VEGUETA, Número O, mayo 1992, 1189-198) 189

Presencia y esencia de

la mu jev en el con texto

paragua y o: conquista

y colonización

ANGELESM ATEOD EL PINO*

* Profesora de Filología Española. Facultad de Filología

Universidad de Las Palmas de Gran Canaria.

190 Ánaeles Mateo del Pino

~Reduzior esiudo do passado á

biografia dos homens ilustres

e a narratwa dosfeito>

return6antes seria absurdo ti0

dpsínedido ioiwi circunscrever a

geografia ao estudo das

CO homen nio é apenas objeto da

historia: ela éparte dcla e,

quase semper; éo seu agente.

Pode a t@ nio ter consciZncia

disto, mas nao estava isenlo

desta responsabilidades. Todo

depoiínento éínuito importante. é

Único, intransferivel. Ninguém

vive a vida de outro, SO a sua

propia vida >

(MILTONA NDRADE)

'-: 1-:-- .. .- -

JI UKLI LUIIULKIIKX d través ae ias cronicas

el papel desempeñado por el hombre en la

conquista y colonización de América, muy poco

o nada se conoce del papel desempeñado

por las mujeres. América no fue únicamente

una empresa masculina, fue también un proyecto

de forma de vida, que en el caso de Paraguay.

fue realizado furidanientalmente por

rniiier~s 1 a rnl-iier paragm;~ es !u gran protogonista

de la Historia, pero un protagonismo

que se asumc dc forma silenciosa.

En esta evocdcifiri de las mujeres de la

conquista y colonización paraguaya, se debe

tener en cuenta: por un lado, la mujer indígena,

colaboradora en la adaptación del espafiol

a la nueva vida: la que le asirvióo, <ter1 el más

humano integral modo, aquel que concilia

cuerpo y alma en la tarea de tomar raíz en la

tierrad. Por otro, la mujer española, compañera

nata del conquistador, que hubo de crear y

recrear un mundo, material y espiritualmente,

para encajar en él

ci viejo y moderno preconcepto de que el

esfuerzo en el hombre llevado hasta el extremo

límite, merecía llamarse heroico, y el de la

mujer, no era sino ~e f e d ode su esevicia1 naturaleza».

es quizá lo que hiciera que los cronistas no se

ocuparan de la labor desarrollada por las mujeres,

y que cuando lo hicieran, éstas figuraran

sin nombre, escondidas en una muchedumbre

anónima.

En rigor, el cronista quc más habla de las

féminas en las peripecias del Río de la Plata,

es Martín BARCOD E CENTENE(R15A44 -16051,

clérigo, que se traslada al Paraguay con la Armada

de Zárate ( 1 5751. tomando parte de muchas

expediciones de esa epoca, lo cual le

permite dar testimonio directo de ellas. Autor

del único poema épico del Río de la Plata, La

Argentina, que se publicó en Lisboa en 1602.

Centenera, precisamente. quizá porque siendo

hombre de Iglesia, estaba lleno de los preconceptos

que hicieim, por siglos, de la mujer,

acausa de la caída>, no perdió ocasión de

vituperarlas, pero es él quien más las nombra.

Aunque la primera exploración del Río de

la Plata la hizo Sebastián Gaboto, animado

por la existencia de una Sierra de Plata donde

vivía un Rey Blanco (el Inca), el primer gobernador

de este territorio, conocido como Nueva

Andalucía, fue Don Pedro de Mendoza. fundador

de Buenos Aires cn 1535. Parte de sus

hombres se instalan a 1 500 kilómetros al norte.

cfi Asüi-iri6ii úei Pdrdguay, dos años áespués.

Siempre en dirección al norte, los conquistadores

se cncuentran, en lo que hoy es territorio

paraguayo, con otra etnia indígena que,

inicialmente, los llena de alegría: los carior o

guaraníes, indios agricultores, además de pcscadores

y cazadores, en cuyas tierras abundan

los alimentos. Tras intensas luchas, ios guaraníes

se convierten en aliados de los españoles.

Para sellar la alianza, luan de Ayolas recibe

como presente «seis muchachitas, la mayor

como de 18 años) y ca cada hombre de guerra

dos mujeres para que cuidaran de nosotros.

cocinaran, lavaran y atendieran a todo cuanto

mas nos hiciera falta»2.

