetivos
concretos, para negociar con compañías
multinacionales, para fomentar el crecimiento
de empresas endógenas pequeñas y
medias y para crear las condiciones que
atraerán a las nuevas fuentes de nqueza,
de poder y de prestigio,,11.
2- LOS NACIONALISMOS COMO
RESPUESTA A LA PÉRDIDA DE
CENTRALIDAD DE LA CLASE
OBRERA
Lo comentado hasta estos momentos
s~~b r a ylaa r espuesta que han dado las clases
dirigentes españolas ante el problema
de la transformación del Eslado, teniendu
en cuenta las manifestaciones específicas
del caso español, por lo que se refiere a la
presencia de distintos grupos nacionales en
la conformación del nuevo aparato de poder,
como a las modificaciones de alcance
más general, que afectan al conjunto de
países del entorno.
Pero el comportamiento nacionalitario
no es privativo de determinadas clases n
grupos sociales en ninguna de las nacionalidades
que componen el Estado español.
Sin duda, las burguesías son el remoto enlace
histórico en estos planteamientos, sobre
todo en el caso español, vasco y en el
catalán. Menos claro está m P I rilw gil!!~-
go y canario.
A pesar de todo ello, de forma indudable,
la fractura que se manifiesta en el terreno
de la política después de la década
de los setenta puso en crisis todas las formas
de plasmación de la misma que venían
siendo válidas, grosso rnodo, desde finales
del siglo XIX. Desde el ámbito de la ide-
G!Grrí2 hlatl e. firnqn;n.e;.rn &ciurrG!!o o-- -'---- --o-'"'-" ' "
un espacio de nadie que con el transcurrir
del tiempo ha ido Ilenándose con distintos
colores -violeta, verde, rojo- y propuestas
de actuación que desbordan a los partidos
políticos de corte clásico -crítica del trabajv,
cüec;ioiiaii-tiei de Id5 i~~biiiucivneb,
crítica del Estado, apatía electoral, etc.- y,
por supuesto, también, un espacio en el
que se instaló una nueva forma de entender
el nacionalismo, que dicho sea de paso,
pretendía asumir, y lo sigue pretendiendo,
algunas de esas nuevas formas de
reivindicación emanadas del seno de la sociedad
civil y de sus movimientos de protesta
más activos.
El modelo organizativo propuesto por
OUnversdad de a s Fanas d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri Memmi Dgta le Caniris 20815
Nacioiialisnios periféricos y deniocracia en España 229
las formaciones políticas de la izquierda
clásica, tales como el partido y el sindicato,
cntra cn crisis en la medida en que el capital
encuentra como una de las respuestas
adecuadas a la crisis de los setenta un desarrollo
exponencial en el ámbito dc la
ciencia y de la técnica aplicadas a la producción.
De esta forma se logró debilitar la
base socidl de lus ydilidos socialislas y comunistas
y sus respectivas organizaciones
sindicales, desplazando así la antaña centralidad
del movimiento obrero a una posición
de segundo orden en el entramado
socio-político.
El pico máximo de la organización fordista
del trabajo se conquista en el último
periodo de la sociedad industrial. Pero la
misma forma de organización emanada del
fordismo ha ido dando paso a otra forma
de estructuración del mercado de trabajo,
que denominamos postfordista. La primera
estaba fundamentada sobre un alto grado
de organización de la producción industrial,
es decir, un perfeccionamiento
complejo del sistema de producción -aplicación
de los descubrimientos técnicos y
científicos a la producción-, en el que se
planificaban las formas de introducción de
niievas fnrmas de producción y del control
de éstas y de los intercambios. La segunda,
el postfordismo, constituye la hegemonía
del capital financiero frente al indiiqtrial,. la
hegemonía de la relación monetaria a nivel
planetario bajo el paraguas de los procesos
informáticos. Es un capital que se transmuta
instantáneamente, que viaja de un
país a otro, en segundos, un capital cada
Y.-.. .-"A,- A-.-lnnml:"-An A ;mAn*A"A;An+', V C A ".U., U C . , " " C U " ~ U U " L I.IUCyC.L~.L.IL~i
Estas dos formas de organización capitalista
generan sujetos obreros, proletarios,
distintos. El mundo del fordismv es el del
obrero masa, del obrero de la fábrica. En el
mundo del postfordismo el sujeto social actuante
es otro, está inserto en el conjunto
de la sociedad, es "ilióvil, activo, creativo",
es creador de trabajo inmaterial, de saber,
es un obrero socializado, es lo que he denominado
el "obrero social". Éste es el momento
al que asistimos desde los años setenta.
