Anuario de la Facultad de Geografía e Historia
ISSN: 1133-598X
8
Las Palmas de Gran Canaria
2004
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ANUARIO DE LA FACULTAD DE GEOGRAFÍA E HISTORIA
Número 8
Las Palmas de Gran Canaria 2004
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LA PINTURA ESPAÑOLA DE LOS SIGLOS XVI Y XVII
EN LA PRODUCCIÓN IMPRESA DEL SETECIENTOS.
LOS GRABADOS DEL MISAL DE ANTONIO DE SANCHA (1780)
JOSÉ CESÁREO LÓPEZ PLASENCIA
VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X 111
BIBLID 1133-598X (2004) p. 111-132
Resumen: En este artículo estudiamos
siete grabados que ilustran un Misal
editado en Madrid por el célebre impresor
Antonio de Sancha (1780), perteneciente
a la iglesia parroquial de Santiago
Apóstol, de Realejo Alto (Tenerife). Estas
obras fueron realizadas por el destacado
grabador y pintor Juan Bernabé Palomino,
y reproducen pinturas religiosas
debidas a Juan de Juanes, Velázquez,
Murillo y otros maestros de la pintura
barroca española. Estos grabados constituyen
una valiosa muestra de la alta calidad
y dominio logrados por Palomino
en sus trabajos.
Palabras clave: libro ilustrado, grabado,
pintura española, Antonio de Sancha,
Juan Bernabé Palomino.
Abstract: In this article we study seven
engravings which illustrate a Mass
book published by the famous printer
Antonio de Sancha in Madrid (1780), a
book that belongs to the Parish Church
of Santiago Apóstol, in Realejo Alto (Tenerife).
These works were carried out by
the outstanding engraver and painter
Juan Bernabé Palomino, and they represent
religious paintings by Juan de Juanes,
Velázquez, Murillo and other masters
of Spanish baroque painting. These
engravings are a valuable example of
the high quality and mastery achieved
by Palomino in his works.
Key words: illustrated book, engraving,
Spanish painting, Antonio de Sancha, Juan
Bernabé Palomino.
En el presente trabajo nos vamos a
ocupar de una serie de grabados conservados
en el Archivo Parroquial de Santiago
Apóstol, de Realejo Alto, en la Histórica
Villa de Los Realejos (Tenerife), que
copian o reproducen conocidos lienzos de
destacados maestros de la pintura española
de los siglos XVI y XVII. Este es el caso
del valenciano Juan de Juanes (La Resurrección),
los sevillanos Diego Rodríguez
de Silva y Velázquez (Cristo de San Plácido)
y Bartolomé Esteban Murillo (Adoración
de los Pastores), así como el madrileño
Claudio Coello (Santa Cena), el manchego
Juan Martín Cabezalero (Asunción de María)
y el cordobés Antonio Palomino (Pentecostés).
Los grabados de la parroquial de Realejo
Alto —con la excepción del Cristo de
San Plácido, que no aparece firmado—
fueron realizados por el insigne artista
Juan Bernabé Palomino, encargado de
efectuar los mismos para ilustrar una ingente
cantidad de libros sagrados, reproduciendo
grandes creaciones de la pintura
española del Renacimiento y Barroco,
como son las obras —amén de las ya enumeradas
objeto de nuestro estudio— debidas
a Vicente Carducho, Juan de las Roelas,
Carreño de Miranda y Mateo Cerezo.
En concreto, las citadas láminas ilustran
un Misal Romano (Missale Romanum)
(figura 1) de ciento y doze pliegos y en cada
uno se han tirado tres mil exemplares [...], salido,
en 1780, de la prestigiosa imprenta
madrileña de Antonio de Sancha (Guadalajara,
1720-Cádiz, 1790), uno de los
grandes impresores y editores españoles,
cuyas ediciones son aún hoy consideradas
—junto con las del gran tipógrafo de
Carlos III, Joaquín Ibarra (1725-1785), artífice
que enalteció las ediciones españolas
del siglo XVIII— ejemplo insuperable del
arte de imprimir (RODRÍGUEZ-MOÑINO,
1971: 18, 20 y 223-224, núm. 271; y GAVIÑO
DE FRANCHY, 2001: I, 348). Al refinado
editor Antonio de Sancha, que en el
intervalo 1771-1790 imprimió unos 586
volúmenes ilustrados con 875 estampas,
se debe en buena medida la renovación
de la tipografía española, tarea que este
impresor llevó a cabo asimilando los elementos
más destacados de la prestigiosa
tipografía francesa del momento (GALLEGO,
1999: 272-273).
Las obras de las que nos vamos a ocupar
forman parte de la valiosa colección
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José Cesáreo López Plasencia
La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
de estampas que posee la citada parroquia,
firmadas por figuras tan relevantes
como Juan Antonio Salvador Carmona,
Antonio Vicentini, el valenciano Joaquín
Ballester, Académico de Mérito de Valencia
(1773), el ya citado Juan Bernabé Palomino
y otros maestros de los Países Bajos,
las cuales ilustran diversos libros litúrgicos
como misales, antifonarios, breviarios y
cantorales, que se fechan entre los siglos
XVI y XIX (GALLEGO, 1999: 268 y 293; y
HERNÁNDEZ GONZÁLEZ y LÓPEZ
PLASENCIA, 2001: 7-17).
1. EL LIBRO ILUSTRADO EN ESPAÑA
La invención de la imprenta en Maguncia
por el platero alemán Johann Gutenberg
(1400-1468), en 1434 (VV. AA.,
2000: VIII, s. p.), fue un acontecimiento
decisivo para la historia de la comunicación,
el desarrollo de los centros universitarios
y la expansión del movimiento humanista,
cuyos seguidores demandaban
gran cantidad de ediciones de los autores
clásicos. En el caso de nuestro país, ya se
habían difundido numerosas obras antes
del reinado de los Reyes Católicos. En los
años posteriores, la imprenta iría llegando
a los principales enclaves culturales de
la Península, fundamentalmente, gracias
a impresores germano-flamencos. Éste es
el caso del alemán Johannes Parix von
Heidelberg, al que se debe la apertura de
la primera imprenta española en la ciudad
de Segovia, en 1471. Del año siguiente
datan los primeros libros incunables en
nuestro país, mientras que en 1480 se fecha
el primer libro ilustrado, el Fasciculus
temporum, de Werner Rodewinch, obra
que fue impresa y estampada en Sevilla,
en el taller de Alfonso del Puerto y Bartolomé
Segura, y cuyos grabados fueron copiados
de la edición veneciana debida a
Georg Walch, de 1479 (BOZAL, CARRETE
y CHECA, 1998: 23; y GALLEGO,
1999: 19 y 23-24).
