MICOLOGÍA NORTEAFRICANA. DE LA PREHISTORIA

AL MUNDO ANTIGUO

DANIEL BECERRA ROMERO

Daniel Becerra Romero

Micología Norteafricana. De la Prehistoria al Mundo Antiguo

20 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X

Resumen: La mayor parte de los estudios

sobre botánica se han centrado en

el examen de las plantas, analizando aspectos

comerciales, prácticos o simbólicos.

Sin embargo, también los hongos

han jugado un papel importante a lo largo

de la Historia, aunque, por lo general

se les ha prestado poca atención. El presente

artículo tiene por objetivo examinar

varios de los hongos que fueron conocidos

en el pasado en esta zona y el

papel que pudieron jugar entre sus habitantes.

Palabras clave: hongos, arqueología,

Norte de África.

Abstract: Traditionally botany studies

have been centred around the examination

of the plants, analyzing the commercial,

practical or symbolic aspects.

However, fungus has also played an important

role throughout history although

generally they have not received

much attention. The objective of this article

is to examine several fungi that were

known in the past in this area and the

roll that they could have played with the

old inhabitants of the area.

Key-words: mushrooms, archaeology,

History, North Africa.

Las setas y los hongos conviven con

nosotros cada día, generalmente sin que

apenas percibamos su presencia. No obstante,

su influencia ha sido y es muy notoria,

abarcando campos tan diversos como

la medicina, la industria farmacéutica

y química, la gastronomía, la antropología

o la etnobotánica. Forman parte de la

historia de las religiones y se han creando

numerosos mitos y creencias a su alrededor1;

incluso se los ha empleado para justificar

el origen de algunas ciudades, como

el bien conocido relato que atribuye a

un hongo el nacimiento de la ciudad de

Micenas descrito por Pausanias2. El misterio

que despierta su aparentemente espontáneo

crecimiento ha dado lugar a

que se los relacione con distintas leyendas

y supersticiones como, por ejemplo,

los llamados “corrillos de brujas”, surgidos

durante la supuesta celebración de

los aquelarres bajomedievales. A ello habría

que añadir el lógico temor a los envenenamientos.

Buena muestra, por tanto,

de la extraña dicotomía que existe respecto

a su presencia la podemos encontrar en

la sabiduría popular, que reza por un lado

“malos y hongos no nacen solos” y,

por otro, “cuatro son los mejores bocados:

prisco, higo, hongo y melón” (MARTÍ-

NEZ, 1989: 25 y 439).

En general, los yacimientos en los que

se han podido localizar muestras de hongos

son, ciertamente, reducidos. Ello está

motivado, principalmente, por el hecho

de tratarse de una serie de organismos

vegetales mucho más sensibles que las

plantas a los cambios de temperatura, humedad

e incluso del viento, factores claves

para su desarrollo. Además de la propia

composición física de los hongos basada

en una pseudocelulosa llamada hemicelulosa,

hay que destacar que en su

mayoría poseen un contenido en agua de

entre un 70% y un 95% de agua, lógicamente

dependiendo siempre de la especie,

lo que explica en parte la falta de restos.

Así pues, salvo que las condiciones medioambientales

sean verdaderamente excepcionales,

difícilmente pueden conservarse.

No obstante, como veremos, no siempre

el hallazgo de restos botánicos permite

plantear hipótesis acerca del conocimiento

o de la utilidad que determinados tipos

de hongos tuvieron para los habitantes de

una zona concreta. Su representación gráfica,

plasmada en distintos soportes tales

como grabados o pinturas rupestres, cerámicas,

murales o esculturas, también nos

acerca a su análisis y estudio, aunque en

este caso la identificación específica de la

especie sea mucho más compleja.

Con todo, sabemos que la estrecha relación

que existe entre el ser humano y los

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hongos se remonta, como mínimo, al Mesolítico,

como se constata en las dataciones

y los análisis de los vestigios del yacimiento

de Endingen, Nordvorpommern,

situado al noroeste de Alemania. Durante

las labores de excavación se descubrieron

restos del conocido hongo yesquero, Fomes

fomentarius Fr. ex L., cuyo examen dio como

resultado la fecha de 11 555 ± 100 BP

(PEINTNER, PÖDER y PÜMPEL,1998:

1159; PEINTNER, y PÖDER, 2000: 143).

Aproximadamente del mismo período

son también las muestras que aparecieron

en el yacimiento británico de Star

Carr, Seamer, en Yorkshire. Otros ejemplares

de la misma especie fueron localizados

en el asentamiento de Maglemose,

en la isla de Seeland, Dinamarca, así como

en varias turberas danesas de en torno

al 6000 a. de C. (CLARK, et ál. 1954: 18;

WASSON y GORDON 1957: 116; GORDON,

1968: 238-239). En Escocia e Inglaterra

también se han localizado ejemplares

de Bovista nigrescens Pers ex Pers y

Calvatia utriformis (Bull. Ex Pers.) Jaap con

una cronología que abarca desde finales

de la Edad del Bronce hasta los siglos IIIII

d. de C. Como se puede observar la

mayor parte de los yacimientos donde

aparecen muestras contrastables se encuentran

en zonas frías. El que posiblemente

sea el caso más conocido y de mayor

repercusión internacional es el del

hombre de los hielos de Similaunhütte,

mayormente conocido como Ötzi, localizado

en el glaciar alpino de Hauslabjoch

en la zona fronteriza entre Austria e Italia.

La importancia de este hallazgo radica,

lógicamente, entre otros aspectos en

que nos proporciona un cierto conocimiento

de la diferenciación y del dominio

que tuvo este personaje del mundo micológico,

de sus utilidades y de sus propiedades,

pues entre los objetos que llevaba

aparecieron restos de F. fomentarius y de

Piptoporus betulinus (Fr.) Karsten, entre

cuyas características se encuentra la fabricación

de substancias antibióticas denominadas

ácido poliporénico A, B y C, así

como actividad antiflogísticas, entre otros

(SPINDLER, 1995: 155-163; PEINTNER,

PÖDER y PÜMPEL, 1998: 1158-1159;

PEINTNER y PÖDER, 2000: 148).