La sociedad terciaria, la del flujo del
capital financiero, la de los nuevos sujetos
proletarios, es la que pone en cuestión las
viejas formas de organización polílica.
Los partidos políticos de la izquierda
española como el PSOE y el PCE encuentran
en esa situación un verdadero handicap
para poder integrar dentro de sus coordenadas
a los nuevos sectores sociales
que no pertenecen ya al mundo de la fábrica.
Estos se encuentran ahora más próximos
a otro tipo de organización social o
política. En el primer caso, destaca el mundo
dei ecoiogismo y dei pacikismo como
crítica de los modelos de desarrollo imperantes,
en el segundo, el mundo del nacionalismo,
por lo que tiene de rechazo a las
estructuras estatales y de vinculación a las
nuevas y viejas clases dominantes, entre las
que identifican a las cúpulas de los partidos
políticos tradicionales, sean estos de izquierda
o de derechas.
Los mnvimientns de la izquierda nacionalista,
tanto en Cataluña, como eri Euskadi,
en Galicia o en Canarias, en el periodo
que comprenden los años de la transición
a la democracia en España, tienen muchos
elementos en común y otros, por supuesto,
específicos de cada uno de ellos. Aquí interesa
resaltar los puntos de encuentro. A
yrandw raszns pndpmnq decir qiie; de una
forma u otra, son herederos de las situaciones
revolucionarias abiertas en la década
de los sesenta. ¿En qué territorio no se
intentó practicar la lucha armada de carácter
urbano?, ¿quiénes no estaban influencia&
s, ?=p.que fllesn do pC>r f i m 7 . 3 a---
del Che y de la revolución cubana?, ¿hubo
alguno que no viviese con entusiasmo las
victorias guerrilleras e11 Argelia, Vietnam,
etc.?, ¿en algún liigar dejaron de surgir movimientos
que se proclamaban prosoviéticos
o prochinos cuando aconteció la ruptura
de estos dos países?, y entre ellos mismos
¿no se hacían frecuentes visitas
durante congresos o fiestas de los respectivos
movimientos nacionalistas?, ¿no estaNacionalismos
periféricos y democracia en España 231
nes influenciaban a los canarios, pero a la
inversa.
A pesar de todo ello, los modelos teóricos
propuestos estaban inscritos en la idea
de la reproducción de las estructuras políticas
que pretendían cuesiioriai; a pesar de
ser una manifestación de la crisis de estos.
La construcción de aparatos estatales o
cuasiestatales piramidales al estilo de los
Estados Occidentales o del socialismo real
o "imaginario", en definitiva, aparatos de
corte liberal estructurados políticamente
según la opción ideológica que se reclamase
como acertada, derivada de los diferentes
puntos de vista que mantenía cada grupo
o movimiento nacionalista -comunistas
y de tradición marxista por un lado, y socialdemócratas
o de tradición no marxista
por el otro-.
El segundo elemento que da cierta unidad
a los nacionalismos de izquierda es su
militancia antiimperialista.El abanico de
posturas oscilaba entre el comunismo -ortodoxo
y renovador en sus diferentes
manifestaciones- y la socialdemocracia o
socialismo de corte más o menos moderado.
Pero en conjunto, se pretendía partir de
unos posicionamientos que buscaban ser
alternativos a la construcción capitalista
que se verificaba en España y en el mundo
en aquellas fechas. Los modelos que se texiuri
mrr.o referencia so hz!!&in en e! ccrnjunto
de experiencias que las fuerzas
populares habían desarrollado en diversas
latitudes dcl planeta. El discurso imperante
de la época hacía hincapié en el carácter
progresista de las luchas anti-imperialistas
-v- nacruic:jn-vLn- aun -a.L;L.*u--:c-.i.c,."ii iilc.7, C D ~ :U istinbs
matices, más o menos radicalizados, a esa
realidad.