Estos primeros momentos de la imprenta
en nuestro país coinciden con el
privilegio dado por el monarca español
Felipe II de Austria al gran impresor galo
Cristóbal Plantino (1520-1589), protegido
por Gabriel de Zayas, secretario del citado
monarca, y por el Cardenal Granvella,
para que únicamente la imprenta plantiniana
pudiese imprimir los libros de rezo,
tras la renovación efectuada en el Concilio
de Trento (LAFUENTE, 1952: 37; RODRÍGUEZ-
MOÑINO, 1971: 12; y GALLEGO,
1999: 59 y 106). Plantino fue conocido
como el rey de los impresores, —y nombrado
Prototypographus Regius por el mencionado
rey al editar la célebre Biblia Regia
o Poliglotta (1569-1572) del humanista
y teólogo Benito Arias Montano—, debido
a la gran cantidad de libros de rezo
que salieron de su famosa imprenta —en
seis años arribaron a España libros litúrgicos
por valor de cien mil florines—, los
cuales serían tomados como modelo por
los impresores españoles (AINAUD,
1958: 270; VV. AA., 1984: XVI, 4533; y
GALLEGO, 1999: 60). La casa editora de
Plantin-Moretus, la más importante de
toda Europa entre 1550 y 1650, estaba en
la floreciente ciudad flamenca de Amberes,
que fue el centro editorial de mayor
renombre del continente, y el primero en
editar libros en castellano, los cuales fueron
ilustrados con magníficos grabados
—como los del famoso Jerónimo Cock—
que fueron muy difundidos por Europa y
América durante los años del Renacimiento
y Barroco (LAFUENTE, 1952: 37;
PÉREZ MORERA, 1992: 221; GALLEGO,
1999: 58-59; y HERNÁNDEZ GONZÁ-
LEZ y LÓPEZ PLASENCIA, 2001: 13). La
privilegiada situación geográfica de Amberes,
que se erigió en el primer centro artístico
de Flandes, motivó que fuese esco-
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
gida por los miembros de la Compañía de
Jesús como principal centro de difusión
religiosa y cultural de la Contrarreforma
católica.
Tras atravesar una fuerte crisis en el
siglo XVII —momento en que se solicitaron
muchos grabados a Amberes, Roma,
Augsburgo, París o Praga, ya que en
nuestro país no trabajaban tantos grabadores,
siendo menor la ornamentación
del libro—, la imprenta española llega a
su momento de máximo esplendor en la
centuria siguiente, coincidiendo con la
llegada de los Borbones al trono de nuestro
país (1700). Tal esplendor fue debido a
que se aprobó una serie de medidas encaminadas
a favorecer a los impresores y libreros,
como fue el control de la imprenta,
el contenido de los textos que se imprimían
y la vigilancia de las formas de producción
(VV. AA., 1994: 201-202; y GALLEGO,
1999: 134).
En el año 1763 se crea la Compañía de
Impresores y Libreros del Reino, corporación
que estuvo bajo la protección de la
Corona, la cual le concede el título de Real
en 1776, siendo monarca Carlos III, a
quien se debe el impulso y protección del
arte del grabado, pues lo consideraba herramienta
de primer orden en la enseñanza
del dibujo y de la propia técnica calcográfica
(RODRÍGUEZ-MOÑINO, 1971:
12; CÁNOVAS y LASARTE, 1994: 200-
206; y GALLEGO, 1999: 266, 270 y 337).
La labor de la Compañía de Impresores y
Libreros de Madrid, cuyos miembros estuvieron
exentos del servicio militar, consistió
fundamentalmente en reeditar antiguas
obras, así como la edición de gran
cantidad de libros litúrgicos ilustrados
con bellos grabados, gracias al privilegio
que le fue concedido en 1782 tras largas
negociaciones entre la Corona y el Monasterio
de San Lorenzo El Real de El Escorial,
ya que éste disfrutaba del mencionado
privilegio desde 1573 (GALLEGO,
1999: 270).
Los innumerables libros que salieron
de las prensas de la Compañía de Impresores
y Libreros matritenses, uno de cuyos
miembros más sobresalientes fue
Juan Bernabé Palomino, se caracterizan
por la magnífica encuadernación, la gran
pulcritud de impresión y belleza de sus
ilustraciones, realizadas a dos tintas, de
las que se custodian interesantes muestras
en la parroquial de Santiago de Realejo
Alto (VV. AA., 1994: 209-212; y HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ y LÓPEZ PLASENCIA,
2001: 11).
2. EL GRABADOR JUAN BERNABÉ
PALOMINO (1692-1777)
Este destacado artista —que también
se dedicó a la pintura, conservándose algunas
de sus obras en la Academia de
San Fernando (PÉREZ SÁNCHEZ, 2000:
406)— vio la luz en Córdoba, siendo sobrino
del pintor y tratadista de arte Acisclo
Antonio Palomino de Castro y Velasco
(1653-1726), que actuó como su mentor,
habiendo sido un autodidacta que se
formó —en palabras del historiador Juan
Agustín Ceán Bermúdez (1749-1829)— a
base de mucho empeño y extraordinaria aplicación
a grabar de buril sin otro maestro que
las estampas de los mejores maestros extranjeros
que procuró copiar, e imitar (CEÁN, 1800,
1965: IV, 27). Buena muestra de la importancia
que para él tenía el arte de grabar
es su afirmación de que muchos pintores ha
habido, que por este medio han logrado gran
crédito y estima [...]. Para lograr la destreza
y perfección en esta manifestación artística
contó con un buen número de estampas
extranjeras, como las del insigne grabador
francés Charles Joseph Flipart
(1721-1797), y con el Manual escrito por
Abraham Bosse, elementos que hicieron
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
posible el que se convirtiera en el único
artífice que logró emular con perfección
el prestigioso grabado europeo. Este hecho
motivó que la Corte de los Borbones
pusiese sus ojos en él para que prestara
sus servicios como Grabador de Cámara,
pues, no en vano, Palomino se convirtió
en el grabador español con la técnica más
depurada a finales del primer cuarto del
siglo XVIII, habiendo sido capaz de trasladar
las cualidades de la pintura a una
lámina de cobre. Según la necrológica
que le dedicó la Academia en 1778, Palomino
fue el primero que estableció en España
el buen gusto de grabar en láminas y [el]
que abrió el camino hasta llegar al estado en
que hoy le vemos (LAFUENTE, 1953: 35; y
GALLEGO, 1999: 247). Este hecho posibilitó
que el artista llegara a ser el primer
Grabador de Cámara de los Borbones —
institución que con él se reinstaura tras
largo tiempo (GALLEGO, 1999: 231)—,
ocupando la plaza, por designación de
Felipe V, el 29 de noviembre de 1736, percibiendo
cuatrocientos ducados al año. Su
carrera se vería gratamente recompensada,
en 1752, con el nombramiento como
Director de Grabado de la Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando, institución
fundada bajo la Corona de Felipe V,
en 1744, e inaugurada por Fernando VI
en 1752 (GALLEGO, 1999: 267).