Centrándonos en el mundo norteafricano,

posiblemente el dato más antiguo

que nos acerca a su ancestral conocimiento

lo tenemos en los hallazgos aparecidos

en el desierto del Sáhara, al sur de Argelia,

en el altiplano del Tassili-n-Ajjer. A

diferencia de lo expresado hasta ahora, en

dicho lugar no se han encontrado restos

botánicos analizables. Al contrario, allí entre

las innumerables series de frescos que

adornan sus paredes se encuentran varias

figuras antropomorfas que sostienen o de

las que parecen crecer hongos y cuya cronología

se ha situado en torno al 7000-

5000 a. de C.

En 1980 U. Sansoni planteaba la posibilidad

de que determinadas pinturas,

del denominado período de las “Cabezas

Redondas”, se encontraban en un estado

de éxtasis debido a la danza o al consumo

de substances hallucinogénes, idea en la que

insistirá años más tarde (SANSONI, 1993:

453-466). Posteriormente, el conocido investigador

E. Anati retomó este argumento

planteando que: ...dans leur admirables

peintures, on observe également des figurations

anthropomorphes qui paraissent en état

de levitation, ou qui présentent des déformations

monstrueuses expressions probables de

visions provoqués par l´usage de stupéfiants”

(ANATI, 1989: 199).

Años más tarde esta idea es retomada

por ambos investigadores, de forma que

en el prefacio del libro de U. Sansoni Le

piu antiche pitture del Sahara: l´arte delle

Teste Rotonde, aparecido en 1994, E. Anati

mantiene que las pinturas del período de

las “Cabezas Redondas”, además de ser

realizadas por poblaciones negroides refleDaniel

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jaban un claro y amplio empleo de alucinógenos.

U. Sansoni también lo comparte

al indicar que: ...l´usage rituel de substances

hallucinogénes ne peut être exclus (SANSONI,

1994: 157), relacionando su consumo

con prácticas de carácter chamánico y

apuntando una cierta similitud entre determinadas

figuras de este período con

otras del Sáhara Central y especialmente

de Africa del Sur. Se basaba en los estudios

de otro destacado investigador como

es D. Lewis-Williams, quien más ha profundizado

en el chamanismo sudafricano.

Poco tiempo antes, en 1992, dos investigadores

por separado —G. Samorini y

T. McKenna— relacionan estas pinturas,

por las formas que presentan algunos de

los motivos allí presentes, con figuras de

hongos y plantean su posible culto en la

zona; concretamente, como parte de un ritual

(SAMORINI, 1992: 69-78; McKENNA,

1993: 98-102). Varios son los paneles

donde se aprecian las figuras que presentan

un claro parecido con dichas especies

del mundo vegetal y que los mencionados

autores interpretan como algún posible

tipo de hongo del género Psilocybe y

Amanita.

De entre todas las representaciones,

algunas bastante discutibles, dos son las

figuras que destacan especialmente. Por

un lado, en Tin-Tazarif, tenemos un panel

donde se nos muestra un grupo de figuras

antropomorfas (con cabeza de hongo)

que parecen correr, sosteniendo en su

mano lo que se piensa es otro hongo. En

algunas de estas figuras, como señala G.

Samorini, destacan especialmente una serie

de líneas paralelas y discontinuas que

van de la cabeza del hongo a la de los corredores

(SAMORINI, 1992: 73), lo que indicaría

una aproximación al estado real

del sujeto, afectado por la capacidad de

alteración de consciencia producida por

la ingestión del hongo. Muestra, de manera

clara, cómo influye en la persona

que aparece semitransformada en un

hongo corredor y que está inmersa, posiblemente,

en una danza de carácter ritual.

No debemos olvidar que el proceso por el

cual actúan los alcaloides presentes en los

hongos nos era desconocido hasta hace

pocos años y se explicaba como una actuación

de los espíritus, como nos revelan diversas

narraciones etnográficas3. La posterior

plasmación de las visiones, ya fueran

individuales o de grupo, debió tener

por tanto un alto contenido cultural y social.

El segundo caso lo encontramos en

Matalem-Amazar, en la impresionante

imagen del denominado chamán-hongo

o chamán de los hongos con el rostro en

forma de abeja, del cual surgen o le recorren

por el cuerpo, un número considerable

de hongos. Esto podría reflejar, igual

que en el caso de las figuras fúngicas antropomorfas,

un cierto proceso de transformación

del individuo, algo que no sería

extraño si tenemos en cuenta que, en definitiva,

se trata de especies psicoactivas

cuyo efecto en la mente es complicado reflejar.

Estas hipótesis cobran mayor fuerza

tras la afirmación de E. Anati quien, comentando

el panel de los hongos corredores,

sostiene que se trata de: ...une peinture

montrant les effets des champignons hallucinogènes

(ANATI, 1997: 180-181)4, compartiendo

así la opinión de G. Samorini y

McKenna. Quisiéramos mencionar que F.

Fagnola ha propuesto otras especies vegetales,

alejadas en este caso del mundo

micológico, como son la Turbina corymbosa

y la Ipomoea purpurea (FAGNOLA,

1999; FAGNOLA, citado en LE QUELLEC,

1999: 96), no obstante, al menos la

primera parece ser nativa del continente

americano, lo que invalidaría su opción

para el Neolítico sahariano. La segunda,

perteneciente a la familia de las Convólvulaceas,

también parece proceder del

mismo continente.