Toda la fundarneritaciv~i leórica y
práctica, en la que se sustentó el movimiento
revolucionario -o la mayoría de él-,
desde la década de los sesenta en adelante,
no fue capaz de dar una respuesta superadora
a las condiciones que había generado
el capitalismo, comenzando porque
la propia dicotomía, que en aquellos tiempos
parecía real, de diferenciación del
mundo en dos o tres categorías -primer
mundo, segundo mundo, tercer mundo-, y
cada una con su propia estrategia de lucha
y de interpretación del proceso revolucionario,
y sobre la que se sustentaba toda una
concepción de acción política, se mostró finalmente
como una línea incorrecta de
análisis de la realidad.
El período revolucionario abierto en los
sesenta fue liquidado prontamente, tan
pronto como su opción fue emular las estructuras
estatales presentadas como alternativas
al capitalismo.
La versión revolucionaria de ia critica ai
capitalismo, hegemonizada por los partidos
comunistas, o los frentes de carácter
socialista tuvieron su apoyatura teórica y
práctica en la dictadura del proletariado y
en la construcción del Estado socialista como
presumible estado de transición. Pero
esa línea de actuación política ya había sido
derrotada con la experiencia soviética y
más tarde con la china.
A partir de ahí, el conocimiento histórico
ha demostrado que la acción encaminada
a la construcción estatal -aunque discursivamente
se proclame socialista- termina
siempre por devolver a la burguesía
al puesto de mando. Más allá del discurso
existían relaciones de identidad entre un
morlelo y otrn, TI 6ctas venían marcadas pnr J - - - - ~ -
el carácter netamente prvductivista en el
que se asentaban ambos. Un prodiictivismo
que igualaba la naturaleza de la división
del trabajo a nivel estatal e internacional
en ambos sistemas -produciendo
relacimes de ir.tercambio dnrigu! do m,-
nera estructural a nivel internacional, o lo
que es lo mismo de explotación-; que producía
contradicciones, de parecido alcance,
entre el campo y la ciudad -las grandes urbes
rodeadas de centros industriales que
explotan al campo, no sólo son patrimonio
del mundo capitalista-; que construía un
monstruo burocrático de similares características,
en el que el poder político es una
maquinaria encargada de reproducirse a sí
OUnversdad de a s Fanai d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri Memm Dgta le Caniris 20815
misma, y un largo etc. de semejanzas estructurales
que no es el caso examinar
aquí.
El nacionalismo de izquierda está en el
período 1975-1982 en el momento de mayor
expansión. Las burguesías periféricas,
a excepción de la vasca y la catalana -como
clase estructurada políticamente- no se
iiiscribe en el ámbito del nacionalismo, se
encuentra muy cómodamente asentada en
las formaciones políticas de la derecha tradicional
espanola -esto es válido para cl
caso canario y gallego-. Pero por otro lado,
hay que decir, también que el nacionalismo
de izquierda fue un proyecto que no tuvo
tiempo de desarrollarse plenamente y por
lo tanto, su campo de acción se vio restringido
tanto en el espacio como en el tiempo,
dado que el periodo de inestabilidad
que siguió a la muerte de Franco, se cerró
con la llegada del PSOE al poder en octubre
de 1982 y la puesta en práctica de un
nuevo modelo de Estado que a pesar de los
tira y afloja estuvo refrendado, con la postura
comprometida que en torno a esa nueva
distribución del poder sostuvieron las
burguesías periféricas más pujantes -catalanas
y vascas- y que eran las únicas que
tenían capacidad real de mantener indefinidamente
el periodo de desestabilización
1975-1982. Pero lo que nos interesa resaltar
es que el nacionalismo d~ iZqiiic.rdñ, en el
período de la transición, sólo podía tener la
definición que adoptó, debido a que se inscribía
en una órbita política que pretendía
ser una contestación al capitalismo.
Por esa razón, la tradición formativa de
!a ?r.i!itaxiu naci~ndistud c csü + x a , sc
realiza en el combate contra el último franquismo.