Con respecto al grabado español del
Setecientos, durante toda la primera mitad
de la citada centuria predominó el
grabado de tradición barroca, de carácter
religioso, llevado a cabo por un reducido
número de grabadores que carecían del
estímulo necesario para llevar a cabo su
actividad. Estos artífices reproducen imágenes
sin prestar atención a los volúmenes
y sin conocer realmente los sistemas
de trazos, lo cual repercutía negativamente
en el resultado. Estos grabadores
no eran sino meros artesanos que trabajaban
al servicio de las devociones religiosas
existentes en aquellos años, realizando
un gran número de estampas, muy divulgadas
por todo el país, que reproducían
las más veneradas esculturas y pinturas
de Cristo, la Virgen María y los Santos,
así como retablos, escenas milagrosas
y las vidas de Cristo y Santos Fundadores.
Los principales comitentes de estas estampas
no eran otros que las cofradías y hermandades,
las parroquias y las órdenes
religiosas, que las adquirían para venderlas
y conceder indulgencias a los que rezasen
ante ellas o las llevaran siempre
consigo. Entre la clientela de estos grabadores
también destacó una gran cantidad
de devotos, que querían tener en sus hogares
las principales imágenes de su devoción
para venerarlas.
Palomino, en la primera etapa de su
carrera, también grabó un notable número
de imágenes religiosas, como es el caso
de la Oración en el Huerto (1718); El Triunfo
de la Fe, que habría de ilustrar el libro
Patrimonio Seráfico de Tierra Santa, obra de
Francisco Jesús María de San Juan del
Puerto (Madrid, 1724); el Altar y retablo de
la Sagrada Forma, del Real Monasterio de
El Escorial (SULLIVAN, 1989: 127-128, fig.
46); la Virgen de la Purificación, venerada
en la iglesia de San Felipe el Real, estampa
dibujada por Francisca Palomino; la
escultura pétrea de San Bruno de Colonia
(1652), debida al escultor portugués Manuel
Pereira (1588-1683), quien la esculpió
para la madrileña Cartuja de El Paular,
hoy conservada en la Real Academia
de Bellas Artes de San Fernando (MARTÍN
GONZÁLEZ, 1991: 260, fig. 116); y la
devota imagen de la Virgen del Rosario
(1730) que se venera en el pueblo madrileño
de Vallecas. Asimismo, Palomino copió
estampas que ilustran la obra El Camino
Real de la Santa Cruz (Amberes, 1635)
—debida al beato y místico alemán To-
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
más de Kempis, y traducida por el dominico
español fray Luis de Granada en el
siglo XVI (LÓPEZ PLASENCIA, 1998: s.
p.)—, para la edición impresa en la Imprenta
Real de Madrid, en 1721 (CEÁN
(1800), 1965: IV, 27-29; THIEME y BECKER,
1932: XXVI, 186; BOZAL, CARRETE
y CHECA, 1998: 397-402, 467 y 469, figs.
564-570; y GALLEGO, 1999: 243-247).
Sin embargo, no siempre fue la estampa
religiosa la principal labor del artista,
ya que también realizó numerosos retratos
de relevantes personajes del momento.
Éste es el caso de los retratos de la reina
Isabel de Farnesio y sus hijos, Mariana
y Felipe; el jesuita Alonso Rodríguez, dibujado
por el célebre escultor sevillano Pedro
Duque Cornejo y Roldán (1678-1757);
Diego de Astorga y Céspedes, Arzobispo de
Astorga, según dibujo del pintor onubense
establecido en Sevilla Alonso Miguel
de Tobar (1678-1758), seguidor de Murillo
y Pintor de Cámara de Felipe V (1729)
(ANGULO, 1971: 366; CAMÓN AZNAR,
1996: 585, fig. 515; y PÉREZ SÁNCHEZ,
2000: 417-418); el dominico fray Luis de
Granada; así como los de San Martín de
Aguirre, protomártir de Japón; y Andrés de
Orbe, Arzobispo de Valencia e Inquisidor
General.
Buena muestra de su gran talento artístico
e incuestionable capacidad como
grabador de reproducción son las obras
que nos ocupan en el presente trabajo, así
como las estampas conservadas en el Departamento
de Historia del Arte de la
Universidad de La Laguna (Tenerife),
que representan La Octava Cruzada de San
Luis IX, El Salvador del Mundo, La Inmaculada
Concepción y un Apostolado (CALERO
RUIZ, 1993: II, 1445-1470). Las conservadas
en la parroquial de Realejo Alto son el
resultado de la labor desempeñada por la
Compañía para grabar las pinturas más
relevantes pertenecientes a las colecciones
de los Palacios Reales, empresa realizada
con el objeto de favorecer en todo el
reino el estudio de los grandes modelos nacionales
y extranjeros y extender la noticia de la
gloria de la antigua escuela española, poco o
nada conocida en Europa (BOZAL, CARRETE
y CHECA, 1998: 564-596, figs. 789-847;
y GALLEGO, 1999: 274-275).
2. 1. El Cristo de San Plácido
El grabado que nos ocupa (252 x 160
mm.) (figura 2) es una fiel reproducción
de la célebre pintura (ca. 1632), óleo sobre
lienzo (248 x 169 cm.) pintado por Diego
Rodríguez de Silva y Velázquez (1599-
1660) para la iglesia del convento de las
MM. Benedictinas de San Plácido, de Madrid
(HERNÁNDEZ GONZÁLEZ y LÓ-
PEZ PLASENCIA, 2001: 16). Este célebre
Christo en la cruz de nuestro insigne Velázquez
(BEDAT, 1968: f. 135) se debe a un
encargo de Juan de Villanueva, Secretario
de Estado, Protonotario Mayor de Aragón
y patrono del citado convento, el cual
tenía relación con el pintor, ya que Villanueva
era intendente de las obras del Salón
de Reinos del Palacio del Retiro (1632-
1637). Tal vez, según algunos autores, la
arribada de la famosa tela al cenobio benedictino
pueda deberse a un encargo hecho
por Teresa de la Cerda, Madre Superiora
del convento, con posterioridad al
año 1637, año en que las monjas del citado
cenobio fueron acusadas de herejía,
por lo que fueron obligadas a escribir un
documento conteniendo una afirmación
de ortodoxia. En cambio, otros autores
afirman que fue el propio rey Felipe IV
quien donara el lienzo al convento como
acto de expiación, por haberse enamorado
de una monja que profesaba en aquel cenobio
benedictino (PALOMINO (1715-
1724), 1947: 904; GÓMEZ-MORENO,
1916: 177-188; MARTÍN GONZÁLEZ,
1960: 29-30; GAYA NUÑO, 1970: 141;
ANGULO, 1971: 180-181, fig. 158; MARÍ-
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
AS, 1993: 72 y 78; CAMÓN AZNAR,
1996: 352, fig. 316; PORTÚS y SABÁN,
1996: 416, Cat. 1167; y PÉREZ SÁNCHEZ,
2000: 225-226), o bien que el encargo de la
tela fuese el resultado de un acto expiatorio
debido a la profanación, en 1630, de
un Crucificado por parte de judíos portugueses,
condenados en julio de 1632 a
morir en un Auto de Fe público (RODRÍ-
GUEZ G. DE CABALLOS, 2004: 5-19,
figs. 1-7).