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La identificación de este tipo de hongos,

únicamente a partir de las representaciones

que de ellos conservamos, resulta

una tarea prácticamente imposible. Si

bien es cierto que la mayor parte de los

investigadores se muestra conforme en

afirmar que se tratarían de hongos alucinógenos.

Los artistas que plasmaron sus

visiones en estas paredes no buscaron reflejar

ni realizar una descripción exacta

del hongo. Siguiendo los grabados rupestres

siberianos junto con los bien conocidos

relatos etnográficos sobre su empleo

en distintas ceremonias y quehaceres, hay

quien apunta a la popular Amanita muscaria

Quel5, aunque por la forma punteada

que presentan algunas pinturas también

se cree que bien podría tratarse de algún

tipo de hongo perteneciente a la familia

de los Psilocibe. En verdad hoy día sabemos

que en el Norte de África existen

ejemplares de A. muscaria como de Psilocibe,

por ejemplo Psilocybe mairei Singer,

especie que además únicamente se conoce

en Marruecos y Argelia precisamente

el área donde se inscriben las pinturas. P.

mairei posee un sombrero de entre 1,5 y

3,5 cm. de ancho, una forma entre convexa

campanulada a cónica campanulada

que se expande a medida que crece. Presenta

un color marrón anaranjado llegando

a verde oliva. Su pie alcanza aproximadamente

entre 25 y 75 mm de largo

por entre 2 y 5 de grosor. Crece entre los

meses de Octubre a Diciembre en medio

de bosques con pinos (Pinus pinaster), robles

(Quercus ilicis, Quercus pyrenaica) y

abetos (Abies pinsapa). Cabe señalar que la

identificación que se ha hecho de este

hongo para el marco europeo está en duda,

apuntándose la posibilidad de Psilocybe

serbica Moser and Horak (STAMETS, P.

1996: 125-126). No obstante, habría que

conocer más a fondo la paleovegetación

de la zona antes de poder aventurar si realmente

fue éste el hongo empleado por

la mano o manos que pintaron los motivos

representados en los frescos citados,

pues se cree que debieron existir un mayor

número de especies en la región. P.

mairei sería un vestigio vivo de ese pasado

(STAMETS, 1996: 126).

Verdaderamente no podemos saber

cuál fue el impacto que supuso para los

antiguos pobladores de esta zona el descubrimiento

de las propiedades psicoactivas

de este tipo de hongos. No debemos

de olvidar que el proceso por el cual los

alcaloides producen toda una serie de reacciones

en el cerebro era desconocido

hasta hace relativamente apenas unos pocos

años. Ello motivaría que en numerosas

comunidades la explicación se achacara

a la acción de los espíritus. Ciertamente,

la plasmación de este tipo de pinturas,

ya fuera de manera individual o de

grupo, debió de tener un elevado contenido

social o cultural aunque hoy día se nos

escape. Incluso cabe preguntarse si el

descubrimiento de este saber no les llevaría

a crear una mitología a su alrededor

en la cual las propiedades de estos hongos

les haría creer que eran transportados

a otras dimensiones en las que entrarían

en contacto con los dioses; encontrando

en ello un origen de los mismos o de los

espíritus. Muchos son los ejemplos bien

estudiados como los del mundo precolombino.

Su uso ritual está constatado

hoy en día en numerosos grupos étnicos

africanos actuales aunque no sepamos bien

cuál es, exactamente, su papel. Así los

Banza de la zona central del continente,

concretamente del Zaire, ingerían en sus

ritos el hongo Pluteus atricapillus (Batch)

Fayod var. ealensis Beeli denominado por

ellos abanda, siendo conocido también por

los Eala del Zaire como losulu (HORAK,

citado en OTT, 1996: 309). Entre los mitos

de los Bujeba de Guinea Ecuatorial se

menciona el hongo hueso cuyo consumo se

encuentra prohibido y se asocia a los esDaniel

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píritus (DE LARREA PALACIN, 1954: 64-

65), sin identificación botánica que sepamos.

Finalmente, tampoco se ha podido

identificar correctamente el hongo duna

que se encuentra relacionado con el culto

Bwiti (SAMORINI, 1994: 191-192).

Pertenecientes al Neolítico africano

son los hallazgos localizados en el yacimiento

de Nabta Playa, al Este del Sáhara,

fechado hacia el 5200 a. de C. Allí se

localizaron diversas esporas de hongos

en descomposición sobre el raquis de trigo,

que debido a su deteriorado estado no

pudieron ser identificadas correctamente

(STEMLER, y FALK, 1980: 393-399). Sin

embargo, debido a su relación con este

cereal se cree pudiera tratarse de algún

hongo del tipo Puccinia o Claviceps que

en ocasiones suele infectar los cereales.

Quizás Puccinia graminis, más conocido

como roya de los cereales.

Bajo el término de royas se denomina

a ciertos basiodomicetes de vida parasitaria

que tienen su ciclo vital en el interior

de otros vegetales de los cuales se nutre.

Reciben el nombre de basidiomicetos por

tener unas pequeñas estructuras cerradas

llamadas basidios que se desarrollan externamente

y le sirven para generar las esporas

necesarias para su reproducción.

En este caso concreto, sus filamentos no

van a discurrir como ocurre generalmente

sobre la capa vegetal de bosques o prados

sino, al contrario, se van a encontrar

inmiscuidos entre las células de aquellas

plantas donde se alojan y de las que se

alimentan. Se presenta mediante unas

prolongadas manchas pulverulentas, de

coloración rojiza, que aparecen en la superficie

de las hojas de los cereales afectados

en los primeros momentos de la infección.

Más adelante este mismo honguillo,

y sobre la misma planta, da otras esporas

más resistentes y de color parduzco

que constituyen la denominada roya negra

(FONT QUER, 1995: 37).