Presencia v esencia de la muier en el contexto paraguayo: conquista y colonización 191

No podemos olvidar que en las sociedades

indígenas primitivas, la mujer cumplía una

importante función de intercambio. Allí las

hembras eran objetos que se vendían por interés

económico o se regalaban como signo

de amistad, para lo cual eran educadas en la

más completa sumisión al hombre: esta práctica

de los guaraníes por ejemplo, es la razón

por la que «Asunción, a poco de tundada, se

convierte en un gran serrallo que escandaliza

a los más recatados espíritus de la época9.

En ningún otro sitio de América los indios

empleaban a las mujeres como objetos de intercmhioc

en el m ~ n d om ascu!ini con tanto

entusiasmo como entre los guaraníes. Ulrico

SCHMILnDo puede dejar de sorprenderse de

que «el padre vende a su hija, lo rriisrrio el rridrido

a su mujer cuando rio le gusta, y el hermano

a la hermana; una mujer cuesta una camisa,

un cuchillo, una hachuela, u otro rescate

cualquiera^^.

Los carios o guaranies eran una sociedad

fuertemente estratificada en la que los plebcyns

o nzboyás. en lengua guaraní, actuaban como

siervos de los señores. Estaban cn «tan cstrccha

sujeción quc ni aun dc sus hijas eran

dueños, porque si los caciques las apetecían

por mujeres se las quitaban y las agregaban a

sus familias. Porque en la poligamia procedídn

con libertad geiitilicia, especialmente dichos

caciques, que tenían tantas concubinas

como podía mantener su potencia, llegando

en algunos el número a veinte y treinta, sin escrúpulos

en recibir por mujeres a las que lo

fueron del hermano difunto, o los suegros a

>u> I I U C L ~ > V

El agasajo principal con que festejaban los

caciques la venida de personas de respeto a

su pueblo era enviarles una o dos de sus concubinas.

Pero sin esta licencia les era a ellas

ilícito admitir a otro amante, so pena de pagar

la traición con la vida, despeñadas de algunos

lugares altos del río Paraná o a cimas profun-

&s. En !-. gente p!rheya era m,enur !u !icenciu,

no por más arreglados en materias lúbricas,

sino por menos poderosos para mantener

taritds obligaciones. Las únicas limitdciories a

la lascivia que se ponían eran el incesto, porque

«a las madres y hermanas, guardaron

siempre particular respeto, reputándose lo

contrario por un exceso abominable)).

E1 escribano PERO HERNÁNDEZ dice que,

por lo demás, las muieres guaraníes <de costumbres

no son escasas de sus personas)). t Y

tienen por gran afrenta negarlo a nadie que se

lo pida, y dicen que ¿para qué se lo dieron [a

los genitalesl sino para aquelIo?>,6

Los cspañolcs ocuparon el lugar de los

caciqiies recibiendo hembras en abundancia

Gracias a esto último, los castellanos emparentaron

pronto con las indígenas, con gran

dlegríd de ellos. Unos y o~r o sc oriierudrori a

tratarse entre sí de to6ayás, es decir, dc cuñados

Se produce así el amancebamiento sin

recato A los hermanos de las indias de servicio

que los castellanos tienen no los llaman

«hermanos de mis criadas o mozas. sino hermano

dc mis mujeres y mis cuñados, suegros

y suegras, con tanta desvergüenza como si en

muy Icgítimo matrimonio fucscn ayuntados a

las hijas de los tales indios e indias que así de

suegro se intitulan))'.

De cste modo se creara lo que en 13 epoca

se llamó «E/ Paraíso de Mahoina», en referencia a

la única experiencia de poliginia bien conocida

por los europeos: la del mundo islámico y

sus creencias escatológicas en paraisos con

abundancia de bellas huríesR para los buenos

creyentes, que se convertían en realidad para

un puñado de cristianos españoles, en el cálido

y húrnedo Poragüq Y mucho más a h n -

dante, según juzga el presbítero González Paniagua,

«es el otro segundo caso muy en favor

de Mahorna y su Corán y aíln me parece que

usan [los asunceñosl de más libertades, pues

el otro no se extiende a más de siete mujeres y

acá tienen algunos hasta setenta. Digo a Vuestra

Señoría Ilustrísima que pasa así que el

cristiuno que está cintento con cuatro indias

es porque no puede tener ocho, y el que con

192 Ánaeles Mateo del Pino

ocho porque no puede tener dieciseis..si no

es alguno muy pobre no hay quien baje de

cinco y seis^^.