El patrimonio español estuvo a punto
de perder esta magnífica obra de arte, paradigma
de la pintura religiosa de Velázquez
(MARTÍN GONZÁLEZ, 1960: 29), puesto
que tras la desamortización de los bienes
eclesiásticos en el siglo XIX, la Esposa de
Godoy, Condesa de Chinchón, anunció
su venta en París en 1826. Una vez fallecida
ésta, sus herederos no quisieron cederlo
al Museo del Prado, sin embargo, el
Duque de San Fernando lo entregó al rey
Fernando VII de Borbón, quién finalmente
lo colocó en la mencionada pinacoteca
madrileña, donde hoy podemos admirarlo
(PÉREZ SÁNCHEZ, 1985: 726).
La pintura, que cierra el ciclo velazqueño
inaugurado con su primer viaje a
Italia, sigue la iconografía propuesta en
los discursos en favor de la pintura de los
quatro clavos con que fue crucificado Christo
nuestro Redentor, los cuales conforman los
dos últimos capítulos del tratado Arte de
la pintura, su antigüedad y grandezas, obra
escrita por el pintor y tratadista sevillano
Francisco Pacheco (1564-1644), suegro de
Velázquez, que fue concluida en enero de
1638, y publicada póstumamente en Sevilla,
en 1649 (PACHECO (1649), 1956: II,
Caps. XV-XVI, 362-433; GÓMEZ-MORENO,
1916: 179; DE LA ROSA, 1983: 225-
226; y CAMÓN AZNAR, 1996: 170). A
Pacheco debemos la introducción en la
pintura española del Cristo crucificado con
cuatro clavos (1614, Col. Gómez-Moreno,
Madrid), realizando otra versión del tema
al año siguiente (Col. López-Dóriga, Madrid)
(GÓMEZ-MORENO, 1916: 182,
lám. s/n; DÍAZ PADRÓN, 1965: 128-130,
láms. III-IV; CAMÓN AZNAR, 1996: fig.
143; y PÉREZ SÁNCHEZ, 2000: 159, fig.
s/n), pues él había policromado uno en
1600, traído de Italia por el escultor y orfebre
Juan Bautista Franconio en 1597, establecido
en Sevilla, el cual aseguraba
que era obra del célebre pintor y escultor
florentino Miguel Ángel, aunque posteriormente
se comprobó que su autoría se
debió en realidad a su discípulo, el escultor
y arquitecto Giacomo del Duca (ca.
1520-después de 1601). De esta imagen
romana, que quedó en manos del pintor
Pablo de Céspedes, se llevaron a cabo en
nuestro país un gran número de copias,
sobre todo, cruces de orfebrería (THIEME
y BECKER, 1914: X, 21-22; IDEM, 1916:
XII, 376; BÉNEZIT, 1976: III, 699; y IV,
500; CAÑEDO-ARGÜELLES, 1982: 107-
108 y MARTÍN GONZÁLEZ, 1991: 139).
La representación de Cristo con los
cuatro clavos tiene su origen en las Revelaciones
de la Beata Santa Brígida de Suecia
(Suecia, 1303-Roma, 1373) —que fueron
compiladas, revisadas y ordenadas
por el jerónimo Fr. Alfonso de Vadoterra,
obispo de Jaén (REPETTO, 2002: 76)—,
habiendo sido una iconografía muy divulgada
hasta el siglo XIV, momento a
partir del cual sólo aparecerá un clavo en
los pies. Este cambio en la iconografía del
Crucificado tiene su origen en los herejes
cátaros y albigenses, quienes se mofaban
así de Cristo, puesto que el cruzar los pies
en un momento tan dramático de la Pasión
no resultaba serio (GÓMEZ-MORENO,
1916: 181; CAMÓN AZNAR, 1996:
366; y CARMONA MUELA, 2001: 128-
129). Pacheco afirma que pintar la imagen
de Cristo crucificado con cuatro clavos [...] no
es introducir novedades ni invenciones propias,
antes es renovar las imágenes antiguas
que tienen tanta autoridad y veneración en la
VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X 117
José Cesáreo López Plasencia
La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
Iglesia Católica [...] (CAÑEDO-ARGÜELLES,
1982: 107-108).
Velázquez ya había plasmado esta polémica
iconografía cristológica en otro
lienzo de menor formato (100 x 57 cm.),
firmado en 1631, y pintado para el convento
madrileño de las M M. Bernardas
del Santísimo Sacramento, quienes lo regalaron
a la Dirección General de Regiones
Devastadas, en agradecimiento por
haberse reconstruido su convento. El lienzo,
en el que destaca la cabeza de Cristo y
el paisaje del fondo, pudo haber servido
de modelo al artista a la hora de pintar,
pocos años después, el del convento de
San Plácido. La tela ingresó en el Museo
del Prado en 1946 (MARTÍN GONZÁ-
LEZ, 1960: fig. s/n; LAFUENTE, 1968:
157; GAYA NUÑO, 1970: 39 y 141; MARÍ-
AS, 1993: 79, figs. s/n; y PORTÚS y SABÁN,
1996: 433 y 577, Cat. 2903).
A pesar de la enorme polémica suscitada
por esta iconografía del Crucificado
en el ámbito artístico peninsular del siglo
XVII, otros destacados maestros que trabajaron
en dicha centuria, como es el caso
de Francisco de Zurbarán (1598-1664) y
Alonso Cano (1601-1667), también llevaron
al lienzo este tema, logrando magníficos
resultados. El primero siguió esta iconografía
en el Cristo crucificado que pintó,
en 1627, para el oratorio de la sacristía del
convento sevillano de PP. Dominicos de
San Pablo El Real, hoy en el Museo del
Art Institute de Chicago (E. U. A.), así como
en los lienzos sevillanos conservados
en el Museo de Bellas Artes, procedente
del convento de Franciscanos Capuchinos
de esa ciudad (ca. 1634), hospital de la
Misericordia y parroquia de San Juan
Bautista de Marchena (GÓMEZ-MORENO,
1916: 187, lám. s/n; MILICUA, 1953:
177-186, láms. I-IV; PÉREZ SÁNCHEZ,
1993: 11, 17, 20, 22 y 130; CAMÓN AZNAR,
1996: 233, 239, 273, 275, 289 y 291;
figs. 186, 224 y 243; SÁNCHEZ-MESA,
1998: 336, fig. 212; y PÉREZ SÁNCHEZ,
2000: 189 y 203). Con respecto a Cano, éste
plasmó la iconografía propuesta por
Pacheco en los Crucificados que se conservan
en el Museo de la Real Academia de
Bellas Artes de San Fernando, de Madrid
(ca. 1645-1652), y en la tela que se le atribuye
perteneciente al Palacio Arzobispal
de Granada (GÓMEZ-MORENO, 1916:
186, láms. s/n; BERNALES, 1996: 107 y
116; SÁNCHEZ-MESA, 1998: 370; y PÉ-
REZ SÁNCHEZ, 2000: 211).