Para el caso que nos ocupa también

cabe la posibilidad de que se tratara de

Claviceps purpurea o Claviceps paspali, el

popular cornezuelo. Este mal debía de ser

frecuente en el área norteafricana pues siglos

más tarde lo volveremos a encontrar

en un texto de Ovidio relacionado con el

envío de cebada a Roma procedente de

esta provincia romana.

La destrucción de Cartago nos ha impedido

saber cuál fue realmente el conocimiento

que sus antiguos habitantes tuvieron

de todo el área norteafricana bajo

su influencia. De hecho, para el mundo

antiguo el conjunto de África en general

sería la gran desconocida pues como escribió

Heródoto:

Mas allá de la faja arenosa en cuestión,

hacia el sur y en dirección al interior de

Libia, el terreno es desértico y carece de

agua, de animales, de lluvia y de árboles; y

en toda su extensión no hay el menor rastro

de humedad6.

De otras descripciones como las realizadas

por Demóstenes, Timóstenes, Alejandro

Polihístor o Menecles de Barca

únicamente nos han llegado referencias

indirectas o escasos fragmentos. Los griegos

únicamente tuvieron pequeños asentamientos

y no penetraron al interior como

tampoco lo hicieron en general los romanos.

Así pues, aunque escritores de la

talla del citado Heródoto, Polibio, Diodoro

de Sicilia, Plinio o Estrabón por citar

solo algunos se han ocupado de la descripción

de África generalmente lo hicieron

de su extremo meridional, lo que no

ha impedido que nos hayan llegado breves

notas de su flora micológica.

La referencia escrita más antigua para

esta área la podemos encontrar en la obra

del botánico griego Tírtamo, más conocido

como Teofrasto (370-287 a. de C.).

Aunque la mayor parte de su obra se ha

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perdido no fue así con su Historia de las

Plantas donde comentando las características

de distintas trufas hace mención a la

que crecía en torno a la antigua ciudad de

Cirene7. De esta trufa recoge su nombre

mysi y su olor parecido al de la carne.

También comenta que no vive más de un

año, es decir que es anual, aprovechable y

que tiene su mejor momento durante la

primavera8.

Resulta interesante el dato que ofrece

sobre su existencia en Cirene pues sabemos

que la trufa se consumía con seguridad

en Grecia en torno al s. IV a. de C. teniendo

la consideración de exquisitez, como

nos recuerda Matrón en La cena, donde

equiparaba el sabor de las ostras con las

trufas en la persona de la nereida Tetis,

hija del dios marino Nereo y de Doris9.

Por tanto, sería lógico pensar que hubiese

un comercio asociado a ellas; más aún si

tenemos en cuenta que durante la fase romana

serán éstas, las trufas norteafricanas,

las que se consideren las mejores.

Extrañamente en el mundo antiguo

las trufas no van a ser consideradas hongos,

al contrario, se las engloba dentro de

un grupo aparte motivo por el cual posiblemente

siempre gozaron de mejor consideración

que el resto de sus compañeros

de reino. En este caso aunque se suele

hablar de trufas se trataría en realidad

más bien de especies del género Terfezia

o Tirmania. En menor medida podría pertenecer

a los géneros Tuber y Delastria,

mientras que el género Picoa es el más difícil

de ver. Se localizan fácilmente en terrenos

arenosos y durante la primavera,

especialmente si el invierno ha sido particularmente

lluvioso.

Entre las características generales de

este tipo de especie puede decirse que es

un hongo subterráneo como su propio

nombre indica10 y cuyo diámetro se sitúa

aproximadamente entre los 2 y 10 cm,

aunque pueden existir ejemplares mucho

más grandes. Su carne presenta una coloración

blanquecina rosácea reticulada por

la presencia de venas poco marcadas. Generalmente

habita en la parte septentrional

de África, aunque también se la puede

localizar en la austral. Finalmente hay

indicios de su presencia en el sur de la Península

Ibérica.

Curiosamente, es también Teofrasto

quien nos ha transmitido una extraña creencia,

que a su vez recogerán otros autores

posteriores como Plinio o Plutarco, sobre

el origen de las trufas, que pervive en

la actualidad en determinados grupos bereberes

norteafricanos. Dicha creencia

sostiene que la aparición de las trufas se

debía a la acción de truenos violentos durante

las tormentas otoñales y no a la propia

Naturaleza11. Aún hoy en día estas

trufas son muy buscadas y apreciadas entre

las comunidades bereberes, por ejemplo

en Argelia, que denominan a varias

de ellas con el nombre de tirfâsene,t, entre

las que se pensaba se encontraba Terfezia

leonis Tul. (FOREAU, 1896: 44), hoy día T.

arenaria Trappe. Igualmente en Marruecos

definen a un buen grupo de ellas popularmente

con el nombre de terfass, englobando

especies como T. arenaria Trappe,

T. oligospermum (Tul. et C. Tul.) Trappe

o Delastria rosea Tul., entre otros

(KHABAR, et ál. 2001: 214).

En el s. I d. de C. el afamado naturalista

Plinio el Viejo también dejó escrito en

su Historia Natural referencias a los hongos

que crecían en esta zona. Concretamente

para el mundo norteafricano son dos las

citas que podemos encontrar en su obra,

una de ellas precisamente sobre las mal

llamadas trufas y otra de carácter indirecto

posiblemente refiriéndose a Pleurotus

ostreatus o Pholiota aegerita.