Esta afirmación la refrenda otro clérigo,

MART~GN ONZÁLE<ZQ:u ererc ontar y enumerar

las indias que al presente cada uno tiene es

imposible, pero paréceme que hay cristianos

que tienen a ochenta y a cien indias, entre las

cuales no pueden ser sin que haya madres e

hijas, hermana y primas^'^.

Ante la situación crítica en que vivían los

restos de la expedición de Mendoza, la Corona

resolvió, entonces, nombrar a un prestigios~

cuEc;uist.der, i\!úfiez rahez? & \!ata,

como gobernador y segundo adelantado del

Río de la Plata para enviarlo al frente de una

fuerza de 4.000 hombres a socorrer a los de

Paraguay

En marzo de 1542 llega a Asunción, y comienza

por disponer que ninguna persona

pueda tener ni tenga en su casa ni fuera de

ella dos hermanas, ni madre e hila ni nrimas

hermanas por el peligro de las conciencias.

Con estas y otras medidas, como prohibir la

salida nocturna de los pobladores o el ausentarse

dc la ciudad sin su autorización, Alvar

Núñez Cabeza de Vaca va ganándose el

odio de los esparioles y tambien el de los indios.

Marcha al norte de Asunción a someter

a las tribus que vivían allí, y con él va Ulrico

SCHMIDsoLld, ado bávaro, quien había llegado

de Amberes para enrolarse en la expediciRn

al mando d? Pedro d? Mendoza A medida

que va encontrándose con los pueblos

aborígenes, va dejando constancia de los

diributus de las iiembras: <¿ds mujeres suli

muy hermosas y no se tapan parte alguna de

su cuerpo, pues andan desnudas tal como

su madre, las echó al mundo,. <Están pintadas

en forma muy hermosa desde los senos

hasta las vergüenzas. también de color azul.

Esta pintura es muy hermosa, y un pintor europeo

tendría que esforzarse para hacer este

+..,h,>, 1 ,, ,.;, ,,S L-ll,, ,.. ,,,,", L L U U U J Y . I~IUJ I I I U J L I C J J U I ~ uLuao Ei ,u ,,,u,,c,u

y van completamente desnudas. Pecan Ilegado

el caso, l.. 1 son grandes amantes, afectuosas

y de cuerpo ardiente, según mi parecerwii.

En abril de 1544, regresa Alvar Núñez Cabeza

de Vaca a Asunción, encontrándose que

la única compensación que tenían los españoles

consistía en indias que les daban descanso

y placer y trabajaban para ellos las sementeras

a fin de que pudieran comer

Dos semanas después de su regreso, la

población de Asunción se levanta en armas y

encarcela a Núhez Cabeza de Vaca. Martínez

lrala es elegido gobernador y capitán general

de! Paruguu:. Éste, pruRtc> mustr6 su fiebre

lasciva por las indias; Pero Hernández, escribano

de Aivar Núñez, cuenta cómo 80 indios

hacían gran regocijo para celebrar ala fiesta

del virgo que había sacado Domingo Irala a la

hija del cacique Abacoteo, que éste le había

regalado como manceba. Cuando tenía que

proteger el puerto Candelaria se escapaba en

iin bergantín 4 M kilómetros al siir al niiertn

de Tapua, en tierras de guaranies, donde tenía

como amante a la hija de un cacique con

quien se regocijaba 15 ó 20 dias, y los que con

él andaban le llamaban el <puerto de la jodienda,.

Cuando llegan a tierra de los mboyás,

SCHMIDreLla ta que <lasm ujeres son muy hermosas)

y udan placer a su marido y a los amigos

de éste que lo pidan>12L. os caciques en

prueba de amistad regalan tres bellas muchachas

al capitán Martinez Irala, pero durante la

medianoche. aciiando todos están descansando,

nuestro capitán perdió a sus tres muchachas.

Tal vez fuese que no pudo satisfacer

a lds tres jui-tas, pviyue era yd U I i~h u~lli)~Ceic

60 anos y estaba viejo. Si hubiera dejado a las

mocitas entre los soldados, es seguro que no

se hubieran escapado,13. Fruto de su agitada

vida sexual, lrala reconoció en su testamento

una decena de hijos naturales que había tenido

con una larga lista de criadas.

Debido a esta fusión de razas, surge una

-,.,.,- ..,LI,,;&- A, A- 1- -<.-l ..-- L i U L V c i p U U i a L i U i i UL- I i i C J L I L V J , UC l a C U U I L L V J

da cuenta el yerno de irala, Alonso Riquel de

Presencia y esencia de la mujer en el contexto paraguayo: conquista y colonización 193

Guzmán, en una carta que escribe a petición

de Alvar Núñez Cabeza de Vaca. <Estos son

guaraníes y sírvennos como esclavos y nos

dan a sus hijas para que nos sirvan en casa y

en el campo. De las cuales y de nosotros hay

más de 400 mestizos entre varones y hembras,

porque vea Vuestra Merced si somos buenos

pobladores, que no conquictadorec ... oI4.