En el grabado conservado en la parroquial
de Santiago Apóstol de Realejo Alto,
fiel reproducción del lienzo velazqueño,
se aprecia la extrema serenidad con
que el artista dotó la imagen de Cristo, representado
con un rostro apacible, rezumante
de paz y mansedumbre, y parcialmente
oculto por el pelo, como si el pintor
hubiese intentado ocultar o, al menos,
disminuir la tragedia del Calvario. Diríase
que el Hijo de Dios duerme, en lugar
de haber expirado en tan cruento martirio.
Sólo unos pocos hilillos de sangre recorren
su perfecta y mórbida anatomía,
que se recorta sobre un impresionante
fondo neutro, recordándonos los terribles
tormentos que tuvo que sufrir El Salvador
por la Redención del Género Humano.
Estamos ante la imagen de un Cristo
muerto, en la que destaca su iluminada figura
olímpica. Su paño de pureza ha sido
resuelto de manera breve, no hay abundancia
de tela, ni sobrantes que vuelan
como en otras obras del mismo período.
Cristo aparece con los pies crucificados
con cuatro clavos, siguiendo el lienzo original,
sobre un suppedaneum o subpedáneo,
elemento frecuente en las figuraciones
del románico, que se colocó para sostener
el cuerpo del reo, y así éste podía
respirar mejor (CARMONA MUELA,
2001: 128). En palabras de Lafuente Ferrari,
la imagen del gran pintor se ha impuesto
de modo clásico a la veneración española como
118 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
paradigma perfecto de la iconografía del sacrificio
del Calvario (LAFUENTE, 1968: 153-
154).
Obra de tanta belleza no ha pasado
desapercibida a los artistas, quienes han
sido cautivados por ella y la han reproducido
en multitud de ocasiones. Éste es el
caso de los grabadores españoles, fundamentalmente
de los siglos XVIII y XIX,
pues no sólo fue reproducida en la lámina
Nuestro Señor en la Cruz por el más
prestigioso maestro que laboró en la España
de Carlos III y Carlos IV, el Grabador
del Rey Manuel Salvador Carmona
(Nava del Rey, 1734-Madrid, 1820), según
dibujo de Gregorio Ferro (AINAUD, 1958:
301-302; BOZAL, CARRETE y CHECA,
1998: 485, 498 y 579, fig. 816; y GALLEGO,
1999: 280-283), sino por otros muchos
artífices que destacaron en el arte del grabado.
Así, por citar algunos ejemplos, sabemos
que el también excelente grabador
Juan Antonio Salvador Carmona (1740-
1805), Grabador de Cámara del Príncipe
don Carlos (1786) (GALLEGO, 1999: 283),
hermano y discípulo de Manuel Salvador
Carmona, entre 1786 y 1788, también ha
grabado un Christo crucificado; pr. el quadro
original de Dn Diego Velázquez, qe. esta en la
Sacristía del Convto. de Sn. Plazido de esta
Corte, teniendo presente el qe. grabó su hermo.
[Manuel Salvador Carmona] pa. el Misal
citado; y le dedicó al Exmo. Sor. Dn Andres
Tellz Giron Duque de Uzeda, según
consta en el manuscrito titulado Noticias
de la vida de Dn Juan Anto. Salvador Carmona,
grabador de Camara de S. M. y academico
de la Rl. de Sn. Fernando, relativas a su Profesion,
y Descripcion de algunas de sus obras
hechas hasta aquí, obra conservada en la biblioteca
del investigador D. Antonio Rodríguez-
Moñino (LORD y RODRÍGUEZMOÑINO,
1952: 61 y 67). Dicho grabado,
realizado en cobre (305 x 220 mm.) y confeccionado
en talla dulce, fue adquirido
por la Calcografía Nacional en 1805.
Otros artífices, como es el caso del valenciano
Pascual Alegre y Gorriz (762 x 500
mm.) (1868) o Eugenio Lemús y Olmos
(515 x 385 mm.) (1884), grabador principal
de la Casa de la Moneda y Regente de
la Calcografía, también reprodujeron en
sus planchas de cobre y acero la hermosa
efigie del célebre Crucificado velazqueño,
sendas estampas custodiadas actualmente
en la Calcografía Nacional de Madrid
(PÁEZ RÍOS, 1981: 29; ANÓNIMO, 1987:
46, 181 y 191; y GALLEGO, 1999: 382 y
390).
Para concluir, indicamos que en la ermita
de La Concepción del pago de Tigaiga,
también en la Villa de Los Realejos, se
conserva otro grabado dieciochesco que
reproduce el Cristo de San Plácido (1780).
Se trata de una calcografía (199 x 287
mm.), cuya leyenda, que figura al pie de
la lámina, pone de manifiesto que fue dibujado
del original por el pintor Gregorio
Ferro, habiendo sido retallado por el tallista
en dulce madrileño e individuo de
mérito de la Real Academia de Bellas Artes
de San Fernando Juan Fernando Palomino
(† 1793), hijo de Juan Bernabé Palomino
y sobrino del pintor cordobés Antonio
Palomino (CEÁN (1800), 1965: IV, 29;
y THIEME y BECKER, 1932: XXVI, 186),
mientras que la realización de la plancha
de metal se debió a José Murguía. La lámina
ilustra uno de los folios del Misal de
Media Cámara, confeccionado en las
prensas del impresor madrileño Pedro
Marín en el año 1780 (HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ, 8-IV-2001).
2.2. La Adoración de los pastores
Este tema también forma parte de la
colección de grabados del citado templo
parroquial, el cual ilustra el folio 20 del citado
Misal. Se trata de un grabado (225
mm. x 157 mm.) (fig 3) confeccionado por
Palomino (1765), que contiene la inscrip-
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José Cesáreo López Plasencia
La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
ción Bartolomé Murillo lo Pintó / J. Palomo.
Gravr. de su M, lámina que copia la Adoración
de los Pastores (1650-1655) pintada por
el insigne artista sevillano Bartolomé Esteban
Murillo (1617-1682), hoy conservada
en el Museo del Prado tras ser devuelta
en 1818 del Museo Napoleón (ANGULO
ÍÑIGUEZ, 1981: I, 371; II, 205, Cat.
222-223; y III, láms. 78-79; CARRETE,
1982: 147, fig. 25; CAMÓN AZNAR, 1996:
567; PORTÚS y SABÁN, 1996: 246, Cat.