En el primer caso, Plinio se limita a seguir

a Teofrasto y recoge la existencia de

una trufa en la Cirenaica, a la que llamaban

misy, más suave y olorosa, pero muDaniel

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cho menos carnosa. No obstante, la extrema

preocupación de Plinio por ofrecer el

mayor número de datos posibles en su

obra le lleva a cometer un error en la interpretación

de la copia del trabajo de Teofrasto

que manejó. El naturalista latino

redactó que el misy de la Cirenaica era

menos carnoso, cuando en realidad el texto

de Teofrasto señala que su olor es parecido

al de la carne (ANDRÉ, 1964: 110, línea

36, 1). Continúa comentando que se

trata de un delicioso bocado que nace en

otoño, particularmente, si ha sido muy

lluvioso y ha habido numerosos truenos,

dado que las grandes tormentas las hacían

surgir de la tierra, creencia que ya se

encontraba varios siglos atrás en Teofrasto

de quien la toma el naturalista latino,

como acabamos de señalar y que tendría

un gran arraigo en la sociedad romana.

La importancia de estas trufas dentro de

la gastronomía romana fue muy notoria

pues Plinio comentaba que las mejores

eran precisamente las provenientes de

África12, lo que implica a su vez una red

de comercio y distribución en torno a

ellas. Sabemos que en los antiguos mercados

romanos los hongos, a pesar del temor

que suscitaba un posible envenenamiento,

podían adquirirse como un producto

más en la cesta de la compra; de hecho,

en general, fueron muy apreciados y

se los consideraba el último gran descubrimiento

gastronómico entre los amantes

de la buena mesa13.

En el segundo caso, Plinio, describiendo

una serie de árboles señala que algunos

son conocidos por los hongos que

crecen en su tronco, como el álamo, Populus

tremula L., que crece en el Norte de

África14. En un principio se pensó que el

autor latino podría estar haciendo referencia

a algún tipo de poliporo (STEIER,

1950: 1379; ANDRÉ, 1962: 129, línea 85,

2), pero en la actualidad de cree que podría

tratarse de Pleurotus ostreatus (Jacq.:

Fr.) Kummer o Pholiota aegerita (Brig.)

Quélet (MAGGIULLI, 1977: 105-106). Se

trata de un hongo bastante llamativo en

cuanto a su tamaño por lo que, lógicamente,

debió de llamar la atención de los

antiguos habitantes del Norte de África.

Tanto más para que reconocieran a este

árbol o incluso lo denominaran de alguna

forma concreta que no nos ha llegado

precisamente por estos hongos como registra

el autor latino.

Pleurotus ostreatus, en castellano pleuroto

concoideo o falsa seta de cardo de la

madera, orellona en catalán o belarri landi

en vasco, se trata de un hongo cuyo

sombrero suele tener un diámetro de entre

5 y 15 cm., generalmente en forma de

concha, pudiendo alcanzar en algunos casos

cerca de 35 cm. Posee un pie corto y

en ocasiones completamente lateral. Su

carne es fibrosa y blanca. Saprófito, habita

en tocones y ramas de planifolios

muertos o debilitados. Aunque es comestible

y se puede localizar con relativa facilidad

en nuestros mercados no tenemos

constancia de su aprovechamiento alimenticio

en la Antigüedad.

Entre las características de Pholiota aegerita,

también conocida como Agrocybe

cylindrica (DC:. Fr.) Maire, su sombrero

llega a medir entre cuatro y doce cm. pudiendo

alcanzar los 15cm.; presenta un

pie largo y esbelto, un anillo menbranoso,

blanco y resistente. En catalán se la conoce

como pollancró y makal-ziza en vasco.

En castellano, sin embargo, recibe generalmente

el nombre de seta de chopo algo

que es incorrecto pues su hábitat no se reduce

únicamente a dicha especie. Habita

en distintas clases de árboles preferentemente

viejos olmos o chopos y otros árboles

caducifolios. Su carne es blanca y de

sabor agradable, aunque se especifica

únicamente deben de consumirse ejemDaniel

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plares jóvenes. Como en el caso anterior

tampoco tenemos constancia de su uso

alimenticio.

Un acercamiento a la obra del poeta

satírico Juvenal (ca. 60-ca. 130 d. de C.)

nos descubre el valor que tanto las setas

como las trufas tenían en Roma. La viciosa

y pervertida sociedad romana le ofrecía

una magnífica fuente de inspiración,

algo que no dudó en aprovechar, y ponía

todo su acento y énfasis en sus sátiras

donde sus caricaturas junto a las breves

escenas sucintamente condensadas y de

un impresionante grafismo expresivo representaba

una excelente aproximación a

todos aquellos males que inundaban dicha

sociedad contra los que dirigía su invectiva.

Un claro ejemplo lo podemos encontrar

en la quinta sátira. En ella, la idea

principal que subyace es el triste destino

del convidado a una cena que tiene que

soportar todo tipo de humillaciones, exageradas

por el autor, en la vana esperanza

de poder alcanzar a disfrutar de alguno

de los sabrosos manjares que pasan

por sus ojos. Se establece una clara diferencia

entre el rico Virrón y sus amigos y

la figura del cliente, es decir del invitado

pobre, que permanece en un rincón, alejado

de los mejores alimentos. Juvenal describe

la cena, prácticamente, plato por

plato y en ella menciona tanto a las setas

como a las trufas entre los bocados delicados

que el anfitrión ofrece a sus invitados.

Tras el plato principal, vemos como

hace su aparición las trufas, ampliando

así el banquete y casi como si fueran un

dulce postre, momento que aprovecha el

autor para comentar su relación con los

truenos. Refuerza el tono satírico del pasaje

utilizando este producto, quizás, como

un lujo proveniente de Libia. Este hecho

se desprende del comentario que realiza

Alidio, cuando pide que sean las tierras

africanas las que guarden su trigo pero

que envíen las ansiadas trufas15. Como

ya señalamos, Plinio consideraba que las

provenientes de Libia eran las mejores16

motivo que bien podría haber llevado a

Juvenal a emplearlas dentro de su sátira

para reforzar aún más el conjunto. Nos

encontraríamos una vez más con alguna

de las especies pertenecientes a los géneros

ya citados para esta clase de hongos

subterráneos. Varios siglos más tarde, en

época de San Agustín (354-430 d. de C.),

aún seguirían teniendo concepto de exquisitez

y de lujo. Entre las numerosas

cartas y sermones que se conservan de este

autor se encuentran sus escritos apologéticos.