En la mayoría de los casos, los
militantes del i-iacionalisn~od e liridle5 de
los setenta habían adquirido su conciencia
política a través de referencias marxistas o
marxistizantes, eran combatientes del antifascismo
y por lo tanto, pertenecían a toda
esa tradición del movimiento político internacional
que venía ejerciendo desde muchos
años atrás. Se formaban políticamente
Dornin~o Gnri Hnyek
a través de la lectura y la discusión y consideraban
su actividad política como un
modo de vida, no sólo como forma estética
-que también-, sino como compromiso
con las clases oprimidas y explotadas.
Desde el punto de vista orgánico, pertenecían
a formaciones políticas -o simpatizaban
con ellas- que habían elaborado su
discurso y su práctica -en el marco mundial-
en la lucha por la democracia y el socialismn,
interpretado tanto lo uno como lo
otro de diversas formas. Pero básicamente,
eran estructuras políticas que respondían a
formUsu rgaiiiza:~ase: áii-&ii"
de la izquierda -PCE, PSUC, PCC, etc.-.
Aparatos partidarios, más o menos burocratizado~
d, ependiendo de la fuerza social
del partido, enriquecidos en la tradición
del cmtralismo burocrrítico, y del ordeno y
mando de la dirección, aunque luego se
disfrazase con un discurso democraticista.
Aunque bien es verdad, que aquí tendríamos
que hacer la salvedad del caso vasco,
en el que la influencia del PCE o partidos
hermanos es menor, dado que hasta la formación
de ETA en 1959, el PNV era e1 partido
que hegernunizaba la resistencia al
franquismo.
El compromiso social, sin embargo, que
adquirieron estos grupos y partidos estaba
sin ciucia motivado por ei interes deciarado
de combatir el sistema capitalista, y cl
nacionalismo apareció en ese contexto como
una forma óptima de aglutinamiento
de las fuerzas sociales progresistas que estaban
por esa labor. Esa era, además, la experiencia
que parecía verificarse en otras
latitudes, aunque lógicamente con características
específicas en cada lugar. Desde la
guerra del Vietnam, hasta la guerra argelina,
desde Cuba hasta Irlanda del Norte,
desde Euskadi hasta Nicaragua, desde Canarias
hasta el Sáhara, el nacionalismo en
los setenta jugó una baza anti-imperialista
que se consideró válida en la lucha contra
el capitalismo.
Nacionalismos periféricos v democracia en España 233
3- LO QUE QUEDA DEL PROYECTO
NACIONALISTA
El nacionalismo de la derecha, que
finalmente se ha impuesto desde el punto
de vista político y social, se desvela como
una fuerza claramente conservadora. Es
una tendencia política que reclama como
propio el denominado triunfo del mercado,
y se inscribe objetiva y subjetivamente en
la tendencia dominante del nacionalismo
conservador que azota a Europa.
El nacionalismo de la derecha responde
a una recomposición de fuerzas de las
burguesías yeriféricas en el contexto del
Estado español y de la Comunidad Europea
y engloba en torno a sí los históricos
intereses del conjunto de las clases dominantes.
El movimiento nacionalista de las derechas
no está proyectado en el sentido de
buscar formas liberadoras a los procesos de
explotación -nacional, social, ecológico,
po!itico, etc.-, sino pwisñmente en sil rnn-
Irario, es decir, en el ejercicio por el mantenimiento
del poder político y económico,
etc., de la sociedad en que se proyectan.
Tras las experiencias de los años sesenta
y setenta en torno a los problemas de las
luchas nacionales, la historia ha demostrado,
de diferentes maneras y con distinto alcance,
que todos los movimientos de conrio;
acior,ei -expl;cika o iirípl&-i:ameí;ke- nncionalistas
han sido hegemonizados por las
fuerzas conservadoras, y cuando a éstas se
les ha escapado el proceso por algún período
de tiempo, sin embargo, han vuelto a
imponer su hegemonía de forma clara y
contundente. Desde esid yer-syeciivd, el rmcionalismo
se muestra, entonces, como un
movimiento que sólo puede aspirar a
consolidar o reajustar el capitalismo en el
territorio en el que se entabla la lucha,
independientemente de que el proyecto
nacionalista se etiquete, o efectivamente
sea dirigido, por la derecha liberal, conservadora,
los partidos socialdemócratas, socialistas
o incluso comunistas. La tendencia
a la construcción estatal, como ya alegamos
en otros trabajo^'^, es una tarea histórica
propia de la era del capitalismo. Las opciones
políticas que pretendan transformar
esa forma de articulación social tendrán
que buscar concreciones políticas del poder
distintas a las que representa el Estado,
bien sea nacional o plurinacional.