Las crónicas también dejan constancia de

la vida licenciosa que llevaban los frailes, que

por su parte, no se habían quedado atrás. Algunos

de ellos riianteriían en clausura a un

numeroso grupo de supuestas catecúmenasD

que, en realidad, no eran más que las

hembras de sus harenes particulares. Aprovechando

!a pririSn de! Adelantado, huyen a

Brasil con su hato de indias, lo que, pese a todo,

no dejó de constituir un escándalo para

los asuriceÍíos y los indios amigos.

Hacia 1570. 33 años después de la fundación

de la capital, la infatigable actividad sexual

de los españoles con las indias había hecho

que ya hubiera en ia capital del Paraguay

4.000 mil mestizos, como así lo atestigua ANGEL

ROSENBLAT~'.

Esto lo habían conseguido un puñado de

_II_-LI1l^ L:^-I_-:^^^ C...- ^^ -^^^"^^ A^

s c i i i c i i ~ a l c >I IlatJal I I C U ~~ U ICL U I I Lp~a a a i u i i ur

mil individuos y que, a menudo, tampoco llegaban

a 500, sin perder de vista la mortalidad

intantil de la época, que debió ser alta.

Los expedicionarios asunceños que iban

con luan de Garay en 1573 a fundar Santa Fe

de la Vera Cruz eran setenta aman~ebos de la tierra,,

es decir, mestizos, y unos pocos euronpns

1 ns prim~rnrp nhladnres de Riipnns Ai- 1- - -- ---

res refundada en 1580 fueron setenta y seis

personas, de las cuales sólo diez habían nacidu

eri Esparia. Aunque ellos se denominaban

awtontañeses~o «criollos>h, ijos de español e india,

a fin de evitar la ominosa calificación de

mestizos, ya que esta condición se asociaba a

tres valores negativos importantes:

1. El nacimiento ilegítimo o calidad de

bastardo.

2. La impureza de sangre.

3. El que nunca hubieran pisado la Península.

Sin embargo, pese a ello, y gracias a la rica

y prolífera actividad sexual de los conquistadores

españoles en Paraguay. unos pocos hispanos

consiguieron cambiar la composición

étnica del país.

De estas mezclas de sangres surgió la mujer

del pueblo paraguayo: desesperanzada y,

sin embargo, invencible en su lucha por la vida;

sin amor y. sin embargo, vertida en el amor

sin gestos que es e! sacrificio cotidiano: olvidada

siempre y siempre, no obstante, recordando

su misión, constructora de patria.

En la muchedumbre anónima que sellaron

!as alianzas entre e! ~spañoyl la indígena, cabe

destacar, la adolescente de 12 años. hija

del cacique puyaguá Tomatía. Juan de Ayolas

Lup6 con lus puyuyuu~ eri su viaje río arriba, como

ya lo atestiguara Ulrico SCHMIDTLo.m atía

le dio a su hija como prenda de paz y alianza.

No tenemos noticias del nombre de la muchacha.

Sabemos, sin embargo, que Ayolas se

aaficionó a ella,. y al partir Chaco adentro en

busca de la Sierra de la Plata, la encomendó a

los cuidados de Irala, su segundo. porque era

J.. A,. --.. ,--... l - - "..Z. 7 . +--l.:.z- --.. y l c i i u a uc paL cvi i i v F~/ L I ~ ~ L I I * y- ) ~ a l~lV I I I I pulque

era cosa suya. Los payaguús. disgustados de

la conducta lasciva de Irala, ase llevaron a la

muchacha>. Como consecuencia: el asesinato

de Ayolas y el exterminio total de sus cornpañeros.