961; BOZAL, CARRETE y CHECA, 1998:
589, fig. 840; PÉREZ SÁNCHEZ, 2000:
351, fig. s/n; y HERNÁNDEZ GONZÁ-
LEZ y LÓPEZ PLASENCIA, 2001: 16). La
citada escena es narrada por el evangelista
San Lucas (Lc. II, 16-17), habiéndose
convertido en el Barroco en uno de los temas
más cultivados por los artistas del
momento, ya que mediante la misma se
podía adoctrinar al pueblo. Para este fin,
los pintores hicieron uso del realismo y
naturalismo propios del periodo barroco,
hecho que se refleja en la representación
de unos humildes pastores, sucios, con
pobres ropas, los cuales se identificaban
en buena medida con los creyentes que
contemplaban el lienzo (CARMONA
MUELA, 2001: 108).
La pintura de Murillo (187 x 223 cm.),
el pintor español que más reproducido
fue en el grabado (BOZAL, CARRETE y
CHECA, 1998: 586), sigue la iconografía
propia del siglo XVII, pues muestra a la
Virgen quitando los pañales para que los
pastores puedan ver al Niño, contrario a
lo que podemos ver en las pinturas homónimas
debidas a Velázquez y Zurbarán,
quienes representaron al Divino Infante
totalmente cubierto con pañales (CAÑEDO-
ARGÜELLES, 1982: 97-98). El lienzo
murillesco, inspirado en obras del mismo
tema de Ribera, se inscribe en la etapa naturalista
del artista hispalense, que destaca
por la gran influencia que ejercen Ribera
y Caravaggio en su obra. Murillo nos
ofrece en su versión del tema diferentes
detalles, de entre los cuales destacan las
figuras de los pastores, con sus ropas harapientas;
la anciana, elemento típico en
la obra del pintor; y las sucias plantas de
los pies del pastor arrodillado ante el Niño
Jesús. Esto último se opone a lo propuesto
por el tratadista Vicente Carducho
(1576-1638) en sus Diálogos de la Pintura
(1633), ya que, a su juicio, a la hora de representar
la escena de la Adoración de los
Pastores no es necesario que al pastor le
pinten con los pies desnudos asquerosamente
(CÁMARA, 1993: 130-131, núm. 2 y fig.
s/n). Sin embargo, Murillo optó por no
ser fiel a la recomendación de Carducho
en aras de dotar su obra de un mayor realismo,
y así hacerla más accesible al fiel
devoto que se acercase a ella. El artista hizo
con posterioridad otra versión similar
(ca.1670-1680) que se conserva en la Col.
Wallace de Londres (CAMÓN AZNAR,
1996: 567).
2.3. La Resurrección
Otro de los grabados (figura 4) conservados
en la parroquia de Realejo Alto,
que contiene la leyenda Juan de Juanes la
pintó / Juan Palomino la Grabó, reproduce
el tema de la Resurrección (226 x 159 mm.),
siguiendo la pintura homónima del artista
valenciano Vicente Juan Macip, más
conocido por Juan de Juanes (1523?-
1579), una de las grandes figuras de la
pintura española del Quinientos, a quien
el tratadista y pintor madrileño José García
Hidalgo (1691) consideró segundo Rafael
y pasmo de su tiempo (CAMÓN AZNAR,
1970: 92-105, figs. 79-91 y lám. V;
ALBI, 1979: I, 315; SULLIVAN, 1989: 57,
fig. 34; BOZAL, CARRETE y CHECA,
1998: 576; y HERNÁNDEZ GONZÁLEZ
y LÓPEZ PLASENCIA, 2001: 16). La obra,
que aparece inserta en el folio 298 del Misal,
sigue la iconografía tradicional del te-
120 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
ma con ligeras variantes, mostrándonos a
Cristo victorioso sobrevolando el sepulcro,
rodeado de rayos que lo glorifican. El
Salvador, en este caso, no ha sido representado
portando la tradicional bandera
blanca con una cruz roja, símbolo de su
triunfo sobre la muerte. Alrededor del sepulcro
se sitúan algunos centuriones, que
han sido efigiados durmiendo y, por lo
tanto, permanecen ajenos a lo que acontece.
En primer plano se encuentra una alabarda
y un recipiente en forma de ánfora.
En realidad, los evangelistas no aportan
detalles sobre la forma en que tuvo lugar
la Resurrección del Hijo de Dios; únicamente
se nos dice que cuando las santas
mujeres llegaron al sepulcro la mañana
de Pascua para ungir el cadáver de Jesús,
aquél ya se encontraba vacío (Mt.
XXVIII, 1-6; Mc. XVI, 1-6; Lc. XXIV, 1-3; y
Jn. XX, 1-2). La ausencia de detalles ha llevado
a los artistas a explicitar lo que las
sagradas escrituras han ocultado: representar
a El Redentor saliendo victorioso
del sepulcro (CARMONA MUELA, 2001:
169-170). El pintor, al incluir a los centuriones
durmiendo y la albarda caída en el
suelo, ante el sepulcro, ha hecho caso de
lo recomendado por el tratadista Francisco
Pacheco a la hora de representar este
momento, ya que el pintor sevillano recomendaba
no pintar a los guardias acometiendo
al Redentor con las espadas y alabardas,
como queriéndolo ofender, o defenderse
con los escudos, puesto que los soldados
durmientes no se despertaron hasta el
momento en que vino el ángel y anunció
la buena nueva (CAÑEDO-ARGÜELLES,
1982: 111-112).
Por último, hemos de señalar que en la
gran mayoría de las representaciones del
Santo Entierro el sepulcro está excavado
en la roca, mientras que en la práctica totalidad
de las escenas de la Resurrección se
incluye un sepulcro esculpido en piedra
—de corte clásico y decorado con cabezas
de león en el caso de la obra de Juan de
Juanes— y situado en el exterior, en lugar
de en una cueva, lo cual no se corresponde
con los textos evangélicos canónicos
(MARTÍNEZ-BURGOS, 2000: 133, nota
28).
2.4. La Santa Cena
Esta lámina (223 x 156 mm.) aparece
inserta en el folio 352 del citado libro litúrgico,
conteniendo la leyenda Claudio
Coello lo Pinto / Juan Palom.o lo Grabo, y reproduce
el lienzo Última Cena (408 x 144
cm.) que ejecutara Claudio Coello (1642-
1693), Pintor de Cámara de Carlos II de
Austria, y —en palabras de Angulo—, sin
duda, el mejor pintor de la escuela madrileña
del último tercio del siglo (ANGULO, 1971:
307-317; FUENTES PÉREZ y RODRÍ-
GUEZ GONZÁLEZ, 1996: 132, fig. 44;
CAMÓN AZNAR, 1996: 478-488, figs.
422-429; PÉREZ SÁNCHEZ, 2000: 325-
328; y HERNÁNDEZ GONZÁLEZ y LÓ-
PEZ PLASENCIA, 2001: 16). La tela (ca.