Precisamente es en uno de ellos

donde criticando las costumbres de sus

antiguos compañeros maniqueos menciona

el consumo de hongos y trufas entre

distintos productos que podríamos considerar

de lujo17, lo que refuerza su condición

de alimento selecto dentro de la sociedad

de la época y la importancia que

cobraron en determinados ambientes; tan

apreciadas eran entonces como ahora.

Antes citamos al cornezuelo en referencia

al yacimiento de Nabta Playa.

Ciertamente un breve pasaje de Ovidio

(43 a. de C.-18 d. de C.) nos indica claramente

la presencia de este tipo de hongo

en el mundo norteafricano. Autor principalmente

conocido por su obra la Metamorfosis,

será en un fragmento de lo que

se podría considerar una obra menor,

Cosmética del rostro femenino, donde nos

encontremos la parte que nos ocupa. En

ella, hablando de un ungüento para dar

tersura y brillantez, comenta que a la cebada

que los colonos de la Libia enviaban

a Roma —y que era uno de los ingredientes

del citado preparado— había que quitarle

la paja y el cornezuelo18. Por ello en

este caso, creemos que podría tratarse de

Claviceps purpurea Tuslane que parasita,

entre otros cereales, en la cebada.

Daniel Becerra Romero

Micología Norteafricana. De la Prehistoria al Mundo Antiguo

28 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X

A diferencia de P. graminis, el cornezuelo

es un ascomiceto, es decir, que se

reproduce por medio de esporas que se

encuentran en unos pequeños odrecillos

o estructuras cerradas llamadas ascas,

donde por lo común, al igual que los basidiomicetos,

se hallan en número de

ocho. Se cría en las espigas, entre cuyos

granos aparece en forma de cornezuelo

de color púrpura, oscuro o negro durante

el período de maduración. Alcanza su

madurez a fines de la primavera y en verano,

siempre dependiendo de las condiciones

medioambientales donde se encuentre.

En la obra del médico Casio Felix (s. V

d. de C.) originario de la antigua ciudad

de Cirta, en Túnez, volvemos a encontrar

referencias a los hongos. Como ocurre

con otros autores, son pocos los datos que

nos han llegado de su vida permaneciendo

aún en la actualidad muchos aspectos

de la misma sin ser conocidos. Por lo que

de desprende de su obra sabemos que tuvo

entre sus influencias principalmente a

Hipócrates y Galeno y cabe la posibilidad

de que tuviese incluso contactos con la escuela

de medicina de Alejandría. De carácter

racionalista y técnico, su obra va

dirigida claramente a un público especializado

como demuestra el tratamiento

que el autor recoge en su escrito, por

ejemplo, los veinticuatro nombres de enfermedades

que son objeto de explicación

etimológica.

Por su condición de norteafricano, la

enfermedad de la elefantiasis, característica

de países tropicales, le debió de ser

muy conocida, así como los efectos que

produce en el ser humano, principalmente

un desarrollo excesivo de algunas partes

del cuerpo así como una extremada

rugosidad de la piel. Al examinar los componentes

que prescribe como antídoto

para esta enfermedad nos encontramos

con el agárico, elemento tradicional en

numerosas farmacopeas del mundo antiguo

que bien podría crecer en estas tierras19.

La identificación del agárico ha sido

muy discutida. Dioscórides comentaba

de este hongo, entre otros aspectos, que

su raíz es parecida al silfio así como su

textura, lo que le sirve para establecer

una diferenciación por sexos del hongo.

Respecto a esta diferenciación por sexos,

que se puede observar igualmente en las

fuentes árabes o bajomedievales, P. E.

Cattorini sostiene que el agárico macho

(árren) correspondería a Fomes fomentarius

Gill., es decir el hongo yesquero, mientras

que el agárico hembra sería Fomes officinalis

(CATTORINI, citado en MAGGIULLI

1977: 92-93), identificación que no comparte

G. Maggiulli, al menos en lo que se

refiere a su contextualización en el mundo

antiguo.

Plinio al describir esta especie recoge

que es blanco, oloroso y eficaz en los antídotos.

Indica como lugar de origen el estrecho

del Bósforo, es decir un área que

abarcaría la zona del Ponto Euxino, que

puede corresponderse con la Sarmacia de

Dioscórides, de donde debió de haberse

importado seco al mundo griego como

apunta J. André (ANDRÉ, 1974: 139, línea

103, 1). Plinio también menciona el de la

Galia que se considera más débil y que

crece en árboles donde se crían bellotas,

mencionando un dato curioso, que este

hongo es fosforescente en la noche, motivo

por el cual podía recogerse en la oscuridad.

Este hongo que Plinio comenta que

nace en los árboles se identifica, generalmente,

con Fomes officinalis Bresadola, anteriormente

conocido por Polyporus officinalis

Fries y Boletus laricis Jacq., cuyos aspectos

botánicos se ajustan a los datos recogidos

por el antiguo naturalista.

Plinio cita su presencia en diversos

preparados medicinales20 y, como también

hiciera Dioscórides, diferencia entre

Daniel Becerra Romero

Micología Norteafricana. De la Prehistoria al Mundo Antiguo

VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X 29

agárico macho, del que comenta es más

espeso y amargo, lo que provoca dolor de

cabeza, y hembra, de la que señala su carácter

más suave y que al principio es

más dulce de sabor pero que luego se

vuelve amargo21. Ya comentamos que G.