En cualquier caso, se impone una deconstrucción
de la trayectoria del movimiento
nacionalista y de los objetivos políticos
que persigue, lo que no significa que
haya que tirar por la borda todo el bagaje
histórico que representan estas formas de
agrupación política. Ahora bien, es obvio
que la crisis de los n~odeloso rganizativos
en los que se ha sustentado la representación
política, desde por lo menos la 11 Guerra
Mundial en adelante, afecta también a
los partidos y movimientos nacionalistas,
sean estos de la tendencia que sean. ¿Qué
queda después de la bancarrota del socialismo
reaI y de la crisis del Estado del Bienestar?
El triunfo, por lo menos, aprente,
del liberalismo, es decir, una decantación
de las relaciones de fuerza a favor de las
corrientes de pensamiento liberal-conservadoras.
Si bien el despliegue pleno de las políticas
del bienestar no alcanzan a España,
por obvios motivos políticos, las manifestaciones
de su crisis sí la afectan de lleno.
Lr inflaciSn, !as crisis ecmSrnic~s,e! 2i?-
mento del paro y de la deuda pública ponen
en cuestión el modelo de corte europeo
que comienza a plasmarse en España
tras el franquismo. Se llega tarde y mal.
Cuando la socialdemocracia accede al po-
uJ..- cl Cn-L t yL-2Jp- -tL=-a , Reagan y Shakcher yo han
comenzado la cruzada contra el Estado del
Bienestar y acto seguido los conservadores
en todd Europa van retorriarido a cada uno
de sus gobiernos. En donde no lo hacen,
caso español, los socialdemócratas ponen
en práctica las políticas liberal-conservadoras,
aunque añadiendo a ellas las manifestaciones
más perversas del modelo keynesiano:
alta burocratización de los aparatos
de la administración -duplicando en
muchos casos funciones entre la administración
central y las comunidades autónom
a s con un notable grado de secuelas de
corruptelas y otras formas de delincuencia
de cuello blanco.
La socialdemocracia lia fundamentado
su creencia política en la acción racionalizadora
del Estado, y su proyecto partía de
la consideracidn de que este tendría que actuar
como regulador de los excesos del mercodo,
por medio del aumento progresivo de
la presión fiscal y de una redistribución
equitativa de la riqueza. Desde esa concepción,
el Estado jugaría un papel neutral
en el juego de la libre concurrencia de los
agentes económicos en el mercado. La relación
de fuerza en la sociedad se dibujaría
por medio de las elecciones parlamentarias
o presidenciales cada cuatro años y en esos
marcos institucionales se encontraría el
centro, el equilibrio entre las exigencias de
los bandos enfrentados: el capital y el trabajo13.
Sin embargo, el Estado se convirtió en
patrón y, por lo tanto, su papel neutral quedó
de esa forma en entredicho por la propia
realidad. El planteamiento socialdemócrata
quedó atrapado en su propia lógica y
el continuun de las luchas de clases se In reafirmó
con contundencia cuando los propios
sindicatos, también socialdem6cratas,
cnnvncaron hiielg~cg enerales a gohiernnr
de su propio color. No me refiero sólo, ni
mucho menos al 14D en el caso español,
aunque también es válido, sino por ejemplo,
la contestación que tuvo por parte de
la clase obrera el compromiso histórico en
!:a!ia ea !a década de !os setenta, e! acüerdo
alcanzado entre el PSF de Mitterrand
con la patronal a comienzos de los ochenta,
o la escalada en la conflictividad social
que tiene lugar en el Estado español tras
los Pactos de la Moncloa.