Tampoco tiene nombre en las crónicas la

mujer india que reveló a Salazar el plan fragiiadn

por ?lis hermano? de ra7a para exter+

minar a los españoles, el ataque debía producirse

durante la procesión del Viernes de Semana

Santa de 1>39, dando rvmo resultado

de la trama el inverso del previsto. Sólo sabemos

que esta mujer amó al capitán español

más que a los suyos. UNOe ntendía de historia

y no podía pesar destinos en la balanza de

designios, sólo sopesó en su corazón amor al

hombre y fidelidad a su raza. Y el primero venció

el platillo^'^

% Lnvcrscad le Las Palmas le (,ran C m a r i Bioteca Unuertarla hlemora Dgta l e Canaras 2005

194 Ángeles Mateo del Pino

La venida de Centenera al Plata y su participación

en los sucesos posteriores, que el

narra en La Argentina, dio ocasión a que se haya

conservado y transmitido el episodio de

Ñandubalio y Liropeia, pareja indígena, del que

nos da cuenta Josefina PLÁ. ~Lirupciar,e querida

de amores por Ñanduballo, promete ser su

esposa si él le ofrece como regalo siete coronas

de plumas de otros tantos caciques enemigos.

Ñanduballo sale en busca del obsequio,

seguido por Livopeia. Cuando más absortos están

en la tarea de encontrar entre los arbustos

un cacique coronado, aparece por allí un conq'iirtador

de nombre C~rbvha!!~S. C CnaíTioiEi de

Liropeia y desafía a Ñanduballo. Ñanduballo muere

y Liropeia pide al español que antes de irse

con t.1 entierre al muerto. Carballo complace a

la dama, pero ésta aprovechando el descuido

del español, agarra la espada de éste y se la

hinca en el pecho,".

Estos textos, donde se mezclan la historia

con la leyenda, el mito ron la realidad, n i s dan

una lectura del proceso de adaptación de la

mujer indígena a la nueva situación. en la vida

tribal la multiplicidad de esposas erd tiecho

concreto. La preferencia del varón por una de

las mujeres, o el status principal de una de

ellas con respecto a las otras, pauta ancestral

extendida; el repudio, la separación o el cambio,

eran asuntos de sencillos trámites. Y por

otra parte. aunque pocos, algunos matrimonios

españoles se habían afincado tempranamente;

otros se habían realimdn con criollos

o doncellas de la tierra; y ya no eran un secreto para

nadie las especiales normas que regían el

h=gu;

Hallamos, así, la impronta de la mujer indígena

que hizo soportable la vida al español:

de la adolescente hermosa de tez clara que

cautivó d Ayolas; de la que por amor al hombre

de otra raza, recién llegado, permitió se

consumase la mezcla de las sangres.

Sabemos cuándo llegaron los españoles a

AmPric-, incluso cusi tedos !=S nonbres de

quienes tomaron parte en aquella primera expedición.

Igualmente conocemos lo que hicieron.

cuándo y dónde. Sin embargo, nada sabemos

de la primera española que llegó al Nuevo

Mundo. aparece como si el trasplante de la

fauna y de la flora fuese un hecho más importante

que la llegada de la primera mujer^'^.

En un primer momento una de las cláusulas

de las Armadas prohibió desde el principio

que en ellas embarcasen mujeres, pero es

evidente, que en esas Armadas, como en

otras. se filtraran polizonas. Con la Armada de

D. Pedro de Mendoza se permitió ya la venida

de las mujeres, con la única condición de que

de'uidii venir casadas. Y de nuevo tunciona la

trampa porque con D Pedro vinieron mujeres

casadas, solteras, viudas,.. Aunque de acuerdo

a la ley las embarcadas fucron siete, sólo anotarían

a las casadas, ¿siete mujeres con mil

quinientos hombres? Así, pies, se permitió la

presencia clandestina de esas mujeres.

La actuación femenina en estas regiones

nus han !!cgüdo en forma que puúierdri iiamarse

fabulosa, aunque esto no quita que algunos

relatos aparezcan en todos los cronistas

de la epoca, como es el caso de Lucía de

Miranda, la historia más conocida entre las referentes

a la mujer española en las nuevas tierras,

y la mayor aventura que protagonizaron

las indianizadas (desaparecidas).

Doña Lucía vivi6 en la pnhlacihn de Smcti

Spiritus, la que poblara Gaboto, en compañia

de su marido D. Sebastián Hurtado, pero su

belleza despertó el amor en dos caciques que,

además eran hermanos. El primero que sucumbió

a los encantos de Lucía fue Mangoré,

que acaudilló un ataque de cuatro mil indios

contra la población para apoderarsc dc la mujer

de sus sueños. Afirma Ruy Díaz al respecto

que el ataque resultó un éxito, pues los indios

mataron al capitán de la villa y luego fue ganarla

la fortaleza, y toda ella destruida sin dejar

hombre con vida, excepto cinco mujeres que

allí había con la muy cara Lucía Miranda y algurius

ires o cuauo muci-iachos que por niños

no los mataron por ser presos y cautivos.