1668-1671), ejecutada para decorar el refectorio
de los PP. Franciscanos Capuchinos
de El Pardo (Madrid), pasó, como
consecuencia de la desamortización de
los conventos, a engrosar los fondos del
Museo Nacional de la Trinidad, pudiéndose
contemplar en la actualidad en dependencias
del Palacio Episcopal de Mondoñedo
(Lugo), lugar en el que fue depositado
por el Museo del Prado (R. O. de
1888) (PALOMINO (1724), 1947: 1059;
GAYA NUÑO, 1957: 10; CEÁN (1800),
1965: I, 345; BEDAT, 1968: f. 142; SULLIVAN,
1989: 73 y 224, Cat. PD5; y VV. AA.,
1991: 177, Cat. 548).
La escena representada, enmarcada por
un gran cortinaje que se recoge en lo alto,
plasma el momento en el que El Salvador
coge el cáliz para bendecir el vino, símbolo
de su sangre derramada durante la Pasión
redentora (Mt. XXVI, 27-28; Mc. XIV,
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La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
23-24; y Lc. XXII, 20). Cristo, rodeado de
un gran nimbo de rayos y con la mirada
hacia lo alto, ha sido figurado portando el
cáliz con la mano izquierda, mientras hace
ademán de bendecir con la derecha. Su
imagen aparece flanqueada por San Juan
Evangelista, el más joven del Colegio
Apostólico, a la izquierda, con las manos
sobre el pecho —recostado sobre la mesa
en la pintura—, y por San Pedro, colocado
a su diestra, lugar de preferencia como
corresponde al Apóstol de mayor edad y
sucesor de El Salvador. A la izquierda,
sentado por delante de la mesa, se encuentra
Judas Iscariote, que lanza al espectador
una mirada de recelo, mientras
que en la mano izquierda sostiene la bolsa
con los treinta ciclos de plata que le pagaron
por entregar a su Maestro (Mt.
XXVI, 15). Ante la mesa se halla una gran
jofaina de borde polilobulado y un aguamanil,
utilizados por El Mesías en el lavatorio
de los pies de sus discípulos (Jn.
XIII, 4-10), y sobre ella un pan y un cuchillo,
habiéndose suprimido el perro que figura
echado en el lienzo.
2.5. La Asunción de María
El siguiente grabado (229 x 160 mm.),
que ilustra el folio 554 del Misal, e incluye
la inscripción Juan de Cabezalero lo Pinto.
Juan Palomo. lo Grabo, representa el tema
de la Asunción de la Virgen María, el cual
reproduce el lienzo homónimo pintado
por el manchego Juan Martín Cabezalero
(Ciudad Real, 1633-Madrid, 1673) para el
convento madrileño de las MM. Franciscanas
Descalzas de San Bernardino de
Siena, hoy conservado en el Museo del
Prado (PALOMINO (1724), 1947: 974; PÉ-
REZ SÁNCHEZ, 1985: 106, Cat. 658;
IDEM, 1991: 251 y 254, fig. 5; PORTÚS y
SABÁN, 1996: 52, Cat. 658; BOZAL, CARRETE
y CHECA, 1998: 579; y HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ y LÓPEZ PLASENCIA,
2001: 16). De la vida y obra de
este artista, pintor de gran realismo y sobriedad
(SULLIVAN, 1989: 56), no se conoce
mucho; tan sólo sabemos que aprendió en
el taller de Juan Carreño de Miranda
(1614-1685), pintando un San Jerónimo escuchando
la trompeta del Juicio Final (1666),
hoy en la Col. Richmond (Doughty House,
Inglaterra), lienzo en el que se puede
apreciar cierta influencia del genial pintor
flamenco Anton Van Dyck (1599-1641), y
asimismo se le atribuye el Apostolado de la
Real Academia de Bellas Artes de San
Fernando (Madrid) (TORMO, 1915: 42-
43, láms. s/n; SULLIVAN, 1989: 56; PÉ-
REZ SÁNCHEZ, 1991: 248-249 y 256, fig.
1; y CAMÓN AZNAR, 1996: 475-476).
Asimismo, pintó un San Bruno, perteneciente
a una colección particular madrileña,
y, por encargo de la Venerable Orden
Tercera Franciscana, realizó (ca. 1667-
1668) una serie, compuesta de cuatro
grandes lienzos sobre la Pasión —Ecce
Homo, Caída camino del Calvario, Crucifixión
y Lanzada de Longinos—, que habría
de decorar la bóveda y presbiterio de la
capilla del Cristo de los Dolores, de la citada
Orden (ALONSO, 1915: 33-40; TORMO,
1915; 43-50; PALOMINO (1724),
1947: 974; ANGULO, 1971: 294, fig. 312;
TORMO (1927), 1985: 59-60; SULLIVAN,
1989: 56; PÉREZ SÁNCHEZ, 1991: 249-
250 y 254-255, fig. 7; y ESPINO NUÑO,
1998: 101), serie pictórica en la que es perceptible
el influjo ejercido por los maestros
venecianos y por la obra de Van
Dyck. Suyos fueron también algunos de
los frescos que decoraban el arco de la capilla
del Santo Sepulcro, en el ya mencionado
convento benedictino de San Plácido
(Madrid), obras destruidas en 1908
(PALOMINO (1715-1724), 1947: 974; BEDAT,
1968: f. 134; TORMO (1927), 1985:
163; y SULLIVAN, 1989: 71 y 242, Cat.
122 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X
José Cesáreo López Plasencia
La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
PP68). Con respecto a la Asunción ya referida,
tela procedente del Real Palacio de
Aranjuez, hemos de señalar que la misma
estuvo largo tiempo atribuida al maestro
burgalés Mateo Cerezo (1637-1666), otro
de los discípulos de Carreño de Miranda,
siendo la única obra de Cabezalero que
fue reproducida en el grabado (SULLIVAN,
1989: 39; y PÉREZ SÁNCHEZ,
2000: 316 y 319-321).