Maggiulli no se muestra partidario de la

identificación que propone P. E. Cattorini,

al menos en lo que se refiere a su situación

dentro del contexto del mundo antiguo.

Ello se debe a que P. E. Cattorini no

menciona en ningún momento la diferenciación

que establece Dioscórides sobre

las fibras internas22 y que, por otro lado,

Plinio parece conocer bien Fomes fomentarius

Gill23. De ello deduce G. Maggiulli

que la distinción que plantea P. E. Cattorini

entre agárico masculino y femenino

no se correspondería con la establecida en

la Antigüedad. J. André comentando el

pasaje del libro XXV del autor latino señala

que:

On peut y avoir en tout cas le polypore

ou agaric du chêne dit aussi amadouvier

(Polyporus ignarius Fr.), dont l´application

arrête les hemorragies (cf. Diosc.

3, 1, 4) ainsi que l´agaric blanc ou bolet du

meèze (Agaricus laricis Lamk.) (ANDRÉ,

1974: 139, línea, 33)

Comparte pues la atribución de la

identificación de Fomes officinalis24al agárico

hembra, pero apunta a Fomes fomentarius25

como posible identificación del

agárico macho; hipótesis rechazada por

G. Maggiulli quién además añade que sus

bien conocidas propiedades terapéuticas

como restañador de heridas no son mencionadas

ni por Plinio ni por Galeno, sumándose

también el desconocimiento de

Dioscórides, en contra de lo expresado

por J. André (MAGGIULLI, 1977: 93). Galeno

únicamente comenta algunas de sus

cualidades y menciona su presencia en

varios preparados por ejemplo la Andromachi

seniores theriace y la Andromachi junioris

theriaca contra las serpientes26, en

esta última especificando que debe emplearse

el agárico del Ponto, pero no hace

referencia a sus virtudes para detener hemorragias,

como tampoco lo mencionan

otros médicos como Oribasio o Escribonio

Largo. Estas propiedades difícilmente

podrían haber escapado a la atención de

tantos e ilustres médicos.

Para G. Maggiulli tanto Plinio como

cualquiera de sus informadores podrían

haber visto un hongo de tipo poliporo

crecer sobre aquellos árboles del tipo bellotero,

es decir robles o encinas, similar

al agárico lo que pudo llevar al escritor latino

a escribir, sin error de interpretación,

que existía una especie que crecía en el

Bósforo y otra en la Galia, aunque este

fuera de naturaleza más débil. El hecho

de que Dioscórides considerase igualmente

de inferior calidad aquellos que

provenían de Galacia y Cilicia por nacer

en cedros, no tendría ninguna relación

con lo escrito por Plinio, quien habría

preferido hacer mención a una zona más

próxima a él o que habría podido conocer

durante su estancia en Germania, antes

que en el lejano Oriente (MAGGIULLI,

1977: 93)27.

En el caso norteafricano creemos que

bien podría corresponderse con F. officinalis

Bresadola. En este sentido, una aclaración

del célebre botánico catalán P. Font

Quer acerca de la obra del no menos conocido

botánico italiano del s. XVI A. Mattioli

nos da la clave de su posible identificación.

A. Mattioli en su comentario a la

obra de Dioscórides recoge que este autor

indica claramente que este hongo crece

en los cedros, tal y como se ha confirmado

en Mauritania (FONT QUER, 1995: 29-

30), por lo que en este caso Casio Felix podría

haberlo empleado dentro de sus preparados

medicinales, algo que no sería de

extrañar en un médico de su formación.

Daniel Becerra Romero

Micología Norteafricana. De la Prehistoria al Mundo Antiguo

30 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X

De hecho, sabemos que también se localiza

en los cedros (Cedrus atlántica) de Marruecos

y Argelia, lo que incide más en su

posible utilización.

Entre sus características principales se

encuentra, siguiendo a P. Font Quer, que

su micelio —que afecta al tronco de alerces

o cedros— y sus aparatos esporíferos

suelen surgir aproximadamente al cabo

de un año o un poco más, alrededor del

tronco de dichos árboles a diferentes alturas.

Aparecen pegados por un lateral y

sin ningún otro soporte. Habitan en alerces

y cedros y poseen formas más o menos

redondeadas que recuerdan los cascos

de los caballos pudiendo alcanzar un

gran tamaño. De consistencia carnosa o

corchosa, presentan un color blanquecino

y algo amarillento a menudo con zonas

más oscuras. Tradicionalmente, como en

numerosos remedios populares, se ha venido

empleando por sus propiedades antisudoríficas,

especialmente en aquellas

personas afectadas por tuberculosis, debido

a la acción de la agaricina o ácido

agaricínico. Señala P. Font Quer que en

los países donde se cría se suele elaborar

con él un elixir de vida, al que se le añaden

azucares, alcohol y otros vegetales,

sin especificar o aportar más datos

(FONT QUER, 1995: 28-29).

Esta referencia al agárico por parte de

Casio Felix no es la única mención a los

hongos que podemos encontrar en su

obra. Comentando las inflamaciones del

vientre, es decir, los cólicos y los síntomas

que le acompañan señala que, entre otras

causas, se producen por la ingestión de

algún alimento nocivo o la toma de bebidas

mortales que los griegos llamaban deleteres

como también por la absorción de

hongos venenosos (fungis uenenosis)28.

Desafortunadamente, este caso no podemos

saber si realmente habla por su experiencia

con este tipo de problemas en el

área norteafricana o si, por el contrario,

simplemente la advertencia proviene de

su formación médica. De hecho, el temor

a verse intoxicado o envenenado con hongos

fue siempre un tema frecuente y no

sólo en la literatura médica.