La corriente más radical de la socialdemocracia,
actuante siempre desde posiciones
opositoras, como la voz de la conciencia
frente al pragmatismo liberal de sus
compañeros de partido, teoriza la profundización
de la democracia política como la
vía para alcanzar la democracia económica,
y por extensión la social, yero lunddr~ieritando
sus criterios, igualmente, sobre el fenecido
Weifare Stnte. Es, por tanto, la respuesta
socialdemócrata en sus dos versiones,
una estrecha visión excesivamente
ideologizada y deudora de un modelo de
crecimiento agotado.
El pragmatismo socialdemócrata se
mueve, a partir del inicio de la crisis de los
setenta, entre la presión de sus propias bases
y las exigencias cada vez más agresivas
de la patronal, pero sus políticas no encuentran
ahora la solvencia de un sistema
económico que los ha ido despojando de su
vestimenta hasta mostrarlos completamente
desnudos frente a la clase trabajadora, a
la que no le pueden prometer ni las ventajas
del Estado del Bienestar -pleno empleo
o en su defecto protección al desempleo,
asistencia sanitaria y educativa con criterios
mínimos de calidad, vivienda. etc.- ni
proponerles expectativas de futuro mínimamente
razonables, que tengan en cuenta,
además, la prnfiinda transformación
ocurrida desde el punto de vista sociológico,
en el conjunto de los trabajadores, comn
cnnsecuencia del desarrollo científicotécnico,
y de los cambios habidos en el
mundo de la producción.
E! rindiralism~y !es pzrtirl~cp !iticis
de la izquierda clásica, nacionalistas o no,
actúan como marcos reivindicativos de los
colectivos de la aristocracia obrera. La época
del corporativismo ha pasado definitivamente
a la historia y con ella las estruc-
L :--L: - - - - :--3 - -.- ~ - -- - - - -
L L U C I ~ u l ~mu L i a u v aY~IU YI~> ue b u I ILUI IL~I ¡ -
to. El sindicalismo y los partidos no
pueden ser por más tiempo el portavoz de
intereses corporativos. La nueva organización,
o tiene un carácter netamcnte social,
cooperativo, o no forma parte del mundo
de las reivindicaciones liberadoras de la explotación.
La Huelga General del 27-E nos puede
ayudar a reflexionar sobre lo que venimos
comentando. Independientemente del éxiNacionalismos
periféricos y democracia en España 235
to, en términos cuantitativos, que tuvo la
huelga por lo que a su seguimiento se refiere,
no debemos llcvarnos a engaños a la
hora de valorar el significado real que esa
acción sindical y política tiene en la actualidad.
Los sujetos históricos que en estos momentos
representan la avanzadilla de la lucha
social y política no están iiisei-los en el
mundo del trabajo de forma regular, ni en
consecuencia se sienten representados por
las organizaciones de ese ámbito laboral.
Hoy, el trabajo en precario, las contrataciones
temporales, los que se mueven en
el ámbito de la economía sumergida, ios
subempleados, los parados, los excluidos,
representan los sectores golpeados de forma
más contundente por el capital. Son
esos sectores del mundo del trabajo los que
adolecen de estructuras orgánicas, de capacidad
de movilización en los actuales
marcos jurídicos y políticos, y los que, por
supuesto, nunca están representados en las
mesas de negociaciones, ni siquiera en esas
huelgas generales de clases medias -Gutibrrez
dixit- del estilo de las del 27-E.
En este sentido, el sindicalismo se encuentra
atrapado en la lógica mortífera de
la dialéctica. Es presa, igual que sus compañeros
de viaje -socialdem6cratas de variada
tonalidad (PSOE, IU, ICAN, EA,
IRC)- do un onvolverite raznnamimtn qiip
los lleva con contumacia repetida a derrota
tras derrota. Esa maldita forma de pensar,
elcvadn por Hegel a las más altas cúspides
de1 poder del estado y del capital,
tiene que ser quebrada, puesta fuera de la
ciicu!ñciSn por q ~ i c x c spr ctcr.dr,n ssistir 3
la reorganización de espacios vitales de
mayor libertad.
Las coridiciones actuales de articulación
social han dejado obsoletos los mecanismos
de representación clásicos del mundo
del fordismo. Ni 10s partidos políticos, iii
los sindicatos -mucho menos las instituciones
y aparatos del Estado-, son permeables
hoy a las exigencias y reivindicaciones
de los nuevos sujetos sociales. Al contrario,
lo que acertadamente se ha denominado
la ((revolución conservadora» de la
década pasada ha profiindimdo los mecanismos
y las formas de actuación antidemocráticas.