Presencia y esencia de la mujer en el contexto paraguayo: conquisla y colonizacivn 195

Mangoré murió cn el ataque, pero su hermano

Siripó siguió su lucha, ya que también se había

enamurado de Lucía. A partir de entonces

se desató el combate entre el cacique, que

trató inútilmente de conquistarla, y D. Sebastián

Hurtado, el marido; éste se había ausentado

en una expedición y al regresar tuvo noticia

de lo ocurrido, decidiendo con toda rapidez

marchar al poblado de Siripó en busca de

su mujer. Allí se ofreció como esclavo, si delaba

libre a su esposa. Sin embargo, Siripó le

propuso todo lo contrario, es decir. que tomase

cuantas esclavas quisiera a cambio de su

-..:-.. n -1- -1 -..-m L , T .... &-Aiiiujci.

raiccc yut: ut: aiguiia iuiiiia I iui~auu

logró verse con Lucia y fueron sorprendidos

por el cacique, que mandó quemar viva a la

española y asaetear a D. Sebastián.

Con la expedición de Sebastian Gaboto

llegaron las primeras mujeres al Río dc la Plata

y participaron en la fundación de Sancti Spiritus.

Allí hubo al menos cuatro mujeres, aparto

de r?" !,uciu de h,!irand-. Gtru grupu de españolas

arribó con la expedición de Pedro

Hurtado dc Mendoza, fundador dc Buenos Aires,

entre ellas la famosa Maldonada. Algunas

también llegarían con el gobernador Aivar Núñez

Cabeza de Vaca; sin embargo, debieron

ser pocas, pues la mayoría eran, como sabemos

indias. El contingente mayor entró tarde,

concretamente en 1552. con la partida del gobernador

Diego de Sanabria. Entre ellas estaba

su propia madre, Dd. Mencía de Calderón, y

dos hermanas suyas, Mencía y María. Es posible

que entonces también llegara lsabel de

Contreras, la esposa de luan de Salazar, quien

fundara Asunción. Con ei riempo en esta ciudad

abundarían las indias y mestizas. como ya

hemos anotado, así corno algunas españolas

sobresalientes. Y es que s i n la presencia y

protagonismo de la mujer resulta impensable

rl mr;icter hispanizado de la sociedad colon

i a l ~ ' ~

Un episodio mucho más novelesco lo pro- .---- '-< 1 - X K - I - l - - - - 1- <. -- 1 -

Laguiiuu la iviaiuuiiaua, YUICII v c l i i a C J I id CApedición

de Mendoza, y lo narra el cronista

Ruy D i ~ DzE Guzwi~E.l la estuvo entre los primeros

pobladores del viejo Buenos Aires. A

causa de la enorme penuria de alimentos que

padecía la colonia, decidió abandonarla y se

fue al monte donde encontró cobijo en la cueva

de una leona a punto de parir. Ella la ayuda,

y la leona agradecida le ofrece parte de la caza.

Un día es cautivada por unos indios, cuyo

cacique, sin pedir su parecer la tomó por esposa.

Pero la Maldonada escapó y regresó al

fuerte con los suyos. El bárbaro comandante

Ruíz Galán la hizo atar a un árbol en las afueras

del fuerte, como servida en bandela para

los ;igiec y pfimac, de ayos colmi~loc se hacían

collares los indígenas.

La Maldonada escapa a la muerte gracias

a la intervención de la leona, y Ruiz Galán le

perdonó la vida. Cuando el fuerte de Buenos

Aires fue desmantelado, la Maldonada subió

hasta Asunción, pero no sabemos más de su

vida.

b!u fue !v Mu!dunuc!a una rxcrpclón rntrs

las mujeres de esa época, cabe destacar la figura

de Isabel de Guevara quien, ante la precaria

situación a la que se habían visto cometidos

escribe una carta a la Reina Gobernadora

para expresarle su sentimiento: «Esta hambre

fue tamaña, que ni la de Jerusalén se le

puede comparar. Vinieron los hombres en tanta

flaqueza que todos los trabaios careaban a

las pobres mujeres; así lavarles las ropas como

curarles, hacerles comer lo poco que tenían.

hacer centinela, rondar los fuegos, armar

las ballestas cuando algunos indios les venían

a dar guerra; hasta arremeter a puros fuegos

con ¡os versos2" a lcvanrar ios soidaaos cuando

estaban para ello, dar alarma por el campo,

sargenteando y poniendo orden a los soldados.