A modo de conclusión queremos señalar

que a pesar de no contar con restos

arqueológicos analizables, puede decirse

que las antiguas poblaciones que habitaron

estas tierras tuvieron conocimiento

de la flora micológica de su entorno y que

supieron diferenciar perfectamente alguna

de sus propiedades, como puede apreciarse

ya desde los frescos del Tassili-n-

Ajjer. Aspecto éste, especialmente, que

conlleva un largo período de observación

y aprendizaje, tanto más cuando se corre

el riesgo de una fuerte intoxicación e incluso

de muerte. La fuerte presión ecológica

y el impacto de las diferentes poblaciones

que desde la Antigüedad fueron

explotando buena parte de los recursos

naturales de toda esta zona geográfica

nos han impedido saber con certeza qué

otras especies pudieron haber sido conocidas

o empleadas. A diferencia del continente

europeo —donde son considerables

las citas micológicas en numerosos autores

clásicos de prácticamente todas las ramas

del saber— la escasez de fuentes que

hagan mención o referencia al conocimiento

micológico entre los antiguos habitantes

del norte de África no deja de ser

llamativa. Prácticamente las únicas menciones

que nos han llegado son al agárico,

que con la llegada de los árabes seguirá

siendo empleado en medicina, y la “trufa”,

sobre la que debió generarse un comercio

lucrativo a su alrededor. El texto

de Teofrasto confirma así que el tradicional

consumo de las “trufas” por las poblaciones

de toda esta área se iniciaría en

tiempos muy antiguos, con toda probabilidad

mucho antes de la llegada de los

Daniel Becerra Romero

Micología Norteafricana. De la Prehistoria al Mundo Antiguo

VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X 31

griegos. Dicha práctica tiene continuidad

aún hoy en día y que sabemos que siguen

siendo muy cotizadas.

NOTAS

1 Un claro ejemplo lo podemos encontrar en

numerosos grupos culturales precolombinos,

tanto del Norte como del Sur del continente,

que tuvieron en estos seres vegetales

una fuente de inspiración para distintos rituales

y creencias. Aspecto que fue recogido

los cronistas de Indias como por ejemplo

Bernardino de Sahagún, Toribio de Benavente

o Francisco José Gómez de la Serna,

entre otros muchos, existiendo una abundante

bibliografía sobre el tema.

2 Paus., II, 16, 3.

3 A modo de ejemplo cabe señalar que su consumo

no debe de tomarse a la ligera, pues

como afirman los propios chamanes siberianos

uno debe de “estar en gracia con los espíritus”

sino los wa´pacs (espíritus) le pueden

llevar a uno a la tumba, como ocurrió con

un koryak siberiano que tras consumir diez

hongos de la especie A. muscaria sin suceder

aparentemente nada, tomó uno más, comenzó

a vomitar, muriendo a continuación. Obviamente,

para ellos, los espíritus le habían

estrangulado. En otros lugares del mundo,

como en México, María Sabina una chamana

mazateca los definía como los “niños santos”

que si son consumidos sin respeto alguno

o simplemente para sentir sus efectos

pueden hacer sufrir a la persona diversos

trastornos mentales pudiendo permanecer

estos durante algún tiempo. Un “castigo” de

los hongos.

4 El comentario lo realiza al pie de la figura

136.

5 Sobre este aspecto en concreto, aunque difícil

de localizar, véase el trabajo del matrimonio

Wasson Mushrooms. Russia and history, así

como la recopilación de relatos y textos de

carácter etnográfico que recoge R. Gordon

Wasson en las páginas de Soma. Divine

mushroom of inmortality.

6 Hdt., IV, 185, 3. (Trad. de C. Schrader, Madrid,

1977).

7 Población fundada por los griegos en el 631

a. de C. bajo la influencia del oráculo de Delfos,

se convertiría en una zona de predominio

comercial griego en esta área del continente

africano junto a otras colonias como

Naucratis en Egipto.

8 Ath., Ep. II, 62a.

9 Ath., Ep. II, 62c.

10 La palabra terfezia deriva del beréber terfez,

que quiere decir, subterráneo o hipogeo de

ahí el nombre de este hongo. Antiguamente

este grupo recibía el nombre de Terfezia leonis

Tul. en homenaje a Juan León el Africano,

pues fue el primer autor es dar una descripción

de esta especie.

11 Ath., Ep. II, 62b.

12 Plin., HN. XIX, 11, 34.

13 Plin., HN. XVI, 11, 31.

14 Plin., HN. XVI, 35, 85-86.

15 Iu., V, 114-119.

16 Plin., HN. XIX, 11, 34.

17 Agug., De mor. manic. II, 13, 30.

18 Ou., Medicamenta faciei, 53-58.

19 Cass. Fel., LXXIII, 3.

20 Por ejemplo, XXVI, 18, 32; 27, 42; 34, 54; 48,

75 entre otros.

21 Plin., HN. XVI, 13, 33; XXV, 57, 103.

22 Dsc., III, 1,1.

23 Plinio cuando describe el sistema que emplean

los soldados para hacer fuego comenta

que, además de utilizar yesca secas u hojas,

recurren a los hongos, probablemente refiriéndose

a Fomes fomentarius Gill. Plin., HN.

XVI, 77, 208; XXXVI, 30, 138.

24 Agaricus laricis Lamk corresponde actualmente

a Fomes officinalis Bresadola.

25 Fomes fomentarius Gill. también es conocido

por Polyporus fomentarius Persoon y Polyporus

ignarius Fries.

26 Gal., XIV, 39 y 43, Ed. de Kühn.

27 Sobre la problemática de la identificación de

esta especie véase el capítulo octavo de la

excelente Nomenclatura micologica latina de

G. Maggiulli, donde el autor realiza un amplio

estudio filológico del tema.

28 Cass. Fel., LI, 2.

Daniel Becerra Romero

Micología Norteafricana. De la Prehistoria al Mundo Antiguo

32 VEGUETA 8 (2004), ISSN: 1133-598X

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