La pintura sigue la iconografía tradicional
de este tema, declarado Dogma de
Fe de la Iglesia Católica por el Pontífice
Pío XII (1876-1958), el 1 de noviembre de
1950, por medio de la bula Munificentissimus
Deus (RÉAU, 1996: I (2), 75). La obra
nos muestra a los apóstoles en torno al sepulcro,
que se encuentra abierto —localizado,
según los textos apócrifos, en el
Huerto de Getsemaní—, mientras la Virgen
sube majestuosamente en cuerpo y
alma a los cielos, acompañada por varios
ángeles, tal y como le habían pedido los
apóstoles a Cristo tras la muerte de Aquélla
(CARMONA MUELA, 2001: 152; y
MELGAR VALERO, 2002: 161). En la pintura
de Cabezalero, que recuerda la pintada
por su maestro (ca. 1646-1648), para
el municipio madrileño de Alcorcón
(Wielkopolskie Muzeum de Poznan, Polonia)
(SULLIVAN, 1989: 31; y PÉREZ
SÁNCHEZ, 2000: 288 y 291), el sepulcro
no contiene rosas, lirios o azucenas, flores
alusivas a María, que sí figuran en otras
representaciones del tema. La escena
plasmada por el pintor, y reproducida
fielmente por Palomino en el grabado de
la parroquia de Realejo Alto, responde a
lo descrito por el pseudo Arimatea en sus
escritos, pues en su opinión la Asunción
de Nuestra Señora se desarrolló entre salmodias,
himnos y el Cantar de los Cantares,
mientras una luz celestial elevaba el cadáver
de mano de los ángeles, al tiempo que el anciano
cuerpo de la Virgen se transformaba
en uno joven y de gran belleza (BERMÚDEZ
MEDINA, 2000: 43). Asimismo,
el pseudo Arimatea nos dice que el apóstol
Tomás al ver cómo el bienaventurado
cuerpo se dirigía al cielo, empezó a gritar [...].
Y en el mismo momento le fue arrojado desde
lo alto [...] el cinturón con que los apóstoles
habían ceñido el cuerpo santísimo de María
(CARMONA MUELA, 2001: 113-115). La
idea precedente, referente a la juventud y
belleza de Nuestra Señora, sería tomada
en el siglo XVII por el pintor y tratadista
hispalense Francisco Pacheco, ya que recomienda
pintar la escena de la Asunción
con la Virgen muy hermosa, y de mucha menos
edad que tenía (CAÑEDO-ARGÜELLES,
1982: 94), tal y como recoge su conocido
tratado Arte de la pintura (Sevilla,
1649), al que ya se ha hecho referencia en
el presente trabajo.
2.6. La Pentecostés
El último grabado objeto de nuestro
estudio (230 x 161 mm.) (figura 5) se inserta
en el folio 334, e incluye la leyenda
Ant.o Palomino lo inv.to y Pintó / Juan Palom.
o Grab.or de su M.d. El mismo reproduce
el tema de la Venida del Espíritu Santo
sobre los Apóstoles o Pentecostés (Hch. II, 1-
4) a partir de la composición homónima
(ca. 1695-1700) debida al pintor, grabador
y tratadista cordobés Acisclo Antonio Palomino
de Castro y Velasco, Pintor de Cámara
(1688) y tío del autor de la estampa
(CEÁN (1800), 1965: IV, 29-41; THIEME y
BECKER, 1932: XXVI, 185-186; PÉREZ
SÁNCHEZ, 1972: 251-269; CAMÓN AZNAR,
1996: 490-494, figs. 431-433; MARTÍNEZ
RIPOLL, 1981: 185-190, fig. 3; PÉ-
REZ SÁNCHEZ, 2000: 404-406; y HERNÁNDEZ
GONZÁLEZ y LÓPEZ PLASENCIA,
2001: 16). El referido lienzo (164
x 108 cm.) fue realizado, junto a la tela
Sueño de San José, del mismo autor, para
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José Cesáreo López Plasencia
La pintura española de los siglos XVI y XVII en la producción impresa del setecientos...
decorar la iglesia conventual de los PP.
Trinitarios Calzados de Madrid, pasando,
tras la desamortización, a la capilla del
Hospital Clínico de San Carlos, de dicha
ciudad (núm. inv. 704), Museo Nacional
de la Trinidad, Museo Provincial de Bellas
Artes de Sevilla (1970-1989) y Museo
del Prado, pinacoteca en la que actualmente
se puede admirar (CEÁN (1800),
1965: IV, 38; APARICIO OLMOS, 1966:
153; BEDAT, 1968: f. 74; PÉREZ SÁNCHEZ,
1972: 262, lám. VI; CAMÓN AZNAR,
1996: 492; VV. AA., 1991: 220, Cat.
704; y PORTÚS y SABÁN, 1996: 269, Cat.
2964).
El grabado nos muestra una escena en
la que María, con las manos sobre el pecho,
cabeza nimbada y mirada hacia las
alturas, centra la composición. En la pintura
figuran dos santas mujeres flanqueándola,
que han sido suprimidas en la
lámina. Alrededor de la Corredentora se
sitúan los Apóstoles, seis a cada lado, pudiéndose
distinguir a San Juan Evangelista,
el más joven de todos, sentado a la derecha
de la Virgen con un libro, mientras
que San Pedro se encuentra arrodillado a
la siniestra, ante una columna, hallándose
a sus pies el libro abierto y las llaves del
cielo y de la tierra, atributos iconográficos
del Príncipe de los Apóstoles. El resto del
Colegio Apostólico se emplaza tras ellos,
mostrando actitudes diversas; algunos se
sobresaltan, otros aparecen en recogimiento.
Sobre los personajes, entre nubes
y rayos, se encuentra la paloma del Espíritu
Santo, que ha depositado una pequeña
llama sobre cada uno de ellos. El rojo
cortinaje recogido que figura en el lienzo,
a manera de un gran telón teatral, ha sido
sustituido por cúmulos de nubes en el
grabado que estudiamos1.
NOTAS
1 Queremos dejar constancia de nuestro agradecimiento
a las personas que han prestado
su colaboración en la realización de este trabajo:
al Rvdo. P. D. Antonio Hernández Oliva,
Párroco de Santiago Apóstol (Realejo Alto),
por habernos permitido estudiar las
obras que aquí hemos dado a conocer; al
Prof. D. Martín Vicente López Plasencia; y a
D.ª Reyes Amador Amador, compañera y
Doctoranda en el Dpto. de Historia del Arte
de la Universidad de La Laguna, que ha sido
la autora de las fotos que ilustran este artículo.
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Figura 1. Frontispicio del Misal impreso por Antonio de Sancha, Madrid (1780)
Parroquia Matriz del Apóstol Santiago, Villa de Los Realejos (Tenerife). Foto: Reyes Amador
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Figura 2. El Cristo de San Plácido, anónimo, según composición de Velázquez.
Parroquia Matriz del Apóstol Santiago, Villa de Los Realejos (Tenerife). Foto: Reyes Amador
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Figura 3. La Adoración de los pastores, Juan Bernabé Palomino, Madrid (1765), según composición
de Murillo. Parroquia Matriz del Apóstol Santiago, Villa de Los Realejos (Tenerife). Foto: Reyes
Amador.
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Figura 4. La Resurrección, Juan Bernabé Palomino, según composición de Juan de Juanes.
Parroquia Matriz del Apóstolo Santiago, Villa de Los Realejos (Tenerife). Foto: Reyes Amador
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Figura 5. La Pentecostés, Juan Bernabé Palomino, según composición de Antonio Palomino.
Paroquia Matriz del Apóstol Santiago, Villa de Los Realejos (Tenerife). Foto: Reyes Amador