Porque en ese tiempo, como las mujeres

nos contentamos con poca comida, no habíamos

caído rn tdntd flaq~ieza como los

hombres ..D~].

Muy poco conocemos de las mujeres que

...-.m..-- 1 - 7, n. -1 - -1. h 1 ..- .*-

v i i i i c i u i i ~ C U I ~ I ~ ~ ; I ~a IUI . UI -U~ I I U ~ t I.VI CI IUUza,

pero ello no es motivo para pensar lo que

196 Anqeles Mateo del Pit~o

debió de ser su vida, <guardianas de las rústicas

moradas de entonces. solas la mayor parte

del tiempo, mientras ¡os maridos salían para

entrar -no es un luego de vocablo-- a través

de selvas, esteros y desiertos, durante meses,

en ausencias que a veces eran ya definitivas,

porque el consorte quedaba en un recodo

del camino. muerto de hambre. de sed de

peste o de una flecha india, sin opción a elegir

Muchas debieron de ser las viudas entre esas

,.;,.,22 I,I"]CILJ" .

Pcro no todas sc resignaron a gobernar la

casa; y se inmiscuyeron en las grescas políticas,

y se hicieron inclusive meter en la carcel.

como es el caso de Juana de los Cobos en

tiempos de Navarrete

Veinte años más o menos después de

quc la Armada de Mcndoza llegara, vino una

niipva Armada. la de Sanabria Con ella llegí,

una nuevd oleada de mujeres, cincuenta,

guiadas por Dd Mencia, lo que representaba

la posibilidad de fundación de nuevos hogares.

Estas mujeres jóvenes procedían de hogares

hidalgos, aunque pobres de Extremadura.

La erriigrdción a Aniérica había disminuido

el contingente de varones casaderos,

lo cual contribuyó a que las jóvenes se trasladaran

al Nuevo Continente Además, no

podemos olvidar que en aquellos tiempos a

las muicres sc Ics ofrecían dos salidas: el

matrimonio o el convento. Así que, aunque

les esperase un viaje lleno de sorpresas, de

calamidades y hastíos, csto cra mcjor quc

nada.

Hasta la llegada de la Armada de Ortiz de

Zárate, con el cual venia Centenera, veinte

años más tarde, no volveremos a encontrar un

nuevo contingente femenino Así que fueron

relativamente pocas las mujeres españolas

llegadas a la colonia durante esta época (quizá

poco más de trescientas). No es de extrañar,

pues, que a falta de mujeres, o bien, porque se

habían dejado algunas esposas en España,

los españoles tuvieran hijos cm iriujeies indígenas

y en abundancia.

Hubo cédulas en las cuales se ordenaba a

los maridos que tuviesen a su mujer en la me-

~rópoiii,a hicieran venir a ia coionia pdra restituir

la integridad del hogar. Por otro lado, las

mujeres indígenas asimiladas iban desapareciendo,

crecían en número y edad las mestizas,

las dorzcelias de la tierra, de las cuales no pocas

contraerían rriatrin~oriioc on los españoles,

o con criollos, y con mun~ebosd e la tierra.

Especial interés reviste el caso de Dd Elvira

A, Pnntrriv-ir Ar. 1- ,-i~nl h-hl? Rnnrn nc Pchrrc

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NERA:

... Quien indios y espatoles ha vencido,

veiictdo y muerto yuedu, porque uuiira

y piensas tú. Cupido, no lo fueras,

mirando a Doña Elvira de Contr~ras.! .

Elvira contrajo matrimonio con Ruiz de

Melgarejo, asentándose en Asunción. En catorce

años d e matrimonio tiivo cuatro hijos

perv rodeada de servidumbre, dejaba seguramente

a Da Elvira muchas horas libres. Así, ésta

(hermosa y joven, languidecía esperando al

marido, en Asunción, escapándosele el alma

hacia el horizonte detrás del cual se escondían

todas las cosas que ya no tenia, porque

las había cambiado por otras que no acababan

de ser

Estando sola. sin compartir sus penas, las

compartió con su confesor, el padre Carrillo.

Centenera aludiendo al tema se limita a decir

que Melgarejo <sorprendió a ambos), sin dar

más detalles sobre el particular El marido, sin

embargo, sacó la espada y clavó al fraile. Da.

Elvira huyó de la casa, pidiendo auxilio, pero

la gente en lugar de ofrecerle asilo, la ayudan a

matar.