En estos últimos quince años se ha asistido,
en el mundo occidental, a un proceso
creciente de monopolización del poder.
Nuevos instrumcntos dc creación de subjetividades
sociales han irrumpido en la
frágil estabilidad de fuerzas establecida en
estas sociedades después de la Segunda
Guerra Mundial, quebrando por completo
la dinámica de ((equilibrio)) sostenida hasta
ese momento. Esie Íenhieriu juiiiu d :a
creciente mundialización de los procesos
económicos, políticos, culturales, etc., que
alejan cada vez más las tomas de decisiones
del alcance de los ciudadanos, y de los
aparatos de los que, en teoría, estos se dotaban
para ejercer el control democrático,
no pueden tener una respuesta de carácter
nacionalista al estilo clásico, -es decir, la
que pretende la reproducción de aparatos
de poder fracasados en los Estados constituidos-
sino, por el contrario, se tendrá que
poner el énfasis -y esto es válido también
para los partidos de carácter estatal- en la
búsqueda de la profundización de la participación
ciudadana en la toma de decisiones
políticas.
Frente a una concepción autoritaria clásica,
o a la alternativa post-moderna de la
nueva derecha, es preciso rescatar los valores
drmocráticos de la Modernidad, y
fundamentar sobre ellos la acción política
actual. En este sentido, no es un trabajo en
la!& intentar arranmr a Ins partidos dominantes
decisiones de diversa índole, desequilibrándolos
e impidiendo así, su inmovilismo,
tarea que no se presenta excesivamente
dificiiltosa dada su creciente
crisis de representatividad.
El intento por influir en la vida interna
de los partidos ha de ir en la línea de una
progresiva permeabilización por parte de
estos a ias exigencias de pariiciy~ciúiid c
los movimientos sociales, y hacia la aper-
Ounversdad de a s Fanas d? Gran Canara i t o e c a Unuestsri a e m m Dgta le Caniris 20815
236 Donliiigo Gari Haijek
tura de nuevos espacios de debate en los
que estos estén insertos. En este sentido, es
primordial exigir a los partidos políticos
dominantes tomas de decisiones tales como:
l) Poner los canales de comunicación
bajo las reglas de la democracia formal y
de base; y 2) Colocar bajo los órganos de la
democracia representativa las «presiones
objetiva~>)~"ue escapan al control de aqué-
11a.15 -
NOTAS
1 Aguilera de Prat, C.R.: Nacionalismo y Autonomías,
PPU, Barcelona, 1993, p.112.
2 Letamendía, Francisco: Historia del naczonnlimo
vnsco y de ETA, R&B, San Sebastián,
1994, Vol 11, p.456.
3 Etxczarreta, Miren (coord.): Ln rrrslrircturación
del capitalismo en Espnñn 1970-1990, Icaria-
Fuliein, Madrid-Barcelona, 1991.
4 Mnral~s!,o sé L ~ i ky Ce!ada, !san: La n!!w
nativa tni1itar:El golpismo despuis de Framo,
Revolución, Madrid, 1981.
5 Letamendía, Francisco:op.cit. p. 411.
6 Negri, T.: Fiil de siglo, Paidós/ICE, Barcelona,
1992, p.63.
7 Ibid.
8 Ibid., p.64.
9 Ya nos advierte sobre esto Poulantzas cuando
apunta que el Estado no sólo nacionaliza
lus beciurtis no rentabies para ei capitai, sino
que interlriene de forma decidida en sectores
rentables y sobre todo de alcance
estratégico. Véase del autor rncncionado Esiodo,
podu y socinlismo, Siglo XXI, Madrid,
1979.
10 Sohre esto w piierle coniiiltar Michae! Flardt
and Antonio Negri: Labor of Dionysus: A crifique
of thr Stnte-Forni, University of Minnesota
Press, 1994. También el trabajo de Toni
Negri, Marx beyond Marx: Lessons on tlie
grundrisse, Automedia Press, New York,
1991.