A Juan Ortiz de Zárate ic sucedió como gobernador

del Paraguay un sobrino suyo, un tal

Mendieta, del cual las crónicas de la época

desbordan malos recuerdos. Después de muchos

galanteos se enamoró de veras. aunque

Centenera guarda con sumo celo el nombre

de la beneficiaria. Amiga de las fiestas, bullicios,

y piopiciadura de envidias y celos, se

granjeó el odio de los asunceños. Mendieta,

Presencia y esencia de la mujer en el contexto paraguayo: conquista y colonización 197

ounversdad <le a s p anas d? tren m a r a ~ o e c uanu es t s r s a e m m ~ g t lae ~ a n i r i sIU J)

no se sabe cómo. ni dónde ni cuando murió.

De la dama nunca mas se supo.

Las dos vertientes culturales que formaron

la sociedad paraguaya: la indígena y la española,

dando lugar al mestizaje, sellaron también

con características propias al grupo poblacional

femenino.

l a v~rtientein dígena giaraní transmitió a

la mestiza el sentido de la autonomía, especialmente

en cuanto al quehacer económico.

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decisión en lo referente al establecimiento del

hogar; componente socio-psicológicos de la

mestiza. De la fusión biológica y cultural que

se produjo en el Paraguay, primero por la entrega

de muieres guaraníes a los conquistadores

castellanos (1536-1547), dentro del «pacto

de afflistad~y, luego, por la esclavización directa

dc muicrcs (1 547-161 O), surgió la mujer mesti

za conjugando en sí, contradictoriamente, lo

prehistórico indígena con lo histórico occidental

El comportamiento de las muleres reproduce

en cada caso la herencia cultura castellano-

guaraní y algunas veces las contradicciones

emergentes del choque. Se desprende

así la existencia de cuatro tipos de mujeres

iguales y distintas: la indígena, por un lado, y

la española, por el otro. y como mediando entre

éslds h r i rjiíerentes íísica y, yuká, psiculógicamente,

y tan iguales en sus sentimientos,

encontramos a la criolla, y en abrumadora mayoria

a la mestiza, como propuesta intermedia

entre las dos primeras. Una protagonista tan

decisiva aunque muchas veces olvidada y

marginada de su tierra.

-

NOTAS

1 PLA, losefina. Algunas mujeres de la conquijtli, Asociación

de la Mujer kspanola. Asuncion del Paraguay, 1985.

p. 58.

2 SCHMIDULlr,i co, aRelación del viaic al río d e ¡a Plata,

en Ahanes en América, Madrid, 1985

Al mismo tiempo, podemos encontrar cuatro

tipos fundamentales de féminas, dependiendo

de su comportamiento social. Las compañeras

dc los héroes, a éstas Ics llcga el carisma,

el misterio de sus hombres, casi se podría

afirmar que existen por ellos, pero no, ellas mismas

son eje motor de acciones heroicas; las

antisociales identificadas con una cultura y

una concepción de la vida aiena a su comunidad:

la masa femenina amorfa. reducida a su

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por excepción: una indígena aferrada a

una civilización en proceso de extinción.

Por ello. podemos afirmar que la mujer paraguaya

es la gran protagonista de la Historia,

pero en forma silenciosa, como en el caso de

las primeras indígenas que se unieron a los

conquistadores espanoles -como por ejemplo

Leonor, la preferida de Domingo Murtíncz

de lrala- o ya más activas como el caso de la

mestiza Ana Díaz, quien acompañó a luan de

Garay en la fundación de la segunda Buenos

Aires, entre otras que han sido silenciadas por

las crónicas, o en el amejor de los casos» citadas

como seres anónimos que forman parte

de una niuchedumbre.

El modo del tratamiento del tema, en

nuestro caso la presencia y la esencia femenina,

refleja cómo es vivida y sentida por el autor

U I I p~d rLe de Id redliddd social rhr ide se ve

inserto. La expresión, la forma y el fondo adquiere

su categoría en relación directa o inversa

a su fidelidad con la realidad. <La obra vale

no por la realidad que le proporciona, razón o

motivo, sino por la realidad individual que en

ella y con ella se proyccta tran~figurándolas~~.

3 HERRCN. Ricardo, La conquista erótica de las Indias. ed

Planeta, Barcelona. 199 1, p. 53 [2a ed.).

4 SCHMIDULlr ico or, cit.

5 LOZANO, Pcdro. Histona de la conquistn del Paraguay, Río

de la Plata y Tucurndn. Buenos Aires, 1873- 1875.