11 Castells, hlanuel y Peter Hall, Las tecriópolis
del mundo: La íbrrnación de los complejos indicstrialrs
del siglo XXI, Alianza Editorial,
Madrid, 1YY4, p. 27.
El problema que se plantea aquí es doble y
En el caso que nos ocupa, tanto los partidos
de carácter nacionalista, como los estatalistas,
tendrán que ddoptar sin más demora
un enfoque deherminado sobre esas
problemáticas, en el supuesto, que efectivamente,
estén decantados por frenar el ascenso
de los comportamientos y actitudes
autoritarios; en el supuesto, también, de
que exista un compromiso de hondo calado
democrático.
su respuesta también. dependerá de múltiples
factores el que unas clases dirigentes se
decanten por uno o por otro. En el caso canario,
creo que la eleccih va se Iia realizado.
La zona ZEC prima, sobre todo, la wenta
de situación», lo que la vincula a los procesos
de blanqueo de dinero y de
especiilación monetaria. El segundo requie-
"- -..- l'L:--..:A- -:--L<c: -- L L -.. : - - LL L L . C L . I L ~ L U L ~ ~ ~ ~ Lic~iriiicv-icciiica, e> ~ C L ~ I ,
universidades competentes e inversión estratégica
a medio plazo. Fs el modelo escogido
para Cataluña.
En cualquier caso, es precisa la concurrencia
de algiino de estos modelos para apuntalar
el sector servicios, en nuestro caso a la industria
turística, tanto si se pretende sostener
el proyecto político autónomo, como si
no. De lo contrario, como han verificado sobre
el terreno Castells y Hall, las <<zonaqs ue
permanezcan ancladas en actividades en re
cesión -sean estas de la fabricación, la agricultura
o los ser~iciosd e tipo antigun y no
competitivo- se convierten en ruinas industriales,
habitadas por trabajadores en paro y
dominadas p ~c:! dcscon:en:o social y e: deterioro
ambiental^,. Op. cit., p. 28
12 Garí Havek, D.: Historia del nociotznlisnio cnnnrio,
ed. Renchomo, 1992 y Los fi~itdnmriztoc
del ~miorialisnioc anario, ed.-~enchomo1, 992.
13 Ocurre que el Centro, o lo que es lo mismo,
el Orden, a pesar de quererlo mostrar como
catalizador neutral es, sin embargo, el reproductor
de las jerarquías v del mando. El
Centro, que en la simbología políticd lo encarna
el Estado -el Estado-Capital- no es
equilibrardor de nada. Es, por el contrario,
Nacionalisinos periféricos y democracia en España 237
pura violencia contra todos. El orden no mesura,
sino subsume, engulle, vampiriza.
«El centro no sólo se limita a atrear hacia el
los recursos que necesita para alimentar sus
operaciones, sino que también extrae de su
entorno las energías indispensables para su
propia consolidadción, su fortalecimiento y,
sobre todo, su expansión. Todo lo que está
en la órbita del centro tiene que rendirle tributo
». Tomas Ibanez, ~Sisifoy el centro, o la
constante creación del orden y del poder por
parte de quienes lo cuestionamosn, en Arclzipíelirgo,
n013, Barcelona, 1993, pp. 85-92.
En el Centro no se ectá. el Centro se a, por
eso quien es poder es inmediatamente el
Centro. Franco no era ni d~ derecha ni dp izquierda,
era el Centro; +El Centro: lo bueno
de la izquierda y de la derecha- decía luego
Suárez,,, y el centro es cl PSOE desde 1982.
«El centro son siempre los que mandan. Una
lucha de clases es una regla de juego tal que
impone que un jugador gane siempre y el
otro pierda siempre. En el mercado laboral,
pierde el trabajador porque le falta el capital
... 8 y, el capital es lo que permite ser centro,
orden, poder.
La cita es de Jesús Ibáñez, «El centro del cao
s ~ e, n Ar~h i p i t l u p ,i in13, Uaireluna, 1993,
pp. 14-26.
14 Las que se argumentan alegando su carácter
trcinsnacional y la naturaleza externa de su
procedencia.
15 Para profundizar sobre este tipo de sugerencias
ver Viento Sur. nO1O, Iulio-Agosto,
1993, específicamente el dossier titulado El
ttznlrstar drnzoo.